La reconfiguración geopolítica del continente latinoamericano tiene una coordenada evidente: del Canal de Panamá al litio andino se dibuja el nuevo mapa de poder. En este espacio estratégico, entre puertos marítimos y salares, se libra una competencia sutil pero feroz entre las superpotencias del siglo XXI. Ya no se trata de ideologías, sino de rutas comerciales, reservas minerales y alianzas estratégicas. América Latina, tradicionalmente vista como patio trasero de Estados Unidos, está siendo cortejada con insistencia por una China pragmática y paciente, que ofrece inversión, infraestructura y un discurso de cooperación sur-sur. Las decisiones que se tomen en los próximos años en estos territorios marcarán el rumbo de un orden internacional cada vez más multipolar.
El periodista Guillermo Abril, corresponsal de El País en Pekín, con experiencia previa en Bruselas y zonas de conflicto como Siria y Libia, ha sido uno de los primeros en advertir esta transformación. En su reportaje titulado: “China tiende una mano a Latinoamérica como alternativa al ‘unilateralismo y el proteccionismo’ de Trump”, Abril detalla cómo el presidente Xi Jinping ha ofrecido una línea de crédito de 8.250 millones de euros a América Latina y el Caribe, en el marco del Foro China-Celac celebrado en Pekín. A través de datos y testimonios, el autor retrata cómo esta región, convertida en campo de batalla geoeconómica, se enfrenta a decisiones cruciales entre los dos grandes polos del poder global.
China: el nuevo mapa de poder
El nuevo mapa de poder no se limita a una disputa comercial. Es una carrera por el alma estratégica de un continente. China, en una maniobra de diplomacia financiera y simbólica, reunió en Pekín a líderes de tres de las cinco principales economías latinoamericanas: Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Gustavo Petro (Colombia) y Gabriel Boric (Chile). Mientras tanto, Panamá, hasta hace poco aliado prioritario de Pekín, se retiró discretamente de la Nueva Ruta de la Seda y limitó al mínimo su representación en la cita ministerial. Su reciente decisión de vender activos clave del Canal a un consorcio liderado por el fondo estadounidense BlackRock deja entrever una presión soterrada de Washington, decidida a recuperar terreno en la región.

La propuesta china se articula bajo una narrativa que rehúye confrontaciones abiertas pero lanza mensajes claros. Xi Jinping no mencionó directamente a Estados Unidos, pero calificó las guerras comerciales como “una trampa sin ganadores” y criticó las “conductas intimidatorias y prepotentes” que solo conducen al aislamiento. Desde esta óptica, el nuevo mapa de poder plantea a Latinoamérica una encrucijada: aferrarse a la tutela estadounidense o construir alianzas con otras potencias emergentes en pie de igualdad. El discurso chino, reforzado por millonarias inversiones, se apoya en una lógica de multipolaridad que seduce a gobiernos que desean diversificar relaciones sin romper con nadie.
500.000 millones de dólares
Guillermo Abril destaca que la influencia china en América Latina ya es tangible. En 2024, los intercambios comerciales superaron los 500.000 millones de dólares, 40 veces el volumen del año 2000. China se ha convertido en el primer socio de Brasil, Chile y Perú, y en el segundo para el resto del continente. Veinte de los treinta y tres países de la Celac ya forman parte formal de la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En paralelo, las empresas chinas han avanzado en sectores clave: puertos, minería, infraestructura energética y telecomunicaciones. El triángulo estratégico Panamá–Argentina–Perú es hoy un corredor geoeconómico clave en el nuevo mapa de poder.
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Colombia ilustra el giro simbólico del momento. Tradicionalmente alineado con la política exterior de Washington, el gobierno de Gustavo Petro ha anunciado su adhesión a la Ruta de la Seda. Desde la Gran Muralla, el presidente colombiano defendió la necesidad de un “diálogo horizontal” entre regiones, sin imposiciones ni tutelajes. Su gesto ha despertado suspicacias en Estados Unidos, que sigue considerando a Colombia un socio militar clave. Pero para Petro, el mensaje es claro: en el nuevo mapa de poder no se trata de sustituir una hegemonía por otra, sino de reclamar un lugar propio en la mesa global.
Aquí no se quieren peleas
El presidente chileno, Gabriel Boric, también se pronunció en esa línea durante la reunión en Pekín. Subrayó la importancia de mantener la libertad de asociación y evitar caer en una lógica binaria entre bloques enfrentados. “Nuestra región no quiere ser escenario de disputas hegemónicas”, dijo, en lo que podría interpretarse tanto como una advertencia a Estados Unidos como a China. Lula da Silva, el líder con mayor trayectoria de los presentes, fue más explícito: abogó por un sistema de gobernanza global que refleje la diversidad del mundo actual y condenó los aranceles impuestos unilateralmente por países poderosos. “Nuestro futuro no depende de Xi, ni de Biden, ni de Bruselas. Depende de nosotros mismos”, sentenció.
El nuevo mapa de poder también pasa por el subsuelo. El litio andino, concentrado en el triángulo que conforman Argentina, Bolivia y Chile, es visto como un recurso estratégico de la transición energética global. China ha invertido fuertemente en operaciones de extracción y procesamiento de este mineral clave para las baterías de autos eléctricos. Estados Unidos ha reaccionado tarde, pero con fuerza. En medio de tensiones con Pekín, ha comenzado a promover acuerdos bilaterales con gobiernos de la región para garantizar el acceso a estos recursos. De fondo, se libra una pugna silenciosa por el control de los insumos del siglo XXI.

Navegar sin perder soberanía ni oportunidades
En este tablero también influyen actores privados y fondos de inversión. El caso de BlackRock en Panamá es solo una muestra del renovado interés estadounidense por los activos estratégicos en la región. El capital chino, más controlado por el Estado, opera bajo una lógica de alianzas de largo plazo. El capital occidental, más flexible pero también más volátil, actúa con una lógica financiera. En medio de estos intereses contrapuestos, los gobiernos latinoamericanos intentan navegar sin perder soberanía ni oportunidades. El nuevo mapa de poder obliga a todos los jugadores a recalibrar sus posiciones constantemente.
El Foro China-Celac ha sido una plataforma para formalizar este reacomodo. Aunque no todos los países participan con el mismo entusiasmo, el mensaje general es claro: la región busca espacios de cooperación con múltiples actores, más allá del eje Washington–Pekín. La diplomacia china, paciente y envolvente, ha logrado posicionarse como una alternativa viable al viejo orden. Pero también enfrenta resistencias, tanto externas como internas. La dependencia excesiva, la opacidad de algunos acuerdos y el temor a nuevas formas de subordinación son fantasmas que recorren los pasillos diplomáticos latinoamericanos.
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En este contexto, la palabra clave es autonomía. Los líderes de la región repiten, con matices, un mismo mensaje: no queremos ser peones de una nueva Guerra Fría. Queremos ser constructores de una paz multipolar, en la que América Latina deje de ser periférica y se convierta en un actor relevante. Del Canal de Panamá al litio andino, el nuevo mapa de poder ofrece oportunidades inéditas. Pero también exige decisiones valientes, visión estratégica y una dosis inusual de unidad regional. El siglo XXI se juega en muchos tableros, y uno de ellos está aquí, en el corazón de América Latina.