La Fiebre Amarilla en Colombia ya no es un fenómeno restringido a las selvas cálidas del sur del país ni a los márgenes históricos de transmisión que figuraban en los mapas epidemiológicos de antaño. La enfermedad ha comenzado a ascender a regiones que hasta hace poco eran consideradas zonas templadas y seguras. La alarma no es menor: en un país donde la movilidad masiva en Semana Santa empuja a millones de personas a desplazarse desde las ciudades frías hacia las regiones cálidas, el riesgo de propagación se multiplica y pone en entredicho las capacidades de contención del sistema sanitario. Esta Semana Santa, los brotes no solo condicionaron las decisiones vacacionales de miles de colombianos, sino que sembraron un clima de incertidumbre epidemiológica. La preocupación crece cuando se advierte que el patrón histórico de la fiebre amarilla está cambiando, tal como lo advirtió el propio presidente colombiano y lo confirmaron diversas autoridades de salud.
Juan Esteban Lewin, jefe de Redacción de la edición América Colombia del diario EL PAÍS de España, alertó sobre este fenómeno en su reciente artículo titulado: “Un brote de fiebre amarilla ensombrece la Semana Santa en Colombia”. Con base en cifras oficiales y entrevistas con epidemiólogos y autoridades sanitarias, Lewin expuso que desde octubre se han confirmado 57 casos y al menos 23 muertes provocadas por esta enfermedad tropical. El brote más preocupante se ha originado en el departamento del Tolima, región históricamente libre de este tipo de casos. En su crónica, el periodista reconstruye cómo un virus que parecía confinado a territorios remotos se ha infiltrado en áreas cercanas a Bogotá y ha puesto en jaque a municipios que no estaban preparados para una contingencia de esta naturaleza.
Fiebre Amarilla en Colombia
La Fiebre Amarilla en Colombia, según los datos recabados hasta inicios de abril de 2025, ha mutado de una amenaza localizada a una crisis de salud pública con ramificaciones nacionales. El Instituto Nacional de Salud (INS) reportó que 54 de los 57 casos han sido confirmados mediante pruebas de laboratorio o nexo epidemiológico. La letalidad de este brote alcanza un 40,7%, una cifra que obliga a una acción inmediata, no solo por la agresividad del virus sino por la debilidad de las infraestructuras sanitarias en las zonas rurales afectadas. El INS también dejó claro que, hasta ahora, los contagios no se han originado en zonas urbanas, pero la proximidad de algunos focos al altiplano cundiboyacense —donde vive un quinto de la población del país— enciende todas las alarmas.

La Fiebre Amarilla ha reaparecido en sitios como Caldas, un departamento montañoso que no había registrado casos en décadas. El municipio de Neira, enclavado en la cordillera Central, confirmó uno de los casos más llamativos, no por su número sino por su simbolismo: una enfermedad potencialmente asociada al trópico está cruzando las fronteras naturales de altitud y temperatura que alguna vez sirvieron de barrera epidemiológica. La gobernadora del Tolima declaró la “calamidad pública” y el Ministerio de Salud señaló como municipios de alto riesgo a 369 de los 1.108 del país. Entre estos, no solo figuran regiones cálidas del sur sino también departamentos como Meta, Caquetá, y zonas fronterizas con Brasil y Ecuador, lo cual complica la respuesta y la vigilancia.
Acerca de la crisis climática
La Fiebre Amarilla en Colombia ya no solo es un fenómeno de interés para los departamentos selváticos del suroriente. El presidente de la República advirtió desde su cuenta oficial de X que “la fiebre amarilla toca zonas templadas, porque los animales portadores de tierras cálidas suben la montaña cuya atmósfera se calienta por la crisis climática”. Las palabras del mandatario fueron refrendadas por Silvana Zapata, epidemióloga consultada por EL PAÍS, quien explicó que el vector de la enfermedad está escalando a mayores altitudes debido al aumento de temperaturas globales. Zapata fue tajante al afirmar que los mapas de riesgo deben actualizarse con urgencia, pues los patrones climáticos tradicionales ya no sirven para definir zonas seguras.
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Fiebre Amarilla en el país andino plantea un nuevo dilema epidemiológico: la movilidad humana actúa como puente entre los focos de infección rurales y las grandes ciudades. Durante la Semana Santa, Bogotá, Manizales y Pasto vieron salir a miles de sus habitantes hacia regiones con casos activos, elevando el riesgo de propagación. La fiebre amarilla es una enfermedad viral de alta letalidad transmitida por mosquitos infectados. Su peligrosidad no radica únicamente en los síntomas —que van desde fiebre alta y dolor muscular hasta fallos hepáticos—, sino en su velocidad de diseminación una vez que entra en ambientes urbanos densamente poblados. Hasta ahora, Colombia no ha confirmado contagios en la urbe, pero el riesgo es inminente y obliga a reforzar los cercos epidemiológicos.
Esquema de vacunación
La Fiebre Amarilla en Colombia ha sido combatida tradicionalmente con una vacuna eficaz, que el Estado proporciona de forma gratuita y que está incluida en el esquema de inmunización infantil. Sin embargo, su efecto comienza a los 10 días de ser aplicado y dura hasta 10 años. Esto significa que muchas personas que viajaron a zonas de riesgo durante la Semana Santa no estaban protegidas o no tomaron las medidas preventivas necesarias. Las campañas de vacunación de urgencia, desplegadas en Tolima, Caldas y Meta, han logrado alcanzar una buena parte de la población rural, pero la cobertura sigue siendo insuficiente. El riesgo se duplica si el virus logra instalarse en ciudades, donde la densidad poblacional facilita un rebrote incontrolado.
La Fiebre Amarilla también enfrenta el desafío de la desinformación. En redes sociales proliferan teorías conspirativas, dudas sobre la eficacia de la vacuna y mensajes que desalentan la inmunización. Esto complica aún más la tarea de los trabajadores de salud pública, quienes no solo deben atender la emergencia sanitaria, sino también luchar contra un clima de desconfianza. La gobernadora del Tolima, al declarar la calamidad pública, hizo un llamado a combatir las “falsas noticias” y pidió a la ciudadanía atender solo fuentes oficiales. En paralelo, el Ministerio de Salud ha intensificado las campañas informativas, especialmente en zonas donde la cobertura vacunal ha sido históricamente baja.

Una letalidad que hizo historia
La Fiebre Amarilla en Colombia también resucita memorias históricas. La enfermedad ya había sido documentada en el país desde la época colonial y alcanzó su pico en el siglo XIX, cuando brotes urbanos diezmaron poblaciones enteras. El caso más icónico ocurrió en 1885 en Barranquilla, donde un brote mató al 10% de la población en solo tres semanas. Desde entonces, las campañas de erradicación han reducido drásticamente su presencia, pero nunca la eliminaron del todo. El brote de 2016, con solo seis casos, parecía una excepción estadística. Pero la cifra de 23 casos en 2024, y los 37 identificados en apenas tres meses de 2025, sugiere que estamos ante un informe significativo.
Fiebre Amarilla es hoy un síntoma más del cambio climático, de la movilidad desordenada y del deterioro de los sistemas de salud en zonas rurales. El fenómeno pone de relieve que las enfermedades tropicales ya no reconocen altitudes ni estaciones. El mosquito vector se adapta, migra y encuentra nuevas oportunidades en ambientes donde antes no sobrevivía. La combinación de temperaturas más cálidas, deforestación y abandono institucional han creado un caldo de cultivo ideal para que estas enfermedades resurjan. La lucha contra la fiebre amarilla, por tanto, no se gana solo con vacunas, sino con una estrategia multidimensional que incluya educación, infraestructura sanitaria y una política ambiental coherente.
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Coordinación institucional
La Fiebre Amarilla también ha puesto a prueba la coordinación entre niveles de gobierno. Aunque el Ministerio de Salud ha liderado las acciones principales, muchas alcaldías y gobernaciones carecen de protocolos actualizados. Algunas regiones declararon emergencia con semanas de retraso, lo que permitió la expansión del brote. La ausencia de una red de vigilancia robusta en las zonas de montaña ha dificultado el rastreo de nuevos casos y ha limitado la velocidad de respuesta. El caso del municipio de Neira, donde el contagio fue detectado tardíamente, es un ejemplo de esta fragilidad institucional.
La Fiebre Amarilla en Colombia podría ser el preludio de una nueva era de brotes tropicales en zonas tradicionalmente consideradas fuera de peligro. La amenaza de que el virus alcance entornos urbanos obliga a repensar la forma en que se diseñan las campañas de salud pública. El país no solo necesita más vacunas y médicos, sino una nueva cartografía del riesgo. El ascenso de la fiebre amarilla por las montañas colombianas es un llamado de alerta: el clima ha cambiado, y con él, las reglas del juego epidemiológico. El virus, que alguna vez fue el azote del trópico, ya no respeta ni altitud ni estación.