El Kremlin lee a Occidente mejor de lo que Occidente lee al Kremlin

El Kremlin lee a Occidente mejor, no porque tenga acceso a una bola de cristal, sino porque ha aprendido a estudiar, manipular y adelantarse a los deseos, miedos y puntos ciegos de las potencias occidentales. Desde la caída de la Unión Soviética, Moscú no se resignó a ser un actor secundario en el tablero global. Al contrario, bajo el liderazgo imperturbable de Vladimir Putin, Rusia convirtió su debilidad en arte de guerra estratégica: observar, infiltrar, alterar percepciones, y esperar con paciencia quirúrgica el momento de mover ficha. Mientras tanto, Occidente ha tendido a ver lo que desea ver: un líder racional, un interlocutor realista, o en el peor de los casos, un adversario que puede ser contenido con diplomacia, sanciones o llamadas telefónicas.

La voz más reciente que ha advertido sobre este desequilibrio de comprensión es Tom Rogan, redactor especializado en política exterior y editor del Washington Examiner, con una sólida formación en estudios de guerra y política de Oriente Medio. En un artículo publicado en The Wall Street Journal bajo el título: “Trump no es el primer presidente que Putin ha interpretado”, Rogan sostiene que los líderes estadounidenses —de Clinton a Biden— han sido sistemáticamente manipulados por el Kremlin, no por ingenuidad, sino por un profundo error de diagnóstico sobre quién es realmente Vladimir Putin y qué representa su proyecto de poder.

El Kremlin lee a Occidente mejor

Bill Clinton fue el primero en esta cadena de ilusiones diplomáticas. Convencido de que Rusia podía ser integrada al orden liberal internacional posterior a la Guerra Fría, optó por el silencio frente a los excesos autoritarios de Putin y evitó confrontarlo incluso durante la brutal campaña militar rusa en Chechenia. El Kremlin lee a Occidente mejor, porque detecta con agudeza cuándo sus interlocutores priorizan la estabilidad sobre la verdad, la cooperación sobre el conflicto, o la retórica sobre la acción. Clinton dejó el campo libre para que Putin desmantelara el pluralismo mediático, empoderara a sus oligarcas y consolidara un sistema político basado en la corrupción verticalizada.

De manera diametralmente opuesta, bajo el liderazgo imperturbable de Vladimir Putin, Rusia convirtió su debilidad en arte de guerra estratégica: observar, infiltrar, alterar percepciones, y esperar con paciencia quirúrgica el momento de mover ficha. Ilustración MidJourney

George W. Bush no hizo sino profundizar el error. Tras una reunión en 2001, proclamó haber mirado a Putin a los ojos y haberle visto el alma. Ese instante simbólico revela la brecha entre el código sentimental occidental y la frialdad programática rusa. Putin apeló a las creencias religiosas de Bush para seducirlo con una narrativa personal: la historia de una cruz ortodoxa rescatada del incendio en su casa de campo. Mientras Bush veía a un creyente redimido, el Kremlin activaba su maquinaria de ciberataques, apoyaba al programa nuclear iraní e invadía Georgia en 2008. El Kremlin lee a Occidente mejor porque comprende que la narrativa emocional es el punto más vulnerable de los líderes occidentales: allí donde buscan alma, Putin despliega cálculo.

La inutilidad de «reset»

Barack Obama, al llegar al poder, intentó redefinir las relaciones con Moscú mediante un simbólico “reinicio”. En lugar de disuadir, este enfoque fue interpretado por el Kremlin como una señal de debilidad. Obama escuchó con paciencia académica las interminables quejas de Putin durante una visita en 2009, mientras el presidente ruso desplegaba su acostumbrado monólogo de agravios. El Kremlin lee a Occidente mejor cuando este se convence de que escuchar al adversario es en sí mismo una forma de contenerlo. Pero Putin no buscaba comprensión: buscaba dominar el tiempo, el ritmo y la narrativa. Bajo su mandato, Rusia invadió Crimea, intervino en Siria, atacó a diplomáticos y hackeó el proceso electoral estadounidense. Frente a todo esto, Obama respondió con palabras prudentes y gestos moderados, atrapado en el espejismo de la diplomacia sin consecuencias.

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Donald Trump, por su parte, quiso ejercer con Putin el arte del trato directo. Se presentó como un negociador nato, alguien capaz de cerrar acuerdos por su olfato para las dinámicas de poder. Pero su visión de Putin como un pragmático severo pero racional fue otra muestra de autoproyección. El Kremlin lee a Occidente mejor cuando Occidente cree que todos los hombres de poder se guían por las mismas reglas de transacción, cuando en realidad Moscú actúa por principios distintos: restauración imperial, confrontación estratégica, y desestabilización interna del enemigo. Trump, influenciado por su universo neoyorquino de bienes raíces, no entendió que estaba frente a un exoficial de la KGB entrenado para simular vulnerabilidad, inducir errores, y explotar cualquier flaqueza personal o institucional.

El ABC de las vacilaciones

Joe Biden heredó un escenario ya colapsado. En su encuentro de 2021 con Putin en Ginebra, apostó por el diálogo civilizado y la disuasión mediante sanciones. Sin embargo, su renuencia inicial a proporcionar armamento avanzado a Ucrania, su cautela ante la amenaza nuclear rusa y su restricción de vuelos de reconocimiento para evitar choques directos, evidenciaron una estrategia más reactiva que preventiva. El Kremlin lee a Occidente mejor cuando identifica vacilación en el umbral de respuesta: cuando el miedo a la escalada paraliza la voluntad política, cuando las líneas rojas no se trazan con claridad, cuando el cálculo de riesgo sustituye al sentido de urgencia.

La experiencia europea no ha sido mejor. Tony Blair, entonces primer ministro británico, celebró el cumpleaños de Putin en Moscú en 2001 y lo describió como un reformista audaz. El Kremlin no perdió el tiempo: sus oligarcas invirtieron en medios de comunicación británicos, compraron activos estratégicos y desplegaron operaciones encubiertas con agentes nerviosos en territorio del Reino Unido. El Kremlin lee a Occidente mejor, incluso cuando no se trata de presidentes sino de antiguos aliados. Donde Occidente ve oportunidad económica, Putin ve una vía de infiltración cultural y política. Mientras se brindaba en salones de Londres, periodistas rusos críticos eran silenciados en Moscú o envenenados en suelo europeo.

Hoy, frente a la guerra en Ucrania, la amenaza a Moldavia, la creciente influencia rusa en África y su alianza estratégica con China e Irán, la necesidad de una reevaluación se impone. Occidente debe dejar de proyectar sus aspiraciones sobre Putin y empezar a entender lo que verdaderamente representa: un liderazgo que no busca entendimiento, sino ventaja; que no desea coexistir, sino prevalecer. Ilustración MidJourney.

La difícil gramática rusa del poder

La conclusión de Tom Rogan es clara: Putin no ha sido malinterpretado por accidente. Ha sido sistemáticamente malinterpretado porque Occidente insiste en evaluarlo con los instrumentos de análisis que mejor se acomodan a sus valores, pero que no aplican a la lógica de poder que impera en el Kremlin. Desde Clinton hasta Biden, pasando por Bush, Obama y Trump, la política exterior estadounidense ha subestimado la capacidad rusa para manipular, reconfigurar escenarios, y sembrar caos sin asumir responsabilidades directas. El Kremlin lee a Occidente mejor no porque posea una mayor inteligencia, sino porque ha prestado atención real a las debilidades culturales, políticas y emocionales de sus contrapartes.

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Hoy, frente a la guerra en Ucrania, la amenaza a Moldavia, la creciente influencia rusa en África y su alianza estratégica con China e Irán, la necesidad de una reevaluación se impone. Occidente debe dejar de proyectar sus aspiraciones sobre Putin y empezar a entender lo que verdaderamente representa: un liderazgo que no busca entendimiento, sino ventaja; que no desea coexistir, sino prevalecer. El Kremlin lee a Occidente mejor, y mientras esa asimetría persista, cada gesto diplomático, cada acuerdo, y cada cumbre estará marcada por el mismo desenlace: Occidente creyendo haber ganado tiempo, y Rusia avanzando un casillero más en su ajedrez geopolítico.

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