Las noticias de Ecuador no hacen más que reflejar una clase de barbarie en Quito que desamarró el miedo en media Latinoamérica. En Ecuador ya nadie se siente a salvo de la violencia, sobre todo después de la última campaña electoral. La crispación social no es un fenómeno exclusivo de esta nación suramericana, pero en las calles de Quito, capital del país, ha adquirido matices que parecen rescatados de épocas oscuras de la humanidad.
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La historia reciente del país nos muestra que, tras periodos de crecimiento económico y estabilidad social, Ecuador ha enfrentado una serie de crisis políticas y financieras que, sumadas a la percepción de corrupción y a la desconfianza en las instituciones, han generado un caldo de cultivo propicio para la violencia.
Barbarie en Quito
Según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), en los últimos cinco años, la tasa de delitos violentos ha incrementado en un 20%. Organizaciones no gubernamentales como el Observatorio Ciudadano para la Seguridad aseguran que detrás de estos números hay un deterioro profundo del tejido social, donde la desesperanza y la desconfianza han calado hondo.
La falta de políticas efectivas en seguridad, según María José Ruiz, experta en políticas públicas, ha generado que la ciudadanía tome medidas propias, muchas veces desesperadas, ante la inseguridad. Estas acciones se dibujan como una barbarie en Quito que esparce preocupaciones. “La percepción de abandono por parte del Estado lleva a las comunidades a adoptar medidas extremas”, afirma.
Sangre en los barrios
Los barrios de Quito, como Zavala y Atucucho, son ejemplos de cómo la ciudadanía ha decidido hacer frente a la amenaza del delito. Los vecinos patrullan sus calles y usan alarmas interconectadas como mecanismos de respuesta inmediata. Sin embargo, estos sistemas de defensa, en ocasiones, derivan en justicia por mano propia, un síntoma de la erosión de la confianza en las autoridades y el sistema judicial.
Por su parte, historiadores como Lucía Gómez ven en este fenómeno ecos de otros momentos de la historia ecuatoriana. “No es la primera vez que la ciudadanía se organiza ante la ausencia estatal. Durante el siglo XIX, hubo periodos de anarquía en los que los ciudadanos crearon sus propias milicias. Sin embargo, lo que estamos viendo ahora es diferente debido a la velocidad con que se propaga y la ferocidad de las acciones”, comenta. Izar carteles en las calles de los barrios con los que se amenaza con matar, quemar o lesionar de alguna forma a los transgresores o delincuentes, no es más que la afirmación de que la barbarie en Quito campea.
Plomo en las elecciones
El ambiente post-electoral ha sido el detonante de esta situación. Las divisiones políticas, la polarización y la desinformación han creado un escenario propicio para el surgimiento de grupos que aprovechan el caos para extorsionar, como los «vacunadores» en Atucucho.
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El gobierno nacional, a través del Ministerio del Interior, ha declarado en varias ocasiones su compromiso con reforzar la seguridad y devolver la paz a las calles de Quito. Sin embargo, la población sigue esperando acciones concretas que vayan más allá de las palabras. Mientras tanto, la irracionalidad se vuelve corpórea y se materializa con forma de barbarie en Quito.
Una estrategia integral
Además, hay quienes argumentan que la solución no se encuentra únicamente en el aumento de la presencia policial. Carlos Velasco, politólogo y profesor universitario, señala que “más allá de las patrullas y las cámaras de seguridad, se necesita una estrategia integral que incluya educación, oportunidades laborales y políticas de cohesión social”.
La realidad de la barbarie en Quito es un reflejo de una sociedad en busca de respuestas ante un panorama que parece desbordarse. Los carteles de advertencia y las patrullas ciudadanas son un grito desesperado de quienes anhelan recuperar la tranquilidad y la confianza. Es un llamado a las autoridades, pero también a la sociedad en su conjunto, a buscar soluciones efectivas que permitan que la capital ecuatoriana no sea recordada por la barbarie, sino por su capacidad de resiliencia y reconstrucción.