Menos que conquistar votos, las autocracias buscan en las elecciones calibrar sus puntos débiles

En un mundo donde la democracia se considera a menudo como el pilar de la libertad y la igualdad, las autocracias persisten en utilizar las elecciones no como un medio para validar el consentimiento del gobernado, sino como una herramienta para calibrar sus propias fortalezas y debilidades. Este enfoque, lejos de buscar una legitimidad genuina a través del voto popular, tiene como objetivo principal asegurar y perpetuar el control del poder por parte de quienes ya lo detentan. Las elecciones en estos regímenes se convierten, entonces, en un ejercicio de medición de la temperatura política interna, más que en un proceso electoral libre y justo.

Este análisis se basa en las observaciones de Amanda Taub, autora detrás de «El Intérprete», una columna y boletín informativo de The New York Times que se sumerge en el «por qué» de los acontecimientos mundiales. En su artículo titulado “¿Para qué los autócratas como Putin orquestan elecciones?”, Taub desentraña cómo y por qué los líderes autoritarios emplean las elecciones como instrumentos de control, más que como expresiones de la voluntad popular. Según ella, estas votaciones no solo demuestran control y sirven de advertencia, sino que también crean la ilusión de rendición de cuentas ante la comunidad internacional y los propios ciudadanos del estado autoritario.

Las elecciones en las autocracias

Las autocracias, como bien muestra el ejemplo de Rusia bajo la presidencia de Vladimir Putin, organizan elecciones que son ampliamente criticadas por su falta de transparencia y libertad. A pesar de contar con un apoyo significativo entre la población, las elecciones rusas se han descrito como una mezcla entre tragedia y farsa, donde el resultado parece estar predeterminado mucho antes de que los ciudadanos lleguen a las urnas. La oposición política es sistemáticamente reprimida, los medios de comunicación independientes son silenciados, y las voces disidentes son castigadas con severidad. La muerte en prisión de Alexéi Navalny, el opositor ruso más prominente, subraya la brutalidad con la que se silencia cualquier forma de disidencia.

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Las elecciones brindan a los líderes autocráticos información valiosa sobre posibles amenazas a su poder. Permitir cierto grado de competencia electoral, aunque altamente restringida y controlada, ofrece la oportunidad de identificar y neutralizar a figuras emergentes de la oposición antes de que puedan convertirse en una amenaza real. Ilustración MidJourney

Sin embargo, lo que podría parecer un simple ejercicio de poder por parte de los autócratas, en realidad cumple múltiples funciones estratégicas. Las elecciones en regímenes autocráticos actúan como una forma de propaganda dirigida a distintos públicos. Para el público interno, la manipulación electoral puede servir como demostración de la omnipotencia del régimen, desalentando cualquier intento de oposición mediante la demostración de una lealtad (o miedo) inquebrantable de las instituciones hacia el líder. Para los observadores internacionales, estas elecciones ofrecen una fachada de legitimidad que facilita el mantenimiento de alianzas estratégicas, especialmente con aquellos países que, por conveniencia o necesidad, prefieren hacer la vista gorda ante la falta de democracia real.

Rusia no es un caso único

El caso de Rusia no es único; muchas autocracias alrededor del mundo emplean tácticas similares. La orquestación de elecciones bajo condiciones controladas permite a estos regímenes no solo proyectar una imagen de estabilidad y control sino también calibrar el apoyo real dentro de su población. A través de la manipulación cuidadosa de los resultados electorales, los autócratas pueden obtener una medida aproximada de su popularidad, ajustando sus estrategias de represión y propaganda en consecuencia.

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Además, las elecciones brindan a los líderes autocráticos información valiosa sobre posibles amenazas a su poder. Permitir cierto grado de competencia electoral, aunque altamente restringida y controlada, ofrece la oportunidad de identificar y neutralizar a figuras emergentes de la oposición antes de que puedan convertirse en una amenaza real. Este proceso de identificación y supresión de la oposición potencial refuerza el control del régimen, pero también puede generar resistencia y descontento entre la población, plantando las semillas de futuros conflictos y desafíos al poder autoritario.

La ilusión del control prevalece

Los riesgos inherentes a este juego de manipulación electoral no deben subestimarse. Aunque diseñadas para reafirmar el poder, estas elecciones pueden, en ocasiones, abrir espacios no anticipados para el cambio o la disidencia. La historia nos ha mostrado que, en ciertos contextos, incluso los procesos electorales altamente controlados y manipulados pueden catalizar movimientos de oposición y protesta. Un ejemplo de ello son las «revoluciones de colores» en Europa del Este y Asia Central, donde elecciones fraudulentas desencadenaron movimientos populares que finalmente llevaron al cambio de régimen.

La investigación de Beatriz Magaloni, politóloga de la Universidad de Stanford, apunta a un fenómeno interesante: a veces, el fraude electoral puede precipitar revoluciones civiles. Esto se debe a que la manipulación descarada de los resultados puede galvanizar a la oposición y a la sociedad civil, provocando protestas masivas que pueden obligar a los militares y a otros aliados clave del régimen a retirar su apoyo al autócrata. Tal fue el caso de la Revolución Naranja en Ucrania y la Revolución de las Rosas en Georgia. Aunque estos eventos representan excepciones más que la norma, demuestran que las elecciones en autocracias no son meramente rituales vacíos de significado político, sino que pueden convertirse en momentos críticos de vulnerabilidad para los regímenes autoritarios.

Represión y más represión

En el caso de Rusia, la represión postelectoral después de las protestas en torno a las elecciones de 2011 muestra cómo los autócratas responden a estos desafíos: con más represión. Esto, sin embargo, no siempre asegura la estabilidad del régimen a largo plazo. La resistencia y el descontento pueden acumularse bajo la superficie, esperando una oportunidad para emerger.

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Los riesgos inherentes a este juego de manipulación electoral no deben subestimarse. Aunque diseñadas para reafirmar el poder, estas elecciones pueden, en ocasiones, abrir espacios no anticipados para el cambio o la disidencia. La historia nos ha mostrado que, en ciertos contextos, incluso los procesos electorales altamente controlados y manipulados pueden catalizar movimientos de oposición y protesta. Ilustración MidJourney.

En contextos donde la oposición a las autocracias logra organizarse y unirse detrás de un candidato común, como ocurrió en Gambia en 2016, incluso elecciones diseñadas para ser un teatro político pueden resultar en cambios imprevistos. Yahya Jammeh, quien había gobernado Gambia con mano de hierro durante décadas, fue derrotado en una elección que esperaba manipular a su favor. La unión de la oposición y el apoyo de la diáspora gambiana fueron cruciales para este resultado inesperado, demostrando que, bajo ciertas circunstancias, las elecciones en autocracias pueden tener resultados auténticos y transformadores.

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Maestros del aprendizaje

Sin embargo, la capacidad de los autócratas para aprender de estos incidentes y adaptar sus estrategias de manipulación electoral no debe subestimarse. Como señala Brian Klaas, coautor del libro «How to Rig an Election«, las últimas décadas han visto un «aprendizaje autoritario» donde los líderes autocráticos se han vuelto cada vez más adeptos a manipular los procesos electorales de maneras sofisticadas y menos detectables. Esto incluye no solo el fraude electoral directo, sino también el control sobre los medios de comunicación, la represión de la oposición, y la manipulación de la legislación electoral para desincentivar o descalificar a los oponentes.

La observación de elecciones en autocracias, por tanto, revela una complejidad que va más allá de la simple farsa electoral. Estos eventos son tanto manifestaciones de poder como ejercicios de inteligencia política, diseñados para calibrar la lealtad de las instituciones, medir el descontento popular, y evaluar la efectividad de la propaganda y la represión. A la vez, encierran riesgos significativos para los regímenes autoritarios, ya que pueden servir como catalizadores para la organización y movilización de la oposición.

En última instancia, las elecciones en autocracias no son simplemente actos de teatro político destinados a engañar al público o a la comunidad internacional; son, más bien, herramientas multifacéticas utilizadas por los autócratas para gestionar y mantener su poder. Sin embargo, la presencia inherente de riesgo en estos ejercicios electorales sugiere que, incluso en los regímenes más represivos, la búsqueda de legitimidad a través de las urnas es un juego peligroso que puede tener consecuencias imprevistas.

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