Entre la fascinación técnica y el peligro moral: Zimmermann opina sobre Bitcoin

Phil Zimmermann no pronuncia su juicio sobre Bitcoin con ligereza. Su historia está plagada de momentos decisivos en los que la libertad tecnológica rozó, e incluso abrazó, zonas de alta turbulencia ética. Por eso, cuando el creador de Pretty Good Privacy (PGP) declara que Bitcoin es una innovación “técnicamente fascinante”, no lo hace desde la ingenuidad del fanático, sino desde la conciencia de quien ha visto cómo las herramientas diseñadas para liberar pueden también ser usadas para oprimir. La ambivalencia le resulta familiar. Para Zimmermann, el riesgo de Bitcoin no radica solamente en su estructura descentralizada ni en su potencial subversivo ante regímenes autoritarios, sino en algo más profundo: el peligro moral de crear sistemas poderosos que escapan del control humano tradicional, solo para caer —de nuevo— en manos de nuevos amos disfrazados de código y cifrado.

David Canellis, periodista de datos residente en Países Bajos, excolaborador de TheNextWeb y fundador del medio Protos en 2021, entrevistó a Zimmermann en el marco del programa «Shock de Suministro», alojado por el portal Blockworks. El artículo publicado lleva por título: “Está fuera del alcance del autócrata: Qué piensa el criptopunk Phil Zimmermann sobre Bitcoin”, y en él, Canellis aborda con precisión quirúrgica la tensión entre la arquitectura de Bitcoin como instrumento de emancipación financiera y la experiencia de Zimmermann en la primera línea de la llamada “Primera Guerra Criptográfica”. Canellis recuerda también la emblemática frase “el dinero es habla”, utilizada por defensores de Bitcoin como la forma más escueta de expresar su carácter libertario.

El peligro moral de Bitcoin

El relato se enmarca en la biografía técnica y moral de Phil Zimmermann, una figura mítica en el mundo de la criptografía moderna. Su creación, PGP, se convirtió en símbolo de resistencia durante los años noventa cuando las autoridades estadounidenses intentaron impedir la exportación de criptografía robusta por considerarla armamento. En ese contexto, Zimmermann se alzó como defensor de la privacidad digital. Y no estuvo solo. Hal Finney, pionero de Bitcoin, fue su colaborador directo durante esa etapa fundacional, primero como voluntario, luego como empleado formal de PGP en 1996. El vínculo entre ambos es más que anecdótico: mientras Finney ayudaba a sentar las bases del dinero descentralizado, Zimmermann levantaba la trinchera del derecho a cifrar. Dos frentes de una misma guerra.

Es por eso que cuando se pregunta si Bitcoin representa el nuevo campo de batalla —la Segunda Guerra Criptográfica—, la respuesta de Zimmermann, aunque entusiasta, es prudente. La posibilidad de un sistema monetario electrónico viable y sin permisos fue, a su juicio, una solución “creativa” al problema de la centralización bancaria. Pero al mismo tiempo, advierte, no debe ignorarse el peligro moral que emerge cuando esas herramientas se aplican sin considerar sus efectos secundarios. Tal como ocurrió con PGP, que llegó a estar en los manuales de entrenamiento de Al Qaeda, también Bitcoin puede ser usado por actores turbios en los márgenes de la legalidad.

La ambivalencia le resulta familiar. Para Zimmermann, el riesgo de Bitcoin no radica solamente en su estructura descentralizada ni en su potencial subversivo ante regímenes autoritarios, sino en algo más profundo: el peligro moral de crear sistemas poderosos que escapan del control humano tradicional, solo para caer —de nuevo— en manos de nuevos amos disfrazados de código y cifrado. Ilustración MidJourney

Anonimato, evasión, suterfugio…

En sus intervenciones públicas recientes, Zimmermann no ha dejado de asistir a foros sobre criptomonedas. En octubre pasado participó en el Plan B Forum de Lugano, Suiza, junto a Adam Back, otro veterano de las redes descentralizadas. En esas conferencias ha escuchado con atención las historias de ciudadanos latinoamericanos que usan Bitcoin como refugio ante gobiernos que confiscan pensiones o ejercen control social a través del sistema financiero. Allí, dice, la criptomoneda cumple una función casi humanitaria. Pero, nuevamente, el peligro moral ronda. ¿Qué ocurre cuando el anonimato financiero favorece a quienes desean evadir impuestos o financiar actividades ilícitas? ¿Qué sucede cuando el deseo legítimo de escapar del autócrata acaba facilitando el surgimiento de mercados negros incontrolables?

David Canellis plantea esta tensión con claridad. En su texto, no glorifica ciegamente a Bitcoin, aunque reconoce sus virtudes. La voz de Zimmermann aparece como un contrapeso ético. Él sabe que ninguna tecnología es neutra. Si algo aprendió durante sus años de resistencia es que incluso los ideales más nobles pueden degenerar cuando se convierten en dogma. El problema no es la herramienta, sino el contexto en que se la utiliza y quién tiene el poder de hacerlo. Zimmermann recuerda haber recibido cartas desde zonas de guerra, en las que personas al borde del exterminio agradecían el acceso a PGP. Pero también recuerda cómo esa misma tecnología fue adoptada por redes terroristas. “Estas tecnologías suelen tener efectos mixtos en la sociedad, y eso incluye a Bitcoin”, advierte. En esa frase palpita de nuevo el peligro moral.

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Diálogo entre bitcoiner

Esa dualidad impregna toda la conversación entre Canellis y Zimmermann. Aunque el primero se define como un “bitcoiner radical y reformado”, su perfil de periodista de datos le permite adoptar una mirada más crítica y estructurada. Zimmermann, por su parte, evita las simplificaciones y plantea sus reservas con un lenguaje firme, pero sereno. Bitcoin, dice, ha sido útil en contextos autocráticos, como en Singapur o Argentina. Pero eso no elimina sus posibles consecuencias perversas. La descentralización es una promesa, no una garantía. Lo que Zimmermann pone sobre la mesa es la necesidad de que los defensores de estas tecnologías no se escuden en el evangelio del código abierto para desentenderse de sus efectos reales en el mundo.

Ese llamado a la responsabilidad también tiene ecos personales. Zimmermann se muestra melancólico al hablar de Hal Finney, cuya temprana participación en el desarrollo de Bitcoin se anticipó a muchas de las ideas que hoy celebran los defensores de la criptoeconomía. Finney estaba trabajando ya con conceptos de prueba de trabajo antes de que Bitcoin existiera formalmente. En contraste, Zimmermann estaba en otro plano, aunque reconoce que “fue un avance muy creativo en el desarrollo del dinero digital”. Esa confesión revela algo más profundo: incluso los visionarios tienen límites temporales, momentos en los que no logran involucrarse del todo con una revolución que, sin embargo, sienten como propia. Pero también es un reflejo de esa prudencia constante, de esa conciencia de el peligro moral que atraviesa su obra.

Entre emancipación y amenaza

El reportaje de Canellis logra capturar este dilema sin resolverlo, como debe ser. No busca absolver ni condenar. Presenta a Zimmermann en toda su complejidad: un hombre que ha luchado por la libertad, pero que sabe que esta, cuando no se acompaña de reflexión, puede devenir en caos. En última instancia, Bitcoin puede ser esa herramienta ambigua que salva a unos y perjudica a otros, que permite a un activista en Nicaragua guardar sus ahorros y, al mismo tiempo, a un cartel en Europa financiar sus operaciones. Y es precisamente en ese filo —entre emancipación y amenaza— donde reside el verdadero campo de batalla.

El reportaje de Canellis logra capturar este dilema sin resolverlo, como debe ser. No busca absolver ni condenar. Presenta a Zimmermann en toda su complejidad: un hombre que ha luchado por la libertad, pero que sabe que esta, cuando no se acompaña de reflexión, puede devenir en caos. En última instancia, Bitcoin puede ser esa herramienta ambigua que salva a unos y perjudica a otros, que permite a un activista en Nicaragua guardar sus ahorros y, al mismo tiempo, a un cartel en Europa financiar sus operaciones. Ilustración MidJourney.

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Así como PGP cambió las reglas del juego en los noventa, Bitcoin está redefiniendo lo que significa tener control sobre el dinero. Pero en ambos casos, advierte Zimmermann, no basta con celebrar la innovación. Hace falta preguntarse a quién sirve, cómo se usa, y qué tipo de sociedad ayuda a construir. Porque si no se hace, si la fascinación técnica se impone sobre la crítica moral, entonces corremos el riesgo de repetir errores pasados con nuevas herramientas. Y ese, para Zimmermann, es el núcleo del verdadero desafío: reconocer que el peligro moral no está en el código, sino en nosotros.

 

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