Ucrania, Burisma, los Biden y el millón de muertos que no importan

En una guerra que ha dejado más de un millón de personas muertas o heridas, según estimaciones del Pentágono, resulta inevitable preguntarse por qué estas cifras, tan obscenas como devastadoras, han sido sistemáticamente ignoradas o minimizadas. Estos son los «muertos que no importan», aquellos cuyas vidas se han desvanecido en el torbellino de intereses geopolíticos, comerciales y políticos, mientras los responsables en Occidente, incluidos Joe Biden y su familia, han evadido las preguntas más incómodas sobre sus acciones y decisiones en Ucrania.

El reportaje original de Douglas MacKinnon, exfuncionario de la Casa Blanca y el Pentágono, publicado en The Hill bajo el título: “¿Se desperdiciaron 750.000 vidas adicionales en Ucrania por menos de nada?”, profundiza en las tragedias evitables de este conflicto. MacKinnon señala que la guerra pudo haber sido detenida hace más de dos años si las negociaciones de alto el fuego no hubieran sido “saboteadas”, según revelan múltiples fuentes, incluyendo un artículo de The Guardian que detalla cómo actores clave como Boris Johnson jugaron un papel en desmantelar conversaciones estas de paz. En medio de este panorama, las acciones de la administración Biden en Ucrania han llamado particularmente la atención, no solo por su impacto político, sino por la conexión directa con los negocios de la familia del actual presidente.

Ucrania: los muertos que no importan

El involucramiento de Hunter Biden con Burisma, un holding de gas natural ucraniano, y el papel del entonces vicepresidente Joe Biden en presionar por el despido de un fiscal que investigaba a dicha empresa, son capítulos que muchos han querido pasar por alto. Sin embargo, los ecos de estas acciones resuenan en el presente, especialmente cuando se evalúa el costo humano de una guerra que parece haber servido más como un tablero de juego geopolítico que como un conflicto por causas legítimas. Estas decisiones, que algunas califican de cuestionables, han contribuido a que se sumen millares de «muertos que no importan» en el recuento de esta tragedia.

Estos son los «muertos que no importan», aquellos cuyas vidas se han desvanecido en el torbellino de intereses geopolíticos, comerciales y políticos, mientras los responsables en Occidente, incluidos Joe Biden y su familia, han evadido las preguntas más incómodas sobre sus acciones y decisiones en Ucrania. Ilustración MidJourney

En septiembre pasado, The Wall Street Journal informó que la guerra entre Rusia y Ucrania había dejado un millón de víctimas entre muertos y heridos. Esta cifra, repetida por el Pentágono, refleja no solo la magnitud del conflicto, sino también la negligencia de los líderes que pudieron evitarlo. Si el alto el fuego que ahora se implementa hubiera llegado dos años antes, tal vez 750.000 personas no habrían sido sacrificadas en un conflicto que muchos describen como innecesario. Trump, junto con figuras como JD Vance y Robert F. Kennedy Jr., han cuestionado desde el principio la lógica detrás de esta guerra, destacando que los intereses de los pueblos involucrados han sido relegados a favor de agendas políticas y económicas. A pesar de sus advertencias, fueron ignorados por líderes que parecían más interesados ​​en jugar con el destino de otros que en buscar soluciones reales.

Sabotajes, opacidad y los Biden

Uno de los aspectos más inquietantes de esta historia es la opacidad que rodea las decisiones de los principales actores occidentales. Desde las acusaciones de sabotaje a las negociaciones de paz en Estambul hasta la falta de transparencia en el destino de cientos de miles de millones de dólares enviados a Ucrania, hay una serie de preguntas incómodas que siguen sin respuesta. La administración Biden, por ejemplo, ha evadido constantemente abordar el tema de Ucrania, una postura que contrasta con su apoyo incondicional a las políticas y financiamientos destinados al conflicto. Mientras tanto, la cifra de «muertos que no importan» sigue aumentando, subrayando la desconexión entre las acciones de los líderes y las consecuencias sobre el terreno.

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En 2014, apenas dos meses después de que el presidente ucraniano Viktor Yanukovich fuera derrocado, Hunter Biden fue contratado por Burisma, marcando el inicio de una relación que ha sido objeto de escrutinio por años. El despido del fiscal Viktor Shokin, presionado por el entonces vicepresidente Joe Biden, fue ampliamente documentado, incluso por el propio Biden, quien llegó a alardear de su intervención en un evento público. Estas acciones plantean dudas sobre los verdaderos intereses que había en juego en Ucrania, especialmente cuando se considera que este tipo de maniobras políticas pueden haber contribuido a desestabilizar aún más la región.

Trump tendría algo de razón

La guerra en Ucrania, que inicialmente fue presentada como una lucha por la soberanía y la libertad, ha revelado su verdadero rostro: un conflicto impulsado por intereses geopolíticos y económicos que ha transformado a hombres, mujeres y niños en simples peones en un juego de poder. Como lo señaló Trump esta semana, “no había ninguna razón para que Rusia estuviera allí en primer lugar”. Sin embargo, la maquinaria de guerra siguió su curso, alimentada por decisiones que ignoraron deliberadamente el costo humano. Más de 400.000 soldados ucranianos han muerto, junto con incontables civiles, en un conflicto que, como muchos argumentan, podría haber sido evitado.

Los «muertos que no importan» son aquellos que han sido relegados al olvido en medio de esta narrativa, eclipsados ​​por las luchas de poder y los beneficios que algunos obtienen de la guerra. Las cifras son escalofriantes, pero la indiferencia de los líderes occidentales resulta aún más perturbadora. ¿Por qué no se priorizó el diálogo en lugar de la confrontación? ¿Por qué no se detuvo el flujo de armas y dinero hacia un conflicto que parecía no tener un final claro? Estas preguntas, lejos de ser respondidas, han sido enterradas bajo una avalancha de propaganda y silencios estratégicos.

El involucramiento de Hunter Biden con Burisma, un holding de gas natural ucraniano, y el papel del entonces vicepresidente Joe Biden en presionar por el despido de un fiscal que investigaba a dicha empresa, son capítulos que muchos han querido pasar por alto. Ilustración MidJourney.

Líderes sin escrúpulos

En el fondo, lo que este conflicto expone es la falta de responsabilidad de los líderes que toman decisiones desde la comodidad de sus oficinas, lejos del campo de batalla. Estos líderes, que a menudo justifican sus acciones con retórica vacía sobre la defensa de valores democráticos, han sido responsables de perpetuar una guerra que ha cobrado un precio inconmensurable en vidas humanas. Los «muertos que no importan» son la prueba viviente de esta desconexión, una desconexión que seguirá cobrando vidas mientras no se adopten medidas para cambiar el curso.

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La guerra en Ucrania siempre tuvo un final posible: las negociaciones. Pero ese final fue constantemente postergado por quienes tenían el poder de detener la matanza. Ahora, con un alto el fuego en marcha, Ucrania enfrenta un panorama sombrío, habiendo perdido no solo territorios, sino también cientos de millares de vidas que nunca podrán recuperarse. La tragedia de estos «muertos que no importan» será recordada como un ejemplo de cómo los intereses de unos pocos pueden prevalecer sobre las necesidades de muchos, una lección amarga que debería instarnos a exigir más responsabilidad y humanidad de nuestros líderes.

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