El BRICS+, liderado por un grupo de economías emergentes decididas a escribir su propia hoja de ruta, está a un paso de consolidarse como un polo autónomo de gobernanza global. La reelección de Dilma Rousseff como presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), también conocida como el banco de los BRICS, no es un mero trámite institucional, sino una señal inequívoca de la voluntad del bloque de avanzar hacia una arquitectura financiera multilateral distinta, menos dependiente del dólar y de las reglas impuestas por los organismos financieros de Occidente. Este hito ocurre bajo la presidencia brasileña del grupo en 2025, en medio de una coyuntura de reposicionamiento geopolítico en la que la guerra arancelaria entre China y Estados Unidos y las sanciones sobre Rusia actúan como catalizadores de un nuevo equilibrio internacional.
Isabela Silveira Rocha, politóloga brasileña y candidata a doctorado en el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia, publicó recientemente en The Conversation un artículo titulado: “La reelección de Dilma en el Banco BRICS impulsa la búsqueda del multilateralismo financiero internacional”. En su análisis, Silveira Rocha sostiene que el liderazgo de Rousseff no solo garantiza la continuidad de una agenda de financiamiento centrada en la autonomía de los países miembros, sino que cristaliza una apuesta política por la transformación del sistema financiero global. La autora, especializada en soberanía de datos, redes digitales y opinión pública, contextualiza la relevancia de esta elección como un paso decisivo dentro del ambicioso plan de los BRICS para afianzarse como un contrapeso sistémico a las instituciones tradicionales del orden mundial.
BRICS+: polo autónomo de gobernanza global
El Nuevo Banco de Desarrollo ha sido, desde su fundación, uno de los pilares institucionales del bloque, pero bajo la conducción de Dilma Rousseff y con la expansión reciente del grupo —que ahora incluye a países como Egipto, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía— su rol se ha redefinido como catalizador de un polo autónomo de gobernanza global. La decisión de extender el mandato de Rousseff hasta 2030 refuerza la señal de estabilidad institucional en un entorno internacional marcado por la volatilidad. La continuidad de su gestión representa también la reafirmación de una visión estratégica que privilegia la inversión en infraestructura sostenible, el financiamiento en monedas locales y la desconexión paulatina del sistema dominado por el dólar.

Dilma Rousseff, respaldada explícitamente por Vladimir Putin y con la anuencia tácita de Pekín, encarna la figura de una diplomática con capital político acumulado en el Sur Global. Su reelección, en palabras de Silveira Rocha, simboliza el deseo de los BRICS de construir una plataforma financiera que no sea un espejo del FMI o el Banco Mundial, sino una alternativa pensada desde y para los países en desarrollo. En este contexto, el liderazgo brasileño, que también se ha manifestado a través del G20 y la próxima organización de la COP30, consolida una política exterior basada en el multilateralismo propositivo y no confrontativo. Pero también subraya una voluntad clara: consolidar un polo autónomo de gobernanza global que responda a las realidades del siglo XXI y no a los intereses de la Guerra Fría.
Remediar la dependencia financiera
Uno de los elementos más reveladores de esta nueva etapa del BRICS es la apuesta específica por la desdolarización. Las transacciones en monedas locales entre China y Rusia ya son una realidad consolidada, y el NDB ha comenzado a estructurar instrumentos que permiten a otros miembros financiarse en sus respectivas monedas, reduciendo la exposición al dólar y, por ende, a las decisiones unilaterales de política monetaria tomadas por la Reserva Federal de EE.UU. Esta estrategia de soberanía económica no es antioccidental en esencia, como aclara Silveira Rocha, pero sí es profundamente crítica de los efectos estructurales que el dólar tiene sobre las economías del Sur Global: endeudamiento encarecido, volatilidad cambiaria y dependencia financiera crónica.
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La tesis que sostiene el ascenso de los BRICS+ como polo autónomo de gobernanza global se refuerza cuando se observa cómo el grupo ha decidido diversificar sus mecanismos de cooperación. No se trata únicamente de financiamiento: hay una agenda integral que incluye el fortalecimiento del comercio Sur-Sur, la expansión de las redes digitales soberanas, la cooperación científica y tecnológica, y la articulación de foros paralelos que disputan espacios simbólicos a instituciones como Davos. Es en ese entramado donde el rol del NDB como motor financiero cobra todo su sentido. La financiación de proyectos sustentables y de infraestructura deja de ser una acción puntual para convertirse en una palanca de transformación estructural del sistema global.
El dólar como palanca política
Además del aspecto financiero, el poder del dólar como herramienta política ha sido una preocupación central del análisis de Silveira Rocha. Estados Unidos ha usado históricamente su control sobre las plataformas de pago —como el sistema SWIFT— para imponer sanciones y aislar a países considerados enemigos estratégicos. La posibilidad de que los BRICS+ construyan una red paralela de pagos, con mecanismos de compensación en monedas propias, no es solo un acto de resistencia financiera, sino una declaración de soberanía. De ahí que la reelección de Rousseff adquiera una connotación mayor: no se trata solo de liderazgo técnico, sino de una arquitectura política que busca blindar al bloque ante los embates de una gobernanza global aún dominada por intereses norteatlánticos.
Si bien el NDB no pretende convertirse en un organismo antagónico al FMI o al Banco Mundial, su acción apunta a erosionar la concentración de poder que estas entidades han tenido por décadas. La lógica del financiamiento que promueve Rousseff es otra: menos condicionamientos estructurales, más enfoque en las necesidades internas, más control de los recursos, más participación de las comunidades locales. En esa dirección, el banco se convierte en una herramienta no solo para ejecutar obras, sino para reconfigurar el modelo de desarrollo vigente. Y eso es, precisamente, lo que define un polo autónomo de gobernanza global: la capacidad de diseñar reglas, asignar recursos y establecer prioridades desde una visión distinta a la dominante.

Coordinación de expectativas
Esta dinámica no está exenta de tensiones internas. Los BRICS+ son un grupo heterogéneo, con intereses a veces divergentes y niveles de desarrollo dispares. Sin embargo, lo que los une es más poderoso que lo que los separa: una voluntad política de no seguir dependiendo del sistema tradicional, una convicción compartida sobre los límites del orden actual, y un deseo manifiesto de construir plataformas propias, desde bancos hasta monedas digitales, desde foros diplomáticos hasta alianzas estratégicas. Por eso, el desafío de Dilma Rousseff no es solo institucional; es, sobre todo, geopolítico. Coordinar las expectativas de Moscú, Nueva Delhi, Pretoria, Pekín y ahora de nuevos actores del BRICS+ requiere una combinación de pragmatismo y audacia.
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El camino hacia una nueva arquitectura financiera internacional es largo y estará lleno de obstáculos. Pero si algo deja clara la reelección de Rousseff, es que el bloque ha decidido caminarlo sin volver la vista atrás. Con una presidencia brasileña proactiva, con proyectos en marcha y una narrativa que ya no pide permiso para existir, el BRICS+ se alza como una alternativa seria a la gobernanza global hegemonizada por Occidente. No se trata aún de un sistema paralelo plenamente operativo, pero sí de la fundación de uno. Y cuando una alianza de países que representan más del 40% de la población mundial y una parte creciente del PIB global deciden organizarse con criterios propios, las implicaciones ya no son simbólicas, sino sistémicas. Así, en este momento de inflexión histórica, el BRICS+ deja de ser una promesa y se transforma, con pasos firmes y agenda propia, en un polo autónomo de gobernanza global.