Feligresía católica en EE.UU. aumenta al ser los latinos la primera minoría del país

La feligresía católica en EE.UU. ha comenzado a vivir una transformación silenciosa pero decisiva. La elección del nuevo Papa León XIV, nacido en Chicago y con raíces eclesiásticas en Perú, ha coincidido con un cambio demográfico significativo: los latinos, oficialmente, se han convertido en la primera minoría del país. Este cruce de caminos entre liderazgo espiritual y presencia migrante ha comenzado a moldear una Iglesia que, en suelo estadounidense, se diversifica, rejuvenece y cobra nuevos bríos. Las bancas de los templos se llenan ahora con el murmullo del español, el eco de tradiciones religiosas traídas de México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El catolicismo, lejos de perder terreno, está reconfigurando sus cimientos con la sangre nueva de quienes aún ven en la fe un refugio, una comunidad, una promesa.

Carlos Orlando Pagni, periodista e historiador argentino condecorado con el Premio Konex de Platino en Análisis Político y colaborador del diario EL PAÍS de España, firmó recientemente una aguda reflexión titulada: “León, la última jugada de Francisco”. En ese texto, Pagni conecta el ascenso del nuevo Pontífice con un rediseño estratégico del Vaticano que responde tanto a los desafíos teológicos como a los desplazamientos geopolíticos. Al nombrar a Robert Prevost como León XIV, Francisco no solo dejó un legado doctrinal sino también político. La elección de un Papa con doble nacionalidad estadounidense-peruana y fluido en español representa un guiño directo a la comunidad latina, tanto en América Latina como en el corazón mismo de Estados Unidos. Es un mensaje claro: el futuro de la Iglesia también se juega en el altar de los migrantes.

Feligresía católica en EE.UU.

Es una ecuación simple: La feligresía católica en EE.UU. ha crecido, en gran medida, gracias a la inmigración latinoamericana. Datos recientes del Pew Research Center indican que mientras el número de católicos no latinos ha disminuido en las últimas décadas, la proporción de latinos dentro de la Iglesia ha pasado del 29% en el año 2000 al 43% en 2024. Esta tendencia ha convertido a los hispanos en el soporte más dinámico y vital del catolicismo estadounidense. En ciudades como Los Ángeles, Houston y Miami, los servicios religiosos en español superan en asistencia a los que se celebran en inglés. Los seminarios católicos también muestran un cambio: muchos de los nuevos sacerdotes se forman con conciencia bicultural, aprendiendo desde los libros hasta el púlpito en dos idiomas, con una sensibilidad que antes no se exigía.

Las bancas de los templos en los Estados Unidos se llenan ahora con el murmullo del español, el eco de tradiciones religiosas traídas de México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica. El catolicismo, lejos de perder terreno, está reconfigurando sus cimientos con la sangre nueva de quienes aún ven en la fe un refugio, una comunidad, una promesa. Ilustración MidJourney

La elección del nombre León no es un gesto decorativo. Pagni recuerda en su artículo que el último Papa que lo usó fue León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum, que sentó las bases de la Doctrina Social de la Iglesia. Al invocar esa tradición, León XIV estaría trazando una línea de continuidad con una visión cristiana del equilibrio social, del compromiso con los marginados y del rechazo tanto al ultracapitalismo como a los extremos colectivistas. Pero también es una respuesta simbólica a los nuevos tiempos: la Iglesia no puede darse el lujo de ser ajena al cambio demográfico que bulle en los suburbios, en las parroquias de las zonas fronterizas, en los barrios latinos donde la misa del domingo sigue siendo un acto de pertenencia. No es casualidad que el nuevo Papa hablara en español en su primera aparición en el balcón de San Pedro.

Apoyo a los marginados

La feligresía católica en EE.UU. se siente interpelada por este gesto. Muchos inmigrantes ven en la figura de León XIV no solo una validación de su fe sino también una reivindicación de su lugar dentro de una nación que muchas veces los ha marginado. El mismo Papa, cuando era obispo en Chiclayo, Perú, conoció de primera mano las luchas de los más pobres. Su paso por esa región marcó su visión pastoral, anclada en la cercanía con la gente y en una espiritualidad más vivencial que académica. Ese estilo, según Pagni, entronca con el de Francisco, quien lo convirtió en cardenal y luego en prefecto del Dicasterio para los Obispos. Desde ahí, Prevost moldeó buena parte del nuevo episcopado global. Su elección es la coronación de una continuidad que no es solo teológica, sino también cultural y política.

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En las diócesis estadounidenses, el nombramiento ha sido recibido con entusiasmo contenido. Para muchos obispos latinos, León XIV representa una oportunidad histórica para ensanchar el espacio de diálogo con el Vaticano. Para sectores más conservadores, en cambio, su cercanía con las reformas de Francisco —como la inclusión de los divorciados vueltos a casar, la bendición de parejas del mismo sexo y la apertura ecuménica— genera suspicacia. Pero incluso estos grupos reconocen que el crecimiento sostenido de la feligresía latina obliga a repensar estructuras y formas de comunicación. Las viejas fórmulas del catolicismo anglosajón ya no bastan para abarcar la complejidad de la nueva realidad estadounidense.

Guadalupe, arepas y Navidad

La feligresía católica en EE.UU. no solo crece, sino que también transforma a la Iglesia desde dentro. Movimientos juveniles, celebraciones patronales, festividades marianas y procesiones llenas de color y fervor han comenzado a redefinir el calendario litúrgico en muchas parroquias. El 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, ya es tan importante como la Navidad en muchas comunidades. Las catequesis incorporan ahora referencias a las tradiciones de origen de los niños inmigrantes. Y los templos se llenan con el ritmo del mariachi, las arepas compartidas en los patios y los rezos mezclados con nostalgia y esperanza. Este fenómeno es más que folclore: es una renovación espiritual que obliga a la jerarquía a mirar hacia abajo, a entender que la fuerza viva de la Iglesia está en los márgenes.

Donald Trump, en una reacción que Carlos Pagni califica como “orgullo nacional”, expresó su entusiasmo por el origen estadounidense del nuevo Papa. Pero cabe preguntarse si ese entusiasmo persistirá cuando se reencuentre con las posturas pastorales de León XIV en temas tan espinosos como el trato a los migrantes. Pagni recuerda que Prevost ha condenado en más de una ocasión las políticas de exclusión y separación familiar en la frontera. De ahí que su elección, lejos de ser solo una anécdota espiritual, tenga implicaciones de calado para la política norteamericana. Un Papa que habla español y que ha sido testigo del sufrimiento de los migrantes podría convertirse en una voz moral incómoda para ciertos sectores del poder.

En ciudades como Los Ángeles, Houston y Miami, los servicios religiosos en español superan en asistencia a los que se celebran en inglés. Los seminarios católicos también muestran un cambio: muchos de los nuevos sacerdotes se forman con conciencia bicultural, aprendiendo desde los libros hasta el púlpito en dos idiomas, con una sensibilidad que antes no se exigía. Ilustración MidJourney.

El fantasma de cisma

La feligresía católica en EE.UU. también ve en León XIV una esperanza de unidad. Durante años, la Iglesia estadounidense ha coqueteado con una escisión ideológica. La tensión entre el ala progresista y el ala conservadora ha puesto en riesgo el sentido de comunión. León XIV, con su doble herencia y su estilo pastoral más integrador, podría tender puentes entre ambos extremos. Su agustinismo lo empuja hacia una espiritualidad del corazón, centrada en la conversión interior más que en la corrección doctrinal. Ese énfasis, en una sociedad polarizada, podría resultar balsámico. La pregunta que queda es si la estructura eclesial sabrá acompañar este impulso o si se aferrará a la lógica de bloques.

La expansión de la feligresía católica en EE.UU. está comenzando a dar forma a una nueva cartografía espiritual. El liderazgo de León XIV podría acelerar ese proceso, o al menos dotarlo de coherencia. Lo que está en juego no es solo el número de fieles, sino el tipo de Iglesia que quieren construir. Una Iglesia más abierta, más plural, más migrante. Una Iglesia donde el español no sea una lengua de traducción, sino de origen. Donde el catolicismo no sea una tradición heredada, sino una decisión vivida cada día en medio del trabajo, la nostalgia y la resistencia cultural. León XIV, con su biografía tejida entre continentes, parece estar diciendo que ese modelo no es solo posible, sino necesario.

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La feligresía católica en los Estados Unidos ya no puede ser entendida como un apéndice del catolicismo europeo. Tampoco como un reducto conservador en medio de una sociedad secularizada. Está emergiendo como un actor central, cargado de historia, sufrimiento y devoción. La llegada de León XIV no es un accidente, ni una concesión diplomática. Es la consagración de una nueva etapa. Una Iglesia católica donde los latinos no son el futuro, sino el presente. Una Iglesia donde la globalización no es amenaza, sino oportunidad de renovación. En ese contexto, el nombre León resuena como rugido y como advertencia: algo profundo está cambiando. Y está cambiando en español.

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