El mito de la soberanía perpetua: ¿Puede un Estado mantenerse realmente soberano?

El concepto de soberanía ha sido uno de los pilares fundamentales sobre los que se han construido las naciones modernas. Sin embargo, en un mundo interconectado y marcado por las influencias económicas, políticas y culturales de potencias externas, surge inevitablemente la pregunta: ¿Es realmente posible que un Estado mantenga una soberanía perpetua? El mito de la soberanía perpetua ha sido invocado durante siglos como el ideal de un poder político absoluto e inalterable, pero las dinámicas del poder global y las complejas relaciones internacionales parecen desafiar este principio en la práctica. La idea de una soberanía que trasciende las fronteras del tiempo y las circunstancias históricas se enfrenta a una realidad donde los Estados están cada vez más condicionados por las instituciones internacionales, los acuerdos comerciales y las intervenciones extranjeras.

Luis Britto García, escritor, ensayista y dramaturgo venezolano, abordó este tema de manera directa y profunda en su reciente artículo titulado: “Soberanía y Democracia”, publicado en un portal político de Venezuela. Britto García, nacido en Caracas en 1940, es autor de más de 90 títulos en narrativa, ensayo y teatro, y ha recibido múltiples reconocimientos, incluido el Premio Nacional de Literatura en 2002. En su artículo, Britto García explora los fundamentos teóricos y prácticos de la soberanía, calcularon en las ideas de Jean Bodin y Montesquieu, y las conecta con las tensiones contemporáneas que amenazan la independencia política y jurídica de los Estados. Según Britto García, la soberanía es el principio que garantiza la capacidad de una nación para autodeterminarse, pero su existencia depende de que los órganos fundamentales de poder (legislativo, ejecutivo y judicial) conserven la capacidad de actuar de manera autónoma, sin interferencias externas.

El mito de la soberanía perpetua

Jean Bodin, considerado el padre de la teoría de la soberanía, definió este concepto en el siglo XVI como el poder absoluto y perpetuo de una República. Para Bodin, la soberanía es absoluta porque no debe admitir ningún otro poder por encima de sí misma, y ​​es perpetua porque no está sujeta a un límite temporal. Esta definición fue adoptada y reformulada en los sistemas republicanos modernos, donde la soberanía se distribuye entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, siguiendo el modelo propuesto por Montesquieu en El espíritu de las leyes. Sin embargo, el mito de la soberanía perpetua comienza a desmoronarse cuando uno de estos poderes queda sujeto a la voluntad de actores externos, sean estas instituciones internacionales, corporaciones transnacionales o gobiernos extranjeros. La pérdida de la capacidad de legislar, ejecutar o interpretar las leyes de manera autónoma implica, en términos prácticos, la pérdida de soberanía.

El mito de la soberanía perpetua ha sido invocado durante siglos como el ideal de un poder político absoluto e inalterable, pero las dinámicas del poder global y las complejas relaciones internacionales parecen desafiar este principio en la práctica. Ilustración MidJourney

El caso de Venezuela ilustra de manera elocuente esta tensión entre la teoría y la práctica de la soberanía. Britto García menciona que la Constitución Bolivariana de Venezuela consagra la soberanía como un principio fundamental en su artículo 1, donde se establece que la República es irrevocablemente libre e independiente, y que la autodeterminación nacional es un derecho inalienable. Pero la historia reciente ha demostrado que estas garantías legales no siempre bastan para proteger la soberanía frente a las presiones externas. El caso de la disputa sobre la Guayana Esequiba y la decisión de tribunales internacionales sobre la controversia territorial es un ejemplo claro de cómo la soberanía nacional puede ser comprometida cuando las decisiones sobre asuntos internos son trasladadas a foros externos. La pertenencia a organizaciones como el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias sobre Inversiones (CIADI) o la Comisión Interamericana de Derechos Humanos también ha generado tensiones, ya que estas entidades han emitido fallos que afectan directamente la capacidad de Venezuela para regular su economía y administrar sus recursos naturales.

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Comprometido el futuro del país

El mito de la soberanía perpetua se enfrenta también al desafío de la globalización económica. Las grandes corporaciones transnacionales ejercen una influencia significativa sobre las políticas económicas de los Estados, condicionando las decisiones gubernamentales mediante tratados de libre comercio, acuerdos de inversión y sanciones económicas. En el caso venezolano, las demandas presentadas por empresas petroleras como ConocoPhillips ante tribunales internacionales han resultado en condenas multimillonarias que comprometen los ingresos nacionales y limitan la capacidad de acción del gobierno. Britto García advierte que someter las disputas sobre contratos de interés público a tribunales extranjeros implican una renuncia directa a la soberanía, ya que las decisiones tomadas en estos foros no reflejan necesariamente los intereses legales nacionales, sino las interpretaciones y comerciales de las partes involucradas.

Otro factor que cuestiona el mito de la soberanía perpetua es el creciente poder de las organizaciones supranacionales y las alianzas militares. La intervención de la OTAN en conflictos internos de Estados soberanos, las decisiones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y las políticas comerciales impuestas por la Organización Mundial del Comercio (OMC) son ejemplos de cómo la soberanía nacional puede ser limitada por las dinámicas de poder global. Las sanciones económicas y las medidas de embargo aplicadas por Estados Unidos y la Unión Europea a países como Venezuela, Irán y Rusia también reflejan una forma de injerencia que limita la autonomía política y económica de estos Estados. Britto García señala que aceptar estas condiciones implica una forma de subordinación que, en términos prácticos, equivale a la pérdida de soberanía.

Según Britto García, la soberanía es el principio que garantiza la capacidad de una nación para autodeterminarse, pero su existencia depende de que los órganos fundamentales de poder (legislativo, ejecutivo y judicial) conserven la capacidad de actuar de manera autónoma, sin interferencias externas. Ilustración MidJourney.

Falta de cohesión política interna

El concepto de soberanía perpetua también se ve afectado por la dinámica interna de los Estados. La corrupción, la debilidad institucional y la falta de cohesión política interna pueden minar la capacidad de un gobierno para actuar de manera soberana. En el caso venezolano, la polarización política y la crisis económica han debilitado la autoridad del Estado, facilitando la intervención de actores externos y la imposición de condiciones que limitan la capacidad de autodeterminación nacional. Britto García sostiene que la soberanía no solo debe entenderse como un principio jurídico, sino también como una práctica política que requiere instituciones sólidas, liderazgo efectivo y una sociedad civil organizada y consciente de sus derechos.

El mito de la soberanía perpetua es, en última instancia, una construcción teórica que se enfrenta a las complejidades de un mundo interdependiente y sujeto a las dinámicas del poder global. La soberanía absoluta y perpetua que describió Jean Bodin en el siglo XVI resulta difícil de mantener en el contexto contemporáneo, donde las decisiones sobre política económica, defensa y derechos humanos están cada vez más condicionadas por actores externos. La experiencia venezolana demuestra que la defensa de la soberanía requiere no solo una base jurídica sólida, sino también la capacidad política y económica para resistir las presiones externas y mantener el control sobre los asuntos internos. Britto García concluye que la verdadera soberanía no consiste únicamente en proclamar la independencia nacional en los textos constitucionales, sino en la capacidad efectiva para ejercer el poder político y económico sin interferencias externas.

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El análisis de Britto García revela que la soberanía es, más que un derecho formal, una práctica política que debe ser defendida constantemente frente a las dinámicas del poder global. La soberanía absoluta y perpetua es una aspiración legítima, pero las realidades del mundo contemporáneo obligan a los Estados a redefinir las estrategias para proteger su autonomía. En este contexto, la capacidad de un Estado para mantenerse soberano depende no solo de la fortaleza de sus instituciones y de la cohesión política interna, sino también de la habilidad para resistir las presiones externas y afirmar su derecho a la autodeterminación en un sistema internacional cada vez más complejo e interconectado.

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