Fracaso mayoritario o éxito excepcional: Cuando el amor deriva en matrimonio

El matrimonio ha sido, durante siglos, una de las instituciones sociales más relevantes. A través de diferentes culturas y épocas, ha representado no solo la consolidación del amor, sino también un contrato social con implicaciones económicas, familiares y hasta religiosas. Sin embargo, la realidad del siglo XXI plantea un dilema inquietante: ¿se trata de una institución en decadencia o de un privilegio reservado para unos pocos? Cuando el amor deriva en matrimonio, las estadísticas revelan una bifurcación radical: mientras muchas parejas terminan su relación en el divorcio, otras logran construir un vínculo sólido y duradero, alcanzando una felicidad que parece esquiva para la mayoría.

Este análisis se sustenta en los estudios realizados por José-Manuel Rey y Jorge Herrera de la Cruz, colaboradores de The Conversation. Rey, doctor en Matemáticas por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y profesor titular del Departamento de Análisis Económico de la UCM, ha sido investigador en Harvard y docente en diversas universidades del Reino Unido y España. Por su parte, Herrera de la Cruz es profesor contratado doctor en el Departamento de Matemáticas y Ciencia de Datos de la Universidad CEU San Pablo. Ambos académicos publicaron recientemente un estudio titulado: “¿Cómo se rompe una pareja? Anatomía matemática de una caída”, en el cual exploran, desde un enfoque matemático y psicológico, los factores que determinan el éxito o el fracaso de una relación de pareja.

Cuando el amor deriva en matrimonio

Las cifras muestran que la mayoría de los matrimonios, lejos de ser un cuento de hadas, terminan en conflictos, distanciamientos y, finalmente, rupturas. No obstante, también existen casos en los que la relación no solo se mantiene, sino que prospera y evoluciona. ¿Qué determina esta diferencia? Cuando el amor deriva en matrimonio, los protagonistas se enfrentan a una realidad que va más allá de la compatibilidad inicial y del romanticismo de los primeros años. Lo que parecía una unión indestructible puede erosionarse con el tiempo, y la clave de la estabilidad parece radicar en la inversión de esfuerzo mutuo.

El matrimonio ha sido, durante siglos, una de las instituciones sociales más relevantes. A través de diferentes culturas y épocas, ha representado no solo la consolidación del amor, sino también un contrato social con implicaciones económicas, familiares y hasta religiosas. Sin embargo, la realidad del siglo XXI plantea un dilema inquietante: ¿se trata de una institución en decadencia o de un privilegio reservado para unos pocos?. Ilustración MidJourney

Los expertos han desarrollado modelos matemáticos que sugieren que el matrimonio es un sistema dinámico en el que la energía invertida juega un papel fundamental. La llamada “segunda ley de la termodinámica de los sentimientos” plantea que toda relación requiere un trabajo constante para evitar el desgaste. Al igual que cualquier sistema cerrado, si no se le inyecta energía, inevitablemente tiende al caos. Este principio explica por qué algunas parejas logran mantenerse en el tiempo mientras otras colapsan. Lo sorprendente es que, según estos estudios, la cantidad de esfuerzo requerido para sostener una relación exitosa suele ser superior al que la mayoría de las personas están dispuestas a invertir.

Teoría del “todo o nada”

Cuando el amor deriva en matrimonio, el ideal romántico de una relación perfecta choca con la realidad de la convivencia diaria. La teoría del “todo o nada” postula que las relaciones amorosas actuales han alcanzado un nivel de exigencia sin precedentes. En el pasado, el matrimonio se basaba en la estabilidad económica y la construcción de una familia, pero en la actualidad se espera que sea una fuente de realización personal, felicidad plena y crecimiento mutuo. Esta expectativa genera una presión que no todas las parejas pueden manejar, especialmente cuando surgen diferencias en la manera de afrontar los desafíos de la vida cotidiana.

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Uno de los modelos matemáticos propuestos por Rey y Herrera de la Cruz es el llamado “modelo de Adán y Eva”, que analiza la estabilidad de las parejas en función de su compatibilidad y del esfuerzo que cada uno de sus miembros está dispuesto a realizar. La teoría sugiere que las parejas más estables no solo comparten valores y objetivos, sino que también tienen una disposición genuina para sacrificarse mutuamente. Sin embargo, aquí entra en juego una clave variable: la asimetría en la inversión de esfuerzo. En la mayoría de las relaciones, uno de los miembros tiende a esforzarse más que el otro, lo que puede generar un desequilibrio que, con el tiempo, mina la satisfacción de ambos.

¿Quién se esfuerza más?

Cuando el amor deriva en matrimonio, la pregunta inevitable es: ¿quién se esfuerza más? En la película Anatomía de una caída, que sirvió de inspiración para el estudio de Rey y Herrera de la Cruz, la relación entre Sandra y Samuel se caracteriza por un desequilibrio en el esfuerzo emocional. Sandra, convencida de que el amor no se basa en una reciprocidad exacta, minimiza el sacrificio de su pareja, lo que termina generando un colapso en la relación. Este tipo de dinámicas son comunes en la vida real y, según los modelos matemáticos, la falta de equilibrio puede convertirse en el factor decisivo que condena o fortalece una relación.

Otro aspecto crucial es la respuesta de las parejas ante eventos externos de estrés. Los estudios muestran que cuando una relación enfrenta una crisis —sea por problemas económicos, enfermedades o pérdidas familiares— la cantidad de esfuerzo requerido para mantener el equilibrio se incrementa exponencialmente. Si la carga emocional recae principalmente en uno de los miembros, el desgaste se acelera y la probabilidad de ruptura aumenta. La paradoja es que, en muchas ocasiones, la pareja que más se esfuerza es la que termina abandonando la relación, al sentirse agotada por el peso de la responsabilidad emocional.

Cuando el amor deriva en matrimonio, los protagonistas se enfrentan a una realidad que va más allá de la compatibilidad inicial y del romanticismo de los primeros años. Lo que parecía una unión indestructible puede erosionarse con el tiempo, y la clave de la estabilidad parece radicar en la inversión de esfuerzo mutuo. Ilustración MidJourney.

Gestionar los problema de manera conjunta

Cuando el amor deriva en matrimonio, el desenlace no siempre es predecible. Mientras algunas parejas logran superar los obstáculos y fortalecer su vínculo, otras terminan atrapadas en un ciclo de reproches y desencuentros. Lo cierto es que la felicidad conyugal no es una cuestión de suerte ni de destino, sino de esfuerzo continuo y mutuo. Las relaciones que consiguen mantenerse a flote no son aquellas que evitan los problemas, sino las que aprenden a gestionarlos de manera conjunta.

El panorama que ofrecen los estudios de Rey y Herrera de la Cruz es claro: el matrimonio en la actualidad es un desafío que exige más que nunca compromiso, adaptabilidad y trabajo en equipo. Las parejas que logran mantener la felicidad a lo largo del tiempo son aquellas que aceptan que el amor, por sí solo, no basta. Requiere dedicación, sacrificio y una voluntad constante de crecimiento. En un mundo donde el fracaso parece la norma, encontrar una historia de éxito es casi excepcional.

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En última instancia, la gran pregunta sigue siendo la misma: ¿vale la pena el esfuerzo? Para algunos, la idea de dedicar una vida entera a la construcción de una relación puede parecer agotadora. Para otros, es la única forma de alcanzar una plenitud que ninguna otra experiencia humana puede ofrecer. Cuando el amor deriva en matrimonio, el veredicto no es universal: puede ser un fracaso mayoritario o un éxito excepcional. Todo depende de cuánto estamos dispuestos a dar.

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