Trabajar hasta morir: Una crítica a EE.UU. y una realidad de todos

Nadie habla de la pesadilla que se promete a todos: Trabajar hasta morir. El sueño americano, esa visión idílica que augura oportunidades y prosperidad a quien se esfuerza, tiene una cláusula en letra pequeña: en los Estados Unidos, es probable que trabajes hasta ser muy viejo.

Según un estudio del Employee Benefit Research Institute de 2021, aproximadamente el 33% de los estadounidenses considera que tendrán que seguir trabajando más allá de los 70 años para mantener su estilo de vida. ¿Las razones? Una combinación de hipotecas, préstamos estudiantiles, colegiaturas de los hijos y un sistema de seguridad para la vejez que deja mucho que desear.

Trabajar hasta morir

La Secretaría de Trabajo de los Estados Unidos indica que solo el 55% de la población tiene acceso a un plan de retiro patrocinado por el empleador, lo que agudiza la necesidad de trabajar más tiempo para compensar la falta de ahorros. Mientras que expertos en políticas sociales como Noam Chomsky critican que el sistema estadounidense está diseñado para beneficiar a las élites económicas a costa de la clase trabajadora, la realidad es que muchos profesionales altamente cualificados también quedan atrapados en esta rueda de hámster laboral donde trabajar hasta morir es la última vuelta.

Trabajar hasta morir
Dar la vida trabajando es un callejón sin salida en los países en crisis. Ilustración MidJourney

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Pero esta condición no es exclusiva de las economías fuertes; es más bien una realidad global, que se manifiesta con especial crueldad en países con economías en crisis como Venezuela, Nicaragua y Haití. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en Venezuela más del 90% de la población vive en la pobreza, lo que hace imposible pensar en la jubilación. En Nicaragua, el Fondo Monetario Internacional apunta que casi un 30% de la población vive bajo el umbral de la pobreza. Y en Haití, ese número asciende a aproximadamente el 59%, según el Banco Mundial.

Una fatalidad ineludible

A diferencia de Estados Unidos, donde el trabajo hasta edades avanzadas es en parte una elección que permite mantener ciertos niveles de consumo, en estos países trabajar hasta morir es una fatalidad ineludible. Historiadores como Steven Pinker argumentan que, a pesar de las desigualdades, el capitalismo en su forma más liberal ha logrado sacar a millones de la pobreza extrema globalmente. Pero la realidad en estos países parece ser un retroceso, no un avance.

Entonces, ¿dónde queda la dignidad humana en todo esto? La Organización Internacional del Trabajo (OIT) defiende el derecho a un trabajo decente y a la seguridad social como elementos fundamentales para el bienestar humano. Pero en un mundo donde los sistemas económicos, ya sean fuertes o frágiles, exigen cada vez más a sus ciudadanos, estos principios básicos se ven seriamente amenazados. A este respecto, el economista Joseph Stiglitz señala que la «trampa de la pobreza» es un fenómeno que se perpetúa a sí mismo, y que requiere intervención tanto en políticas sociales como económicas para ser roto.

Trabajar hasta morir
Muchos llegan a viejos sin seguridad social y menos con un plan de retiro. Ilustración MidJourney

Una vida no es suficiente

No cabe duda de que trabajar hasta morir es una crítica válida a la forma en que se despliega el capitalismo en los Estados Unidos, pero también es un recordatorio de una realidad más amplia y desoladora: en muchos lugares del mundo, una vida no es suficiente para lograr la estabilidad económica que permita una existencia digna. Y mientras los economistas, historiadores y políticos debaten sobre el mejor camino a seguir, millones siguen atrapados en una rutina agotadora que desafía nuestros conceptos más fundamentales sobre la vida, el trabajo y la dignidad humana.

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En este panorama, cabe preguntarse cuál es el rol de los gobiernos en mitigar este ciclo de trabajo perpetuo. Las políticas gubernamentales, tanto en Estados Unidos como en otros países, tienen el poder de cambiar la narrativa. Por ejemplo, en países nórdicos como Suecia y Dinamarca, donde los sistemas de bienestar social y de jubilación son más robustos, la necesidad de trabajar hasta edades muy avanzadas se reduce significativamente. En estos países, la expectativa no es solo vivir, sino vivir bien, algo que es facilitado por una red de seguridad social que realmente cumple su función. Esto demuestra que las políticas públicas pueden tener un impacto real y tangible en la calidad de vida de las personas.

Sin embargo, hasta que los sistemas en Estados Unidos y en países en crisis económica no aborden de manera efectiva estas falencias, la perspectiva de trabajar hasta morir seguirá siendo más que una posibilidad, será una certeza para demasiados. Las implicaciones de esta realidad van más allá de la economía; tocan el núcleo mismo de lo que significa vivir una vida plena y digna. Está claro que una reforma es necesaria, pero la pregunta persiste: ¿tendremos la voluntad colectiva de llevarla a cabo antes de que sea demasiado tarde?

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