Obcecación vudú del pandillero Mikano dio origen a una masacre en Haití

El horror se instaló en Haití hace menos de 72 horas cuando una violenta masacre dejó al menos 184 personas asesinadas en la comunidad de Wharf Jérémie, ubicada en la castigada barriada de Cité Soleil, en Puerto Príncipe. Este brutal episodio, caracterizado por una escalada de violencia que parece no tener fin en el país caribeño, fue desatado por una creencia arraigada en rituales vudú. La orden, según testimonios recabados por organizaciones de derechos humanos, provino del pandillero Monel Félix, conocido como Mikano. Acusó a un grupo de ancianos de causar la enfermedad de su hijo mediante prácticas místicas. La “masacre en Haití” representa una nueva cúspide de horror en un contexto marcado por la violencia pandillera y la debilidad estructural del Estado.

Manetto, editor de EL PAÍS América y corresponsal destacado, cubrió en detalle este incidente en un artículo titulado: “La matanza de más de 180 personas en Haití se produjo por una venganza tras un supuesto ritual vudú”. Manetto, quien ha reportado extensamente sobre el posconflicto colombiano y la crisis venezolana, ofreció una mirada aguda a la implosión de un país que ha visto cómo las pandillas toman el control tras el magnicidio del presidente Jovenel Moïse en 2021. Según el reportaje, Naciones Unidas ha reiterado la necesidad urgente de reforzar la misión internacional en Haití, aunque los recursos y las decisiones políticas globales parecen llegar con desesperante lentitud.

El vudú genera una masacre en Haití

La tragedia comenzó con la orden de Mikano, quien lidera un grupo armado que opera en la periferia de Puerto Príncipe. Movido por una combinación de superstición y desespero, el cabecilla criminal acusó a los ancianos de la zona costera de Wharf Jérémie de ser responsables de los males de su hijo a través de rituales vudú. La respuesta fue devastadora. Los pandilleros, armados con machetes y movidos por un odio irracional, se arremetieron contra la comunidad durante dos días, dejando un rastro de destrucción que incluyó principalmente a personas mayores de 60 años. El reguero de sangre es una vez más un recordatorio de cómo la “masacre en Haití” se convierte en un patrón recurrente de una sociedad desmoronada.

La tragedia comenzó con la orden de Mikano, quien lidera un grupo armado que opera en la periferia de Puerto Príncipe. Movido por una combinación de superstición y desespero, el cabecilla criminal acusó a los ancianos de la zona costera de Wharf Jérémie de ser responsables de los males de su hijo a través de rituales vudú. Ilustración MidJourney

El colapso de las instituciones haitianas ha dejado al país a merced de grupos armados, que imponen su ley en vastos territorios. Naciones Unidas estima que al menos 5.000 personas han muerto este año en Haití debido a la violencia de las pandillas, que se ha intensificado desde que el Estado quedó prácticamente desmantelado tras la muerte del presidente Moïse. La situación se agrava con la incapacidad del gobierno para contener a líderes criminales como Mikano o Jimmy Barbecue Cherizier, un ex policía que se ha consolidado como uno de los principales actores del crimen organizado en Haití. La falta de recursos para enfrentar esta crisis no solo deja a los ciudadanos vulnerables, sino que también ha provocado que episodios como la reciente matanza se conviertan en una constante.

No hay dinero para Haití

La reacción de la comunidad internacional, aunque condenatoria, ha sido insuficiente para revertir la creciente ola de violencia en Haití. António Guterres, secretario general de la ONU, expresó su repudio absoluto por la masacre y renovó el llamado a los Estados miembros para financiar y apoyar logísticamente la misión de apoyo multinacional. Sin embargo, la negativa de países como China y Rusia en el Consejo de Seguridad ha ralentizado los esfuerzos para desplegar una fuerza de paz que pueda mitigar el control pandillero en el país. Mientras tanto, el sufrimiento de los haitianos se profundiza, atrapados entre el terror de las pandillas y la indiferencia del mundo.

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Entre los relatos más desgarradores del fin de semana se encuentran los testimonios de jóvenes que intentaron salvar a sus vecinos durante el ataque y que terminaron convirtiéndose en víctimas. Según la Red Nacional en Defensa de los Derechos Humanos (RNDDH), el ataque no discrimina entre hombres, mujeres o ancianos, lo que subraya la brutalidad con la que operan estos grupos. La espiral de violencia que llevó a esta “masacre en Haití” se ha convertido en comunidades enteras en zonas de guerra, donde el simple acto de supervivencia se ha vuelto una lucha diaria.

Es muy grande el desafío

A pesar de las promesas del gobierno haitiano de movilizar “todas sus fuerzas” para localizar a los responsables, la realidad pinta un panorama sombrío. Haití carece de la capacidad operativa y financiera para hacer frente a los desafíos impuestos por las pandillas. El llamado del primer ministro para recibir apoyo internacional es un grito de auxilio que, por ahora, ha encontrado ecos muy limitados. La tragedia de Haití se desarrolla en un contexto de abandono estatal y de una comunidad internacional que parece resignada a la perpetuación de la violencia.

Lo ocurrido en Cité Soleil este fin de semana no es un hecho aislado. A principios de octubre, más de 115 personas fueron asesinadas en la región agrícola de Artibonito, en otro acto de venganza perpetrado por la pandilla Gran Grif. Estos patrones de violencia, basados ​​en la represalia y el terror, reflejan cómo las pandillas han llenado el vacío de poder dejado por un Estado colapsado. La “masacre en Haití” es, en este sentido, un síntoma de una enfermedad más profunda que no podrá ser curada sin un esfuerzo concertado a nivel local e internacional.

Lo ocurrido en Cité Soleil este fin de semana no es un hecho aislado. A principios de octubre, más de 115 personas fueron asesinadas en la región agrícola de Artibonito, en otro acto de venganza perpetrado por la pandilla Gran Grif. Estos patrones de violencia, basados en la represalia y el terror, reflejan cómo las pandillas han llenado el vacío de poder dejado por un Estado colapsado. Ilustración MidJourney.

Cómo huir de ese infierno

Mientras tanto, la vida en Puerto Príncipe y tierra adentro sigue marcada por el miedo y la incertidumbre a una nueva masacre en Haití. Los habitantes de barrios como Cité Soleil, donde la banda de Mikano ejerce control, se enfrentan a un destino incierto. Para muchos, la única opción es huir, dejando atrás todo lo que conocen. Para otros, quedarse significa aceptar el riesgo constante de convertirse en la próxima víctima de una guerra que parece no tener fin.

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El legado de esta tragedia será recordado como otro ejemplo de la incapacidad de Haití para romper el ciclo de violencia y desesperanza. Pero también es un llamado a la acción para aquellos que tienen el poder de hacer una diferencia. Porque mientras las palabras de condena suenan sin ser acompañadas de acciones concretas, la historia de Haití continuará escribiéndose con sangre y lágrimas.

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