Decir la verdad en Israel puede suponer poner en riesgo la vida. Eso es lo que ha demostrado el caso de la película No Other Land, ganadora del Óscar a mejor documental, y la reacción que ha provocado tanto en Israel como en Palestina. El documental, que retrata la destrucción y el desplazamiento forzado de palestinos en Masafer Yatta, ha despertado un torbellino de controversias, amenazas y censura que revelan las profundas divisiones en la región y el alto costo de desafiar las narrativas oficiales. El reconocimiento internacional de la película ha sido una victoria simbólica para los cineastas detrás de la obra, pero también ha desencadenado un violento rechazo, recordando que en la tensa realidad política de Oriente Medio, poner en riesgo la vida es el precio que muchos deben pagar por decir la verdad.
Rania Batrice y Libby Lenkinski, las autoras de un artículo publicado en The New York Times en la sección “El Ensayo Invitado”, analizaron el fenómeno detrás de No Other Land y las consecuencias que ha tenido para sus creadores. Batrice, una activista y estratega palestino-estadounidense que trabaja en causas progresistas, y Lenkinski, una activista israelí-estadounidense y fundadora de Albi —una organización que promueve la cultura como vehículo de cambio en las relaciones entre israelíes y palestinos—, abordaron en profundidad el contexto político y social que rodea la película. Su artículo, titulado: “’No Other Land’ ganó un Oscar. Mucha gente espera que no la veas”, revela las complejas reacciones que ha generado la cinta tanto en Israel como en Palestina, así como las consecuencias directas que ha enfrentado su equipo de producción.
El cine te hace poner en riesgo la vida
No Other Land documenta la destrucción sistemática y el desplazamiento forzado en Masafer Yatta, una zona de Cisjordania que ha sido escenario de enfrentamientos entre colonos israelíes y la población palestina. Filmada entre 2019 y 2023, la película ofrece una mirada cruda y directa a la experiencia palestina, capturada desde la perspectiva de las víctimas y los testigos de la violencia. Pero lo que hace que No Other Land sea particularmente notable es la colaboración entre los cineastas: Basel Adra, un palestino que ha documentado las atrocidades en Masafer Yatta durante años, y Yuval Abraham, un israelí que se ha convertido en una figura incómoda para el gobierno de su país debido a sus críticas a las políticas de ocupación. Esta alianza entre un palestino y un israelí no solo es inusual, sino que también ha sido vista como una traición por sectores radicales de ambos lados, que consideran inadmisible cualquier forma de colaboración. Decir la verdad, en este caso, tiene significado poner en riesgo la vida para Adra y Abraham.

La reacción fue casi inmediata. Desde que ganó el premio al mejor documental en la Berlinale de 2024, la película fue objeto de ataques por parte de sectores políticos y mediáticos israelíes. Durante el discurso de aceptación en Berlín, Basilea Adra exigió a Alemania que dejara de exportar armas a Israel, mientras que Yuval Abraham describió el sistema legal en Cisjordania como un “apartheid”, explicando que él, como israelí, tiene libertad de movimiento y protección bajo la ley civil, mientras que Adra vive bajo la ley militar y enfrenta restricciones constantes. La declaración fue recibida con una mezcla de indignación y hostilidad en Israel. Abraham recibió amenazas de muerte, su familia fue acosada y una multitud rodeó su casa. La presión fue tan intensa que el cineasta tuvo que abandonar su hogar temporalmente por razones de seguridad. Poner en riesgo la vida se convirtió en una consecuencia directa de su decisión de revelar la verdad sobre la ocupación y la desigualdad legal en Cisjordania.
Las brasas del odio
La situación se agravó aún más después de la victoria en los premios Óscar. Miki Zohar, ministro de cultura de Israel, describió el reconocimiento como “un momento triste para el mundo del cine” y envió una carta a las instituciones culturales y cines financiados por el gobierno, instándolos a no proyectar la película. Argumentó que No Other Land era “un ataque directo a Israel” y una evidencia de que los fondos públicos no deben usarse para promover contenido que, según él, “sirve a los enemigos del Estado”. Paradójicamente, la película no recibió financiación pública israelí; fue producida de manera independiente. Sin embargo, la postura del gobierno dejó claro que cualquier narrativa que cuestione la política de ocupación será tratada como una amenaza al orden establecido. En otras palabras poner en riesgo la vida sería un resultado previsible.
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Pero las críticas no solo vinieron del lado israelí. La Campaña Palestina para el Boicot Académico y Cultural a Israel (PACBI) también emitió una condena comunicando la película. Aunque la organización no llamó directamente al boicot, criticó a los cineastas por no condenar con suficiente firmeza las acciones militares de Israel en Gaza y por aceptar ayuda de una organización israelí durante la producción. La postura de PACBI reflejaba la presión ideológica que enfrentan los artistas palestinos que colaboran con israelíes, incluso cuando el objetivo es denunciar la ocupación. La crítica de PACBI sugirió que Adra y su equipo podrían ser utilizados para “blanquear” las acciones de Israel, reduciendo la colaboración artística a un acto de complicidad. Adra rechazó estas acusaciones, afirmando que su trabajo y su alianza con Abraham son actos de resistencia y no de sumisión.
El imperio de la obcecación
Más allá de las reacciones políticas, el impacto personal en los cineastas ha sido devastador. La madre de Yuval Abraham fue amenazada, las redes sociales se llenaron de comentarios violentos y el cineasta ha tenido que reforzar las medidas de seguridad en su hogar. Basel Adra, por su parte, ha seguido documentando la destrucción de aldeas palestinas en Masafer Yatta, pero ha reconocido que la presión y las amenazas han aumentado desde el estreno de la película. La imagen de los cuatro cineastas —dos palestinos y dos israelíes— sosteniendo al Óscar en el escenario fue interpretada como una amenaza simbólica al statu quo. Para los sectores más radicales de Israel, el éxito de No Other Land demuestra que la narrativa palestina está ganando terreno en el escenario internacional, algo que el gobierno israelí y sus aliados están dispuestos a combatir con todos los medios disponibles.

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A pesar de las amenazas, No Other Land sigue siendo un símbolo de resistencia y colaboración. La decisión de Adra y Abraham de unir fuerzas para contar esta historia demuestra que el arte puede desafiar las barreras políticas e ideológicas. Sin embargo, también evidencia los riesgos de hacerlo. Decir la verdad en Israel puede suponer poner en riesgo la vida, pero para Adra y Abraham, el precio de guardar silencio sería aún mayor. Mientras el conflicto en Gaza y Cisjordania continúa escalando, No Other Land se ha convertido en un recordatorio incómodo de las realidades que muchos prefieren ignorar. La pregunta ahora es si el reconocimiento internacional de la película servirá para impulsar un cambio real o si, por el contrario, reforzará las divisiones existentes. Para Adra y Abraham, el acto de resistencia ya está hecho: eligieron decir la verdad, aunque eso signifique poner en riesgo la vida.