En un quinquenio la mitad del planeta será obesa: Enfermedad, sufrimiento e impotencia

En un quinquenio la mitad del planeta será obesa. Así lo vaticina uno de los estudios más recientes y exhaustivos sobre salud global. Se trata de un escenario desolador que no se limita a una cuestión estética o de hábitos individuales: representa una amenaza estructural para la sanidad pública, la economía global y el bienestar colectivo. La obesidad, una enfermedad crónica que hace apenas unas décadas parecía circunscrita a ciertos sectores de los países ricos, se ha extendido como una pandemia silenciosa a todos los rincones del mundo, sin distinción de clase, continente ni edad. Las estadísticas revelan que la acumulación excesiva de grasa corporal se ha convertido en una trampa epidemiológica que compromete el futuro mismo de la humanidad.

José Miguel Soriano del Castillo, Catedrático del Área de Nutrición y Bromatología de la Universitat de València y colaborador en el portal The Conversation, escribió recientemente un artículo titulado: “Última hora sobre la obesidad en el mundo: la epidemia va a más”. Con una sólida formación como Graduado en Nutrición Humana y Dietética, Licenciado y Doctor en Farmacia, Soriano del Castillo también es miembro de la Academia Española de Nutrición y Dietética. En su texto, alerta sobre los hallazgos del Atlas Mundial de la Obesidad 2025, elaborado por la Federación Mundial de la Obesidad. El informe sostiene que, si se mantiene la tendencia actual, para el año 2030 cerca de 3.000 millones de personas adultas vivirán con sobrepeso u obesidad. Esta cifra representa aproximadamente el 50% de la población adulta mundial.

La mitad del planeta será obesa

La mitad del planeta será obesa, pero no de forma homogénea. Los países insulares del Pacífico encabezan el listado con tasas superiores al 70 %, como es el caso de Samoa Americana, Nauru y Tokelau. Aunque con cifras algo menores, Estados Unidos (44 %), México (30 %) y España (15 %) también forman parte del creciente mapa de la obesidad. Estas variaciones obedecen a múltiples factores estructurales: el cambio en los patrones alimenticios hacia dietas hipercalóricas y ultraprocesadas, la pérdida de acceso a alimentos frescos y naturales, y el auge del sedentarismo, muchas veces asociado al entorno urbano y la digitalización del trabajo. Sin embargo, más allá de las cifras, lo que se extiende es una cultura de consumo en la que la alimentación ha dejado de ser un acto nutricional para convertirse en un rito de desconexión emocional.

La obesidad, una enfermedad crónica que hace apenas unas décadas parecía circunscrita a ciertos sectores de los países ricos, se ha extendido como una pandemia silenciosa a todos los rincones del mundo, sin distinción de clase, continente ni edad. Las estadísticas revelan que la acumulación excesiva de grasa corporal se ha convertido en una trampa epidemiológica que compromete el futuro mismo de la humanidad. Ilustración MidJourney

Las consecuencias de esta crisis sanitaria global son tan vastas como profundas. Soriano del Castillo subraya que la obesidad está directamente asociada con enfermedades no transmisibles como la diabetes tipo 2, ciertos tipos de cáncer, hipertensión arterial y patologías cardiovasculares. El informe de la Federación Mundial de la Obesidad señala que, en 2023, al menos 1,6 millones de muertes prematuras estuvieron vinculadas con un índice de masa corporal elevado, lo que equivale al 15 % de los fallecimientos relacionados con enfermedades crónicas no transmisibles. Se trata de un fenómeno que no solo pone en jaque la esperanza de vida, sino que también erosiona la calidad de vida de millones de personas en edad productiva.

Sobrepeso en el PIB

La mitad del planeta será obesa, y eso conlleva costos que van más allá de lo sanitario. El impacto económico es tan inquietante como los efectos clínicos. Según estimaciones del Observatorio Global de la Obesidad, si no se aplican políticas urgentes y efectivas, esta epidemia podría costarle al planeta entre el 3 y el 4% del Producto Interno Bruto global anual. Las consecuencias económicas incluyen el aumento del gasto público y privado en atención médica, la pérdida de productividad laboral, el ausentismo, la discapacidad y las muertes prematuras, así como un peso cada vez mayor sobre los sistemas de pensiones y seguros. Este drenaje económico no solo compromete los objetivos de desarrollo sostenible, sino que amenaza con abrir una brecha más amplia entre países desarrollados y en vías de desarrollo.

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Los más afectados no siempre son los más visibles. A pesar de que las estadísticas suelen centrarse en adultos, la lacra de la obesidad infantil es uno de los rostros más crueles de esta epidemia. En Estados Unidos, casi uno de cada cinco niños y adolescentes presenta obesidad. En México, la cifra alcanza el 30 %, y en España, el 18,6 %. Esta tendencia, en apariencia silenciosa, exponen a millones de menores a un futuro de enfermedades crónicas, baja autoestima, trastornos mentales y discriminación. La infancia obesa de hoy es la población adulta enferma del mañana. Y el riesgo no solo es sanitario: afecta el rendimiento escolar, la inserción social y el acceso equitativo a oportunidades.

Comen mal pero engordan

La mitad del planeta será obesa, y al parecer los sistemas de salud no están listos para enfrentar esta realidad. De los 68 países analizados por la Federación Mundial de la Obesidad, solo 13 cuentan con infraestructura, políticas públicas y recursos humanos suficientes para atender la obesidad como la enfermedad crónica y multifactorial que es. En la mayoría de los países, el tratamiento recae en la capacidad de pago del paciente, lo que limita el acceso a terapias nutricionales, intervenciones psicológicas y, en casos severos, a cirugías bariátricas. La falta de cobertura médica, la escasa formación de los profesionales de la salud y la estigmatización de los pacientes obstruyen el diseño de políticas públicas eficaces.

Es irónico, pero en los países más pobres del mundo, la obesidad coexiste con la desnutrición. En África subsahariana, partes de América Latina y el sudeste asiático, las dietas basadas en calorías baratas pero carentes de nutrientes —como harinas refinadas, grasas hidrogenadas y bebidas azucaradas— están desplazando los alimentos tradicionales, frescos y locales. Así, la obesidad se convierte en una expresión más de la desigualdad global: los cuerpos empobrecidos acumulan grasa no por abundancia, sino por carencia. El hambre de micronutrientes y el exceso de calorías configuran un paisaje metabólico de sufrimiento e impotencia.

Es irónico, pero en los países más pobres del mundo, la obesidad coexiste con la desnutrición. En África subsahariana, partes de América Latina y el sudeste asiático, las dietas basadas en calorías baratas pero carentes de nutrientes —como harinas refinadas, grasas hidrogenadas y bebidas azucaradas— están desplazando los alimentos tradicionales, frescos y locales. Ilustración MidJourney.

Regular a los ultraprocesados

La mitad del planeta será obesa si no se actúa de forma coordinada, audaz y sostenida. No bastan campañas de concienciación ni programas escolares aislados. Se requiere una estrategia global que regule la publicidad de productos ultraprocesados, imponga impuestos a las bebidas azucaradas, garantice el acceso a alimentos saludables y transforme las ciudades en espacios que promuevan la movilidad activa. A la par, es indispensable formar a los profesionales sanitarios para que comprendan la obesidad como un fenómeno bio-psico-social y no como un problema de voluntad individual. Sin una intervención multifacética, la curva seguirá en ascenso.

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En el fondo, la lucha contra la obesidad no es solo una batalla médica, sino cultural y estructural. Implica repensar los sistemas alimentarios, la arquitectura de las ciudades, las rutinas laborales y hasta las formas en que se produce y distribuye el placer. Exige un nuevo contrato social con el cuerpo humano, donde comer no sea un acto automático, sino un gesto de cuidado, dignidad y conciencia. La evidencia está sobre la mesa, los diagnósticos están hechos y el reloj avanza.

La mitad del planeta será obesa. La advertencia no es nueva, pero nunca fue tan urgente. Cada día perdido en omisiones políticas y discursos edulcorados alimenta el sufrimiento de millones. Lo que se avecina no es una epidemia, sino una catástrofe. Y no será cuestión de azar, sino de inacción.

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