En los últimos años, el panorama electoral de Estados Unidos ha sido testigo de una transformación preocupante. El ingrediente más esencial para cualquier proceso electoral, “la confianza”, ha sido sistemáticamente erosionado. Mientras las democracias alrededor del mundo intentan mejorar sus sistemas electorales, Estados Unidos, una nación que históricamente ha sido un modelo de elecciones libres y justas, parece estar en un proceso de autodestrucción de su integridad electoral. La confianza, ese pilar fundamental sobre el cual se sostiene la democracia, ha sido minada por una combinación de desinformación, negacionismo electoral y ataques políticos directos al sistema. Lo que antes era considerado el estándar de transparencia, ahora enfrenta una crisis existencial.
El análisis de este fenómeno ha sido plasmado por Laura Thornton, directora sénior de democracia global en el Instituto McCain, quien en un artículo para The Hill titulado: “Cómo los negacionistas de las elecciones estadounidenses han erosionado la confianza en las elecciones en todo el mundo”, desglosa los efectos devastadores que el negacionismo electoral estadounidense ha tenido, no solo dentro de sus fronteras, sino en el escenario global. Thornton, quien ha pasado 25 años promoviendo la democracia en lugares como Tailandia, Camboya y Georgia, argumenta que lo que está ocurriendo en Estados Unidos está creando un precedente peligroso para otras naciones. Desde su experiencia en la auditoría de registros electorales en Camboya, donde se descubrieron graves irregularidades, Thornton sabe de primera mano lo crucial que es “la confianza” en las elecciones para mantener la legitimidad de los resultados.
Comicios en EE.UU. y la confianza
Thornton describe cómo, en Estados Unidos, el proceso electoral ha sido objeto de ataques constantes, especialmente desde las elecciones de 2020, que, según funcionarios de la propia administración Trump, fueron catalogadas como «las más seguras en la historia del país». Sin embargo, esto no ha detenido a líderes políticos como el expresidente Donald Trump, quienes han propagado teorías de fraude y desinformación, erosionando “la confianza” del público en la integridad del sistema electoral. Thornton subraya cómo estas acciones, que van desde afirmaciones infundadas hasta la organización de auditorías sin justificación, han provocado que más del 70% de los demócratas republicanos crearon que las elecciones fueron robadas, a pesar de no haber pruebas que respalden estas afirmaciones.
La cuestión de “la confianza” no es un problema nuevo en las elecciones. Thornton recuerda cómo, en su trabajo en Camboya, muchos votaron fueron borrados inexplicablemente del padrón electoral y cómo se descubrieron «votantes fantasmas» en cantidades significativas. Sin embargo, lo que hace que la situación en Estados Unidos sea tan preocupante es que las instituciones que deben garantizar la transparencia y legitimidad del proceso están siendo atacadas desde adentro. Los tribunales, las auditorías oficiales y las verificaciones bipartidistas han sido ignoradas por quienes buscan sembrar dudas. En lugar de aceptar los resultados, el mantra parece ser: si pierdo, fue porque me robaron.
Crece el negacionismo electoral
Este fenómeno ha trascendido las fronteras de Estados Unidos, exportando una cultura de desconfianza que ha sido adoptada por otros líderes alrededor del mundo. Thornton menciona ejemplos como Jair Bolsonaro en Brasil, quien, al ver caer su popularidad, comenzó a difundir mentiras sobre el voto electrónico, o los actores políticos en Georgia, quienes están preparando el terreno para rechazar los resultados de las próximas elecciones si no les favorecen. El negacionismo electoral, antes visto como una excepción, se está convirtiendo en una regla aceptada por muchos líderes que no quieren reconocer su derrota. Y esto, advierte Thornton, pone en peligro no solo la estabilidad interna de las naciones, sino también la propia idea de democracia.
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La exportación de este negacionismo electoral no es accidental. Thornton señala que, tras las elecciones de 2020 en Estados Unidos, muchos líderes alrededor del mundo encontraron en el discurso de Trump una estrategia útil para perpetuar su poder, negando resultados y sembrando dudas en la población. La confianza en las elecciones no es opcional, insiste Thornton, es la base sobre la cual se construye una democracia funcional. Cuando esta confianza se erosiona, como lo hemos visto en Estados Unidos y en otras naciones, los conflictos no tardan en surgir. El resultado es una población que ya no cree en el sistema electoral, lo que abre la puerta a crisis políticas y sociales.
Florece la conspiración
A medida que Estados Unidos se prepara para otro ciclo electoral, el escenario es preocupante. Los actores políticos están, de manera preventiva, alimentando teorías de conspiración y preparando el terreno para disputar los resultados si no les favorecen. La confianza en las instituciones electorales, en lugar de fortalecerse, se debilita cada vez más con cada ataque que se perpetra contra el sistema. Thornton señala que, si bien los esfuerzos de desinformación y negacionismo electoral han sido promovidos principalmente por líderes republicanos, su impacto es mucho más amplio. Los participantes de todo el espectro político han comenzado a cuestionar la validez de los resultados, y esto solo puede traer más inestabilidad.
Lo más alarmante es que esta narrativa de desconfianza ha logrado hacer que los mismos mecanismos que existen para garantizar la transparencia sean vistos con sospecha. Thornton describe cómo, en muchos casos, incluso los observadores electorales independientes son criticados y rechazados por aquellos que no aceptan los resultados. En lugar de ser vistos como guardianes de la integridad electoral, estos observadores ahora son acusados de parcialidad, lo que dificulta aún más su labor. La ironía, como señala Thornton, es que aquellos que promueven la llamada “integridad electoral” a menudo están trabajando directamente contra ella.
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El negacionismo electoral ha puesto a Estados Unidos en una posición única. Por un lado, sigue siendo una potencia mundial con la capacidad de influir en otras democracias; por el otro, su propio proceso electoral está bajo asedio. Thornton concluye que, si Estados Unidos no puede restaurar “la confianza” en su propio sistema, las repercusiones serán sentidas en todo el mundo. La desinformación, alimentada por actores políticos tanto nacionales como extranjeros, continuará erosionando la confianza pública, no solo en Estados Unidos, sino en democracias emergentes que una vez vieron en Estados Unidos un modelo a seguir. Estados Unidos enfrenta un desafío sin precedentes: reconstruir “la confianza” en su sistema electoral. Sin ella, no hay proceso electoral que funcione, ni democracia que sobreviva.