Trump, petróleo y migración: el triángulo geopolítico que define la agenda de Washington con Caracas

La agenda de Washington con Caracas ha vuelto a adquirir una intensidad estratégica desde el regreso de Donald Trump al escenario político internacional. El vínculo entre Venezuela y Estados Unidos, que parecía haber encapsulado en un archivo congelado por las sanciones y la retórica, hoy se activa como una clave variable en tres frentes que definen no solo la relación bilateral, sino también el nuevo orden regional: la presión migratoria, la disputa energética y la política de cambio de régimen. Bajo el prisma del “America First” y la tensión electoral estadounidense, Venezuela resurge como un campo de maniobra en el que se entrelazan intereses de seguridad fronteriza, acceso a recursos y capital simbólico para el discurso de Trump.

Luis Vicente León, presidente de la encuestadora Datanálisis y una de las voces más autorizadas del análisis político en Venezuela, ofreció una visión detallada en su entrevista con la sección El Analítico del portal Guacamaya. Bajo el título: “Entrevista a Luis Vicente León: ¿Qué piensan los venezolanos hoy sobre emigrante, la economía y la política?”, León expuso las claves del actual juego geopolítico, en el que Trump se posiciona como actor no pasivo, sino deliberadamente interventor. Sus argumentos no solo examinan la intencionalidad del expresidente norteamericano, sino que también desmontan algunos de los mitos más extendidos en torno a la migración y las sanciones como herramientas de presión.

Agenda de Washington con Caracas

La primera arista del triángulo geopolítico que define la agenda de Washington con Caracas es la migración. Trump, cuya base electoral reacciona de forma inmediata ante cualquier crisis en la frontera sur, ha identificado a los venezolanos como una categoría visible en el paisaje de la migración latinoamericana. Si bien no representan aún la mayoría de los flujos, su visibilidad se ha amplificado por una narrativa mediática que los asocia —sin pruebas suficientes— a organizaciones como el Tren de Aragua. León advierte que esta caricatura ha sido explotada por sectores radicales para justificar migratorias más duras y deportaciones sumarias, en un marco donde la compasión se ve sustituida por la política de contención.

El vínculo entre Venezuela y Estados Unidos, que parecía haber encapsulado en un archivo congelado por las sanciones y la retórica, hoy se activa como una clave variable en tres frentes que definen no solo la relación bilateral, sino también el nuevo orden regional: la presión migratoria, la disputa energética y la política de cambio de régimen. Ilustración MidJourney

En paralelo, la segunda arista del triángulo la ocupa el petróleo. Aquí, el pragmatismo gana terreno sobre la ideología. Trump, consciente del peso que aún tiene Venezuela en el tablero energético mundial, evalúa no tanto la caída del régimen como el reposicionamiento de Estados Unidos en un mercado que disputa con China y Rusia. La administración Trump enfrenta la paradoja de querer aislar a Maduro, pero sin renunciar al crudo venezolano. De ahí la importancia de las licencias otorgadas por el Departamento del Tesoro, una medida que, según León, ha demostrado tener más potencial de cambio democrático que las sanciones totales.

Los duros y los pragmáticos

La agenda de Washington con Caracas en este punto se vuelve un campo de tensiones internas en la Casa Blanca. Según el análisis de León, existen dos posturas dominantes: la línea dura, encabezada por Marco Rubio y Mauricio Claver-Carone, que apuesta por una estrategia de máxima presión sin importar los daños colaterales; y una corriente más pragmática, liderada por asesores como Richard Grenell, que reconoce los límites de las sanciones y apuesta por una transición negociada. Trump, según León, se sitúa en una competencia entre ambas visiones, utilizando cada una como una herramienta de presión interna y externa.

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El tercer vértice del triángulo, sin embargo, es el más volátil: el cambio político. La pregunta sobre si Estados Unidos realmente desea una transición democrática en Venezuela o simplemente controlar el proceso a su favor sigue abierta. Para León, la clave no está en las intenciones declaradas, sino en los efectos reales de la política aplicada. Cuando las sanciones terminan por pulverizar a la oposición, lo que queda no es un terreno fértil para la democracia, sino un desierto en el que el oficialismo consolida el poder. La agenda de Washington con Caracas, si quiere ser coherente con el discurso democrático, debe priorizar el fortalecimiento de la sociedad civil y las condiciones electorales mínimas.

Asuntos del imaginario

Las cifras que maneja Datanálisis revelan una población agotada y pesimista. Al menos el 20% de los venezolanos —unos cinco millones de personas— tiene intención firme de emigrar, y hasta un 40% considera esa posibilidad. La compensación entre crisis económica y migración es inmediata. Pero más grave aún es la asociación que el ciudadano común ya tiene entre sanciones petroleras y desabastecimiento, apagones, desempleo y deterioro de servicios. En el imaginario colectivo, el castigo externo ya no representa una esperanza de liberación, sino un agente directo de empobrecimiento. Esto tiene implicaciones serias para cualquier opositora narrativa que intente sostener el discurso de la presión económica como vía de cambio.

La agenda de Washington con Caracas, si no corrige ese rumbo, podría terminar alimentando el mismo fenómeno que busca contener: una nueva oleada migratoria. El cierre de espacios democráticos, la pérdida de poder adquisitivo y la desconexión entre liderazgo político y ciudadanía están generando una tormenta perfecta. Como advierte León, si no se ofrecen incentivos reales a los actores económicos y sociales dentro de Venezuela, el vacío será ocupado por potencias como China, que no requieren condiciones democráticas para negociar, petróleos minerales o influencia geopolítica.

Bajo el prisma del “America First” y la tensión electoral estadounidense, Venezuela resurge como un campo de maniobra en el que se entrelazan intereses de seguridad fronteriza, acceso a recursos y capital simbólico para el discurso de Trump. Ilustración MidJourney.

María Corina machado sin respaldo

En el plano electoral interno, el escenario es igual de complejo. A medida que se acerca la elección del 25 de mayo, la desconfianza en el voto como mecanismo de cambio se extiende. La abstención parece ganar terreno, en parte porque los principales referentes opositores han perdido credibilidad tras años de promesas incumplidas, y también por el colapso de la narrativa heroica del cambio inminente. María Corina Machado, quien hasta hace poco lideraba las preferencias opositoras, ha perdido respaldo, especialmente tras sus declaraciones sobre las sanciones y su apoyo a deportaciones sin garantías. El descrédito también toca a las posturas extremas, que ahora lucen más desconectadas de las preocupaciones reales de la gente.

Frente a esa pérdida de confianza, surgen figuras como Manuel Rosales y Henrique Capriles, cuyas propuestas moderadas están más en sintonía con el sentimiento mayoritario: negociación, paz y recuperación económica. Aunque carecen del magnetismo emocional que caracterizó a otros liderazgos, ofrecen una narrativa coherente con las aspiraciones de estabilidad que, según León, predominan entre los venezolanos. La agenda de Washington con Caracas, si aspira a ser efectiva, debería entender esa conexión emocional como una herramienta de presión mucho más poderosa que cualquier sanción.

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Un asunto de estrategia

Paradójicamente, las licencias petroleras defensoras hoy pueden ser una postura más subversiva que pedir más sanciones. No solo fortalece al sector privado, sino que multiplica los espacios de negociación. Si Estados Unidos retira su influencia económica, el vacío lo llenarán otros actores sin ningún compromiso con la democracia. Dejar a Venezuela a la deriva no sería solo una derrota moral, sino una cesión estratégica que contradice el propio espíritu de “America First”.

El futuro inmediato dependerá, en gran medida, de la capacidad de Trump para definir cuál de las dos estrategias asumirá como definitiva. La tentación de complacer a los sectores más radicales de su base puede ser fuerte, pero los costos geopolíticos de una política de aislamiento total podrían ser aún mayores. La agenda de Washington con Caracas no puede construirse desde la revancha, sino desde una visión realista de influencia, transición y estabilidad.

A fin de cuentas, el triángulo geopolítico de Trump con Venezuela tiene bordes que se tocan, pero también que se tensan. Petróleo, migración y política se cruzan en un campo donde las decisiones de Washington no solo afectan a Caracas, sino al continente entero. Entender esto no es un ejercicio retórico: es una urgencia estratégica.

 

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