En nombre de una supuesta restauración industrial y defensa del empleo nacional, Estados Unidos parece haber reactivado una vieja fórmula económica que no solo ha probado ser ineficaz, sino también contraproducente: debilitar a sus vecinos. Desde el retorno de Donald Trump al escenario político con una retórica arancelaria recargada hasta la implementación de medidas que afectan tanto a grandes aliados como a pequeños países dependientes del comercio, la principal potencia mundial se mueve hacia una táctica que, lejos de fortalecer su papel hegemónico, acelera su aislamiento y erosión como referente estratégico global.
El análisis de esta dinámica ha sido desarrollado recientemente por Bedassa Tadesse, profesora de economía en la Universidad de Minnesota-Duluth, colaborador habitual del portal The Conversation. En su ensayo titulado: “Empobrece a tu prójimo y te perjudica a ti mismo: aranceles como los de Trump tienen sus inconvenientes, como demuestra la historia”, Tadesse examina el impacto de las medidas proteccionistas propuestas por Trump en abril de 2025. Con una formación especializada en economía aplicada, migración y desarrollo, el autor no solo aporta datos históricos, sino una visión estructural que conecta decisiones actuales con sus previsibles consecuencias económicas y geopolíticas.
Debilitar a sus vecinos: mala estrategia
El epicentro del problema reside en la estrategia que la historia económica conoce como “empobrecer al vecino”, un enfoque que consiste en imponer aranceles, trabas comerciales o manipulaciones monetarias que benefician a la economía nacional a costa del daño a socios comerciales. Esta forma de debilitar a sus vecinos no solo contradice los principios del libre comercio establecidos por economistas clásicos como Adam Smith, sino que desconoce la naturaleza interdependiente del comercio moderno, donde las cadenas de producción abarcan múltiples países y regiones.

En esta lógica de confrontación, los más vulnerables son los primeros en caer. El caso de Lesoto, una pequeña nación africana sin litoral, es ilustrativo: la imposición de un arancel del 50% a sus exportaciones textiles hacia Estados Unidos, aunque posteriormente suspendida durante 90 días, mostró cómo el intento de debilitar a sus vecinos puede volverse simbólicamente tóxico para la imagen internacional de Washington. Lesoto no representa un desafío comercial estratégico, pero su afectación evidencia la falta de proporción y racionalidad en las medidas adoptadas, y cómo su aplicación indiscriminada ignora las diferencias de escala, capacidad y dependencia comercial.
La Ley Smoot-Hawley y otros fracasos
Lo más preocupante es que esta estrategia no se limita a rivales económicos como China. También afecta a aliados históricos como Reino Unido, Australia o Canadá, que han sido alcanzados por medidas punitivas bajo el pretexto de reducir déficits comerciales bilaterales. Este enfoque simplista —concebir el comercio como un juego de suma cero donde uno gana y otro pierde— ha llevado a Washington a debilitar a sus vecinos incluso en el seno del G7 o la OTAN, sembrando resentimiento y debilitando alianzas clave en un contexto de tensiones crecientes con Rusia y China.
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A lo largo del tiempo, el manual ha sido el mismo. En los años treinta, la Ley Smoot-Hawley aplicó los aranceles en Estados Unidos, desencadenando represalias globales que agravaron la Gran Depresión. Durante el mandato de George W. Bush, los aranceles al acero provocaron amenazas similares desde la Unión Europea, que apuntaron sus contramedidas a productos claves de estados políticamente estratégicos como Florida o Carolina del Norte. Trump, con su estilo confrontacional, solo ha dado una versión amplificada de esa misma lógica, reforzando la percepción de que el país más poderoso del mundo no vacila en debilitar a sus vecinos si eso le permite aplacar su frente interno.
El invisible castigo burocrático
Pero los daños colaterales no se limitan al comercio de bienes. Como recuerda Tadesse, también existen represalias sutiles y burocráticas que, lejos de los titulares, minan progresivamente la competitividad estadounidense. Se trata de demoras aduaneras, inspecciones arbitrarias, requisitos técnicos exagerados o cambios regulatorios diseñados para excluir silenciosamente a las empresas estadounidenses. Este tipo de represalia silenciosa no solo aumenta los costos operativos, sino que genera una atmósfera de desconfianza y hostilidad comercial que, a mediano plazo, incentiva la deslocalización y el repliegue de las inversiones.
Incluso en sectores tan sensibles como la agricultura, las consecuencias de este enfoque son evidentes. En su primer mandato, la respuesta china a los aranceles estadounidenses fue recortar excesivamente las importaciones de soja y carne de cerdo, lo que redujo pérdidas de millas de millones de dólares y afectó de forma directa a estados tradicionales republicanos como Iowa. En esta nueva oleada, países como India, la Unión Europea o Canadá han insinuado o puesto en práctica represalias similares. Así, al debilitar a sus vecinos, Washington se exponen una vez más a un ciclo de reacciones en cadena que perjudican a sus propios productores, consumidores y aliados estratégicos.

Brics+ gana terreno
El impacto va más allá de lo económico. Las acciones unilaterales en materia arancelaria, y la percepción de que Estados Unidos es un socio impredecible, han acelerado movimientos globales para reducir la dependencia del dólar, diversificar proveedores y buscar alianzas en nuevos polos como los BRICS+. Países que antes se alineaban automáticamente con Washington comienzan a explorar alternativas, ya no por afinidad ideológica, sino por supervivencia económica. En otras palabras, al debilitar a sus vecinos, Estados Unidos también debilita los vínculos que sostienen su arquitectura geopolítica.
Esta erosión tiene implicaciones profundas en el tablero internacional. El aislamiento autoinfligido que deriva de políticas proteccionistas y punitivas mina esa capacidad y deja el espacio abierto para que potencias como China avancen con ofertas más atractivas y estables para los países en desarrollo. La obsesión por los déficits comerciales bilaterales también desdibuja el foco real de la competitividad. Como indica Tadesse, lo que determina la fuerza de una economía no es cuánto exporta frente a lo que importa de un socio específico, sino su capacidad para generar valor, innovar y atraer inversiones. En lugar de debilitar a sus vecinos, Estados Unidos debería apostar por reforzar su base tecnológica, educativa y productiva, así como por reconfigurar alianzas basadas en la complementariedad y la cooperación estratégica.
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Proteccionismo absurdo
En este marco, incluso las medidas supuestamente temporales, como la pausa de 90 días en los nuevos aranceles, generan un clima de incertidumbre que perjudica tanto a las empresas estadounidenses como a sus socios comerciales. La ambigüedad como herramienta diplomática puede ser útil en negociaciones complejas, pero aplicada a la política económica y comercial solo caos, improvisación y oportunismo. Debilitar a sus vecinos puede ofrecer réditos políticos inmediatos, pero a costa de una degradación sostenida de la credibilidad estadounidense como líder global.
La historia demuestra que los ciclos proteccionistas no solo son ineficaces, sino peligrosos. La resiliencia de una potencia no se basa en levantar muros, sino en construir puentes. Cada intento de debilitar a sus vecinos termina, inevitablemente, debilitando su propia posición estratégica. Y aunque el discurso político pueda aplaudir estas tácticas como actos de firmeza, los resultados económicos, diplomáticos y sociales demuestran que se trata de un camino que socava más de lo que fortalece. En un mundo interconectado, donde las fronteras económicas son más porosas que nunca, el liderazgo se ejerce con inteligencia y colaboración, no con castigos y aislamiento.