El año 2023 ha sido un regreso a la realidad incómoda para Venezuela: Volvemos a la senda inflacionaria. Un país que había mostrado signos moderadamente alentadores de recuperación económica en 2021 y 2022 vuelve al declive. Apalancada en una dolarización de facto, la economía venezolana había mostrado señales de estabilidad. Sin embargo, este año los dígitos inflacionarios están volviendo a escalar, y con el mundo ocupado observando el conflicto entre Rusia y Ucrania, además de las ambiciones geopolíticas de China, Venezuela parece haberse quedado en el margen de la atención internacional.
Según cifras del Fondo Monetario Internacional (FMI), la inflación en Venezuela para el primer semestre de 2023 ya roza el 50%, un alarmante retroceso respecto a los últimos dos años. Luisa Palacios, economista de la Universidad Católica Andrés Bello, destaca que «el repunte inflacionario podría ser una muestra de que la dolarización no es una panacea y que los fundamentos económicos siguen siendo frágiles».
En la senda inflacionaria
Mientras que la atención internacional está focalizada en otros temas, la negativa del BRICS+ (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, más Argentina, Egipto, Irán, Etiopía, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos) de admitir a Venezuela en su grupo ha sido un revés adicional para Caracas. Según el politólogo Martín Freile, «la decisión del BRICS representa la falta de confianza en la estabilidad económica y política de Venezuela, lo cual aísla aún más al país en el ámbito financiero internacional».
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La pregunta que se formula en muchos círculos económicos y políticos es si este es el momento de que Venezuela toque las puertas del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) para un préstamo que ayude a estabilizar su economía. El retorno a la senda inflacionaria pudiera estimular una decisión. Las sanciones impuestas por los Estados Unidos continúan haciendo mella en la economía venezolana, y las negociaciones políticas internas están en un punto muerto.
Dejar de lado las emociones
Sergio Guzmán, historiador y experto en relaciones exteriores, señala que «la opción del BID podría ser una vía pragmática para retomar canales de financiamiento y cooperación internacional que Caracas había cerrado. Sería también un paso hacia una mayor integración en el sistema financiero global, alejándose de un aislamiento autoimpuesto».
Sin embargo, hay obstáculos significativos en esta ruta. Además de la senda inflacionaria, Venezuela debe abrir otros caminos. Los requisitos de transparencia y gobernabilidad que el BID exige son altos, y Venezuela tendría que hacer reformas internas considerables para ser un candidato viable para un préstamo. Según la Organización de Estados Americanos (OEA), Venezuela todavía tiene una lista de tareas pendientes en cuanto a la consolidación de instituciones democráticas y la promoción de transparencia en sus finanzas públicas.
Negociar con los EE.UU.
Además, las sanciones de Estados Unidos, un miembro influyente del BID, podrían complicar cualquier proceso de préstamo. Sin embargo, según el analista financiero Pedro Ramos, «si Venezuela se mueve en la dirección de reformas políticas y económicas, el apoyo del BID podría ser un catalizador significativo para una recuperación más amplia, no solo a nivel económico sino también político».
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En este entorno de incertidumbre y aislamiento, el reloj está avanzando para Venezuela. La senda inflacionaria amenaza con borrar los pequeños logros de los años anteriores, y la falta de atención internacional podría dejar a Venezuela en un ciclo pernicioso de declive. Ante este panorama, acudir al BID podría ser más que una opción financiera; podría ser un cambio de rumbo necesario en la historia reciente de Venezuela. El tiempo dirá si Caracas está dispuesta a replantear su ruta y hacer las difíciles, pero necesarias decisiones que eso implicaría.