EE.UU. colocó a Caracas en manos de los chinos y los rusos la respaldan

Parece un hecho ineludible que Caracas en manos de los chinos. Esta es la imagen que se dibuja con nitidez en el tablero geopolítico latinoamericano tras el viraje abrupto de la política energética y diplomática de Estados Unidos hacia Venezuela. Con la suspensión de las licencias que permitían a empresas estadounidenses, como Chevron, operar bajo un marco regulado y supervisado en territorio venezolano, Washington parece haber entregado el timón de una nación en crisis a las potencias rivales que más han capitalizado las fracturas de su política exterior: China y Rusia. La decisión, lejos de provocar el colapso del aparato productivo de PDVSA como se anticipaba desde algunos sectores, aceleró una transición de alianzas que ha reposicionado a Beijing como actor central en la economía y la infraestructura del país sudamericano.

La reflexión que activa esta advertencia fue publicada recientemente por el economista Luis Vicente León, presidente de Datanálisis y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello y del IESA, en su cuenta oficial de X (anteriormente Twitter). Bajo el título: “Venezuela: Más influencia, menos presión vacía”, León cuestiona los fundamentos de una estrategia estadounidense que, según su análisis, ha fracasado en provocar la tan ansiada transición política, mientras sí ha propiciado un reforzamiento del bloque autoritario que respalda al gobierno de Nicolás Maduro. El experto subraya que, mientras duraron las licencias, se generó un ambiente de supervisión, transparencia operativa y recuperación económica parcial. Pero al concluir ese periodo de gracia, lo que ha ocurrido no es una implosión del sistema, sino una reconversión de las rutas hacia Asia, un redireccionamiento comercial, y sobre todo, una ampliación de la influencia geopolítica china sobre el país.

Caracas en manos de los chinos

Al construir como realidad palpable que Caracas en manos de los chinos, no solo se está haciendo un ejercicio de retórica. Es un hecho respaldado por la secuencia de eventos que ha marcado el año: la reactivación de refinerías con tecnología y capital asiático, la permanencia prolongada de la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez en Beijing, la participación de Huawei en procesos de digitalización institucional, y los encuentros bilaterales de alto nivel entre Nicolás Maduro y Xi Jinping, incluso fuera del territorio chino, como el celebrado en Moscú. El viraje no es parcial ni simbólico. Es estructural. China no solo se ha insertado como comprador prioritario del petróleo venezolano, sino como inversor estratégico en telecomunicaciones, infraestructura, transporte e incluso en la exploración y explotación de minerales raros como el tantalio y el estaño, esenciales para la industria tecnológica global.

Con la suspensión de las licencias que permitían a empresas estadounidenses, como Chevron, operar bajo un marco regulado y supervisado en territorio venezolano, Washington parece haber entregado el timón de una nación en crisis a las potencias rivales que más han capitalizado las fracturas de su política exterior: China y Rusia. Ilustración MidJourney

Lo que Estados Unidos ha abandonado, lo ha ocupado China con precisión quirúrgica. La estrategia de máxima presión, impulsada desde la administración Trump y mantenida con matices durante el gobierno de Joe Biden, ha producido un efecto contrario al que buscaba: en vez de forzar cambios políticos internos, ha empujado a Venezuela al eje sino-ruso. León enfatiza que no se trata ya de insistir en fórmulas que han fracasado, sino de entender que la influencia se pierde cuando se cierra la puerta al pragmatismo. Mientras la doctrina estadounidense mantenía el foco en sancionar al régimen, Beijing avanzaba con acuerdos de infraestructura, paquetes financieros, programas de cooperación tecnológica y ofertas de respaldo en foros multilaterales.

Perfeccionamiento del chavismo

Caracas en manos de los chinos también implica una reorganización del poder interno. El aparato chavista ha encontrado en estos nuevos socios una válvula de oxígeno que no exige reformas políticas ni cumplimiento de estándares democráticos. Las empresas chinas operan con discreción, evadiendo las sanciones occidentales mediante triangulaciones financieras y logísticas. Buques cargados de crudo ya no llevan la bandera de Chevron, sino que se dirigen a puertos asiáticos con descuentos mucho menores que los exigidos hace un lustro, señal de que Venezuela, pese a su asfixia institucional, ha recuperado cierto margen de negociación gracias al nuevo contexto multipolar.

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Pero si China ha sido el inversionista cauteloso y estratégico, Rusia ha desempeñado el papel del respaldo político y militar. El Kremlin mantiene una presencia simbólica y logística que se proyecta tanto en el discurso como en la cooperación técnica. En Moscú se han firmado acuerdos confidenciales; en Caracas operan asesores rusos en materia de seguridad y defensa. Las maniobras conjuntas y las visitas de delegaciones militares no son frecuentes, pero sí contundentes. Aunque su músculo económico es menor que el de China, el apoyo ruso tiene un valor simbólico y geopolítico de peso, sobre todo en el ajedrez de la confrontación con Occidente.

Los pragmáticos vienen de oriente

Caracas en manos de los chinos no es solo una advertencia sobre pérdida de influencia estadounidense. Es una alerta sobre los vacíos que produce una diplomacia construida en torno a castigos sin incentivos. La retirada del acompañamiento técnico occidental no desmanteló al chavismo; lo reconfiguró. La reactivación de operaciones privadas durante el periodo de licencias no solo generó empleo y reducción de la presión migratoria, sino que también ofreció un esquema de cooperación económica con estándares de transparencia y control. Con su supresión, el mensaje fue claro: el pragmatismo no tendrá cabida mientras no haya rendición.

Esa lógica, argumenta León, es un error estratégico. Venezuela, aún bajo control de un régimen autoritario, sigue siendo un territorio clave para la seguridad energética hemisférica, el control migratorio y la estabilidad de América Latina. Perder influencia en Caracas equivale a reforzar el poder de Moscú y Beijing en un espacio que ha sido históricamente considerado del área de influencia directa de Washington. La política emocional que solo premia el castigo no ha logrado producir ni apertura democrática ni fractura interna del poder. En cambio, ha consolidado alianzas que hacen cada vez más difícil una eventual negociación desde posiciones de fuerza.

Luis Vicente León advierte que hoy es el momento para que Estados Unidos decida si quiere seguir apostando por la presión sin resultados o si se atreve a construir una vía de influencia basada en la cooperación controlada, el incentivo racional y la inteligencia estratégica. Porque mientras en Washington se debate cómo castigar al régimen, en Beijing ya se firman los contratos. Y en Moscú se brindan por cada nuevo error del adversario. Ilustración MidJourney.

En la red de supervivencia

Caracas en manos de los chinos refleja, además, la reconfiguración del Sur Global. Venezuela se inserta en una red de economías sancionadas que han aprendido a cooperar al margen de Occidente: Irán, Rusia, Siria, Corea del Norte y, en niveles más pragmáticos, países como Turquía e India. La lógica de esta red es la supervivencia bajo presión y la articulación de mecanismos alternos de financiamiento, comercio y tecnología. Bajo este esquema, Venezuela encuentra interlocutores que no exigen democracia ni reformas estructurales, sino estabilidad en la relación y lealtad diplomática.

La oportunidad perdida por Estados Unidos no es solo económica. Es una pérdida de interlocución. Al cerrar canales de supervisión en nombre de la pureza ideológica, renuncia también a los espacios donde podría, en el futuro, negociar mejoras institucionales o acceso humanitario con condiciones. En su lugar, permite que China y Rusia avancen en una ocupación silenciosa y estratégica del vacío. Lo que pudo ser una política de contención y gradual reinserción ha sido sustituida por una ruta de aislamiento y repliegue, cuya consecuencia ha sido el refuerzo de los sectores más duros del chavismo.

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Caracas en manos de los chinos es, finalmente, una metáfora de la desconexión entre las decisiones de política exterior y los resultados reales en el terreno. Es una radiografía del fracaso de la estrategia de cerco. Es, como advierte Luis Vicente León, el momento para que Estados Unidos decida si quiere seguir apostando por la presión sin resultados o si se atreve a construir una vía de influencia basada en la cooperación controlada, el incentivo racional y la inteligencia estratégica. Porque mientras en Washington se debate cómo castigar al régimen, en Beijing ya se firman los contratos. Y en Moscú se brindan por cada nuevo error del adversario.

 

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