Madurismo ejecuta una metódica sinfonía con un allegro final que dejará a Nicolás en Miraflores

Desde la perspectiva de quien observa los movimientos políticos en Venezuela con detenimiento, resulta imposible ignorar el meticuloso mecanismo con el que el madurismo, bajo la batuta de Nicolás Maduro, ejecuta su plan para mantenerse en el poder. Esta estrategia, que podría compararse con una sinfonía bien orquestada, ha alcanzado su allegro final, asegurando una vez más la presencia de Nicolás en Miraflores. Este escenario se ha desarrollado en un país marcado por profundos desafíos sociales, económicos y políticos, donde la oposición busca incansablemente espacios para competir en un terreno que se torna cada vez más inclinado en su contra.

El material original de este análisis fue elaborado por Juan Diego Quesada, corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina para EL PAÍS. Quesada, con una vasta experiencia que incluye ser miembro fundador de EL PAÍS América y enviado especial a diversas zonas de conflicto alrededor del mundo, tituló su más reciente trabajo “Maduro endurece la represión y allana su camino hacia la reelección en Venezuela”. En este, desgrana cómo las recientes acciones del gobierno venezolano apuntan a un ensordecedor allegro final que busca perpetuar a Nicolás en Miraflores, dejando poco margen para la disidencia.

Nicolás en Miraflores
La estrategia madurista tomó un giro dramático con las recientes declaraciones de Rodríguez, quien, lejos de mantener una postura conciliadora, propuso una legislación para castigar severamente a los considerados «traidores a la patria».  Ilustración MidJourney

El plan es dejar a Nicolás en Miraflores

El año pasado, algunos diplomáticos salían sorprendidos de las reuniones con el núcleo duro del chavismo, testimonio de la primera fase de esta sinfonía. Jorge Rodríguez, mano derecha de Maduro y figura clave en la estrategia política del gobierno, parecía emitir señales de una posible apertura hacia una transición democrática. Sin embargo, quienes conocen la historia política reciente de Venezuela abrigaban sus dudas, conscientes de las maniobras pasadas del chavismo. Este inicio, cargado de una cautelosa esperanza, marcó el preludio de una composición que, a ojos de muchos, se dirigía hacia un desenlace menos esperanzador para la oposición y más favorable para Nicolás en Miraflores.

La estrategia madurista tomó un giro dramático con las recientes declaraciones de Rodríguez, quien, lejos de mantener una postura conciliadora, propuso una legislación para castigar severamente a los considerados «traidores a la patria». Este cambio de tono revela la intención del gobierno de afianzar su dominio, usando el poder judicial y las fuerzas de seguridad para silenciar a la oposición. Este momento de inflexión subraya el allegro final de la sinfonía, un período marcado por una represión intensificada contra figuras clave de la oposición, como María Corina Machado.

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Apresados y buscados sus descendientes

Machado, principal figura de la oposición, enfrenta una inhabilitación confirmada por el Tribunal Supremo de Justicia, lo que en teoría le impide competir en las próximas elecciones presidenciales. A pesar de esta barrera, su intención de seguir en la carrera electoral pone en jaque al gobierno de Maduro, que se ve obligado a maniobrar para evitar cualquier posibilidad de que ella o alguien de su equipo pueda desafiarlo en las urnas. La reciente ola de detenciones y órdenes de captura contra colaboradores cercanos a Machado es testimonio de esta táctica, que busca eliminar cualquier amenaza potencial a la continuidad de Nicolás en Miraflores.

En este contexto, la comparación con elecciones en otros regímenes autoritarios, como la reciente victoria de Vladímir Putin en Rusia, se hace inevitable. Sin embargo, a diferencia de Putin, cuya popularidad supera el 80%, Maduro enfrenta un escenario mucho más precario, con una aceptación considerablemente menor y un rechazo palpable en sectores significativos de la población venezolana. Este panorama pone de relieve la fragilidad del madurismo, obligado a recurrir a tácticas cada vez más autoritarias para asegurar su supervivencia política.

Rodeados de «traidores» y «esquiroles»

La decisión de endurecer la represión y cerrar el espacio político a la oposición revela la verdadera naturaleza del madurismo: un régimen dispuesto a mantenerse en el poder a cualquier costo, incluso si ello implica sacrificar los principios democráticos y los derechos humanos. Esta realidad, lejos de ser una novedad en la historia política de Venezuela, se ha intensificado en los últimos meses, evidenciando una estrategia clara para neutralizar cualquier amenaza que pueda surgir desde el espectro opositor que desvíe el recolocar a Nicolás en Miraflores. La retórica gubernamental, centrada en la protección del estado contra «traidores» y «esquiroles», no hace sino exacerbar un ambiente ya de por sí cargado, preparando el escenario para un proceso electoral en el que las condiciones parecen estar lejos de ser equitativas.

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A pesar de las adversidades, la oposición venezolana sigue buscando estrategias para hacer frente a un gobierno que controla gran parte del aparato estatal, incluidas las instituciones judiciales y electorales. La figura de María Corina Machado y su determinación de continuar en la carrera presidencial, a pesar de las prohibiciones y las adversidades, simboliza la resistencia contra un régimen que busca afianzarse en el poder a través de la represión y la manipulación política. La posibilidad de que Machado ceda su capital político a otro candidato que pueda llevar su antorcha representa una de las pocas esperanzas para la oposición de mantenerse relevante en un contexto cada vez más restrictivo.

Nicolás en Miraflores
La decisión de endurecer la represión y cerrar el espacio político a la oposición revela la verdadera naturaleza del madurismo: un régimen dispuesto a mantenerse en el poder a cualquier costo, incluso si ello implica sacrificar los principios democráticos y los derechos humanos. Ilustración MidJourney.

La legitimidad no interesa

El caso de Machado y la respuesta del gobierno de Maduro a su creciente popularidad reflejan un temor latente dentro del madurismo a enfrentarse a una verdadera competencia electoral. La inhabilitación política de figuras opositoras clave, la detención de colaboradores y activistas, y la creación de leyes que buscan penalizar la disidencia son tácticas diseñadas para socavar cualquier posibilidad de un cambio político a través de las urnas. Este enfoque, lejos de fortalecer la imagen del gobierno, solo sirve para resaltar su debilidad y su falta de confianza en el apoyo popular.

La reacción internacional ante los recientes acontecimientos en Venezuela ha sido de condena y preocupación. La comunidad internacional, incluidas varias organizaciones de derechos humanos y gobiernos extranjeros, ha expresado su rechazo a las acciones del gobierno de Maduro, señalando la erosión de la democracia y el respeto por los derechos humanos en el país. Sin embargo, la influencia externa se ha visto limitada por la habilidad del madurismo de mantener un control firme sobre las instituciones nacionales y por la complejidad de la geopolítica regional.

El madurismo ejecuta una metódica sinfonía con un allegro final que, al menos por ahora, parece asegurar la permanencia de Nicolás en Miraflores. Este proceso, marcado por la represión y el cierre del espacio democrático, plantea serios desafíos para el futuro político de Venezuela. La resistencia de la oposición y la atención internacional son cruciales, pero el camino hacia un cambio significativo en el país se antoja largo y lleno de obstáculos. La historia de Venezuela está en un momento crítico, y el desenlace de esta sinfonía política aún está por escribirse.

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