Hybristophilia unido al “síndrome de Estocolmo” es el sentimiento que Donald Trump genera en su campaña

En un giro sorprendente de eventos y estrategias, Donald Trump parece estar canalizando una combinación inusual de hybristophilia y el síndrome de Estocolmo en su más reciente campaña electoral, creando una atmósfera que confunde tanto a críticos como a seguidores. A través de un enfoque que mezcla admiración hacia figuras controvertidas y una lealtad inquebrantable nacida de situaciones de cautiverio emocional, Trump ha logrado redefinir las dinámicas de su base de seguidores.

Samuel Earle, ensayista invitado en The New York Times y autor de «Tory Nation: How One Party Took Over», aporta una perspectiva crítica en su trabajo: «¿El tercer acto de Trump? Gangster americano», publicada por el gran medio del Estado Excelsior. Earle sugiere que la reciente táctica de Trump, comparándose con figuras como Al Capone, no solo es una prueba de su ingenio para mantenerse relevante, sino también un esfuerzo por solidificar su base mediante un complejo juego de psicología y simbolismo.

Donald Trump o el Al Capone “bueno”

En los últimos meses, Trump ha estado probando una nueva rutina en mítines y encuentros por todo el país, una que se deleita en comparaciones con Al Capone, el infame gángster de Chicago. «Era muy duro, ¿verdad?» Trump reflexionó en un mitin en Iowa, señalando que, a pesar de la notoriedad de Capone, solo fue imputado una vez, mientras que él mismo ha sido acusado en cuatro ocasiones. Esta comparación no solo busca resaltar una supuesta persecución injusta, sino también enfatizar una resistencia y tenacidad que Trump quiere que se asocie con su imagen. La implicación de ser «cuatro veces más duro que Capone» no solo apunta a una injusticia percibida sino también a un aura de invencibilidad que Trump ansía proyectar a sus seguidores.

Donald Trump
El fenómeno de hybristophilia, una fascinación por aquellos que cometen actos de gran audacia o crueldad, combinado con el síndrome de Estocolmo, donde las víctimas desarrollan un vínculo psicológico con sus captores, ofrece una lente a través de la cual se puede comprender el inquebrantable apoyo a Donald Trump. Ilustración MidJourney

La fascinación de Donald Trump por invocar la figura de Capone refleja un cambio significativo en la imagen que desea proyectar al mundo. Si en 2016 se mostraba como el empresario y estrella de reality que prometía revolucionar la política, y en 2020 como el líder decidido a mantenerse en el poder a cualquier costo, en 2024 adopta la figura del gángster estadounidense. Esta imagen, heredera de la leyenda de Capone, acosada por las autoridades y acusada de múltiples delitos graves, pero aún así sobreviviente y próspera, ofrece una nueva faceta de Trump a sus seguidores, una que abraza y se enorgullece de su confrontación con la ley.

Una icónica fotografía policial

Trump ha incorporado esta nueva identidad en casi todos los aspectos de su comunicación. Desde despotricar contra sus casos legales en discursos hasta jactarse en Truth Social de tener un equipo de abogados más grande «que cualquier ser humano en la historia de nuestro país, incluido incluso el difunto gran gángster Alphonse Capone». Su equipo ha comercializado su fotografía policial en una variedad de productos, desde camisetas hasta envoltorios navideños, demostrando una vez más su habilidad para transformar la controversia en capital político y financiero.

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Esta reinvención como un gángster en la carrera electoral desafía la sabiduría convencional sobre la idoneidad de los candidatos presidenciales. En lugar de alejarse de las acusaciones criminales, Donald Trump las abraza, posiblemente buscando capitalizar la misma fascinación que el público ha tenido históricamente con figuras criminales como Capone. Esta estrategia no solo refleja una desconfianza hacia el estado y sus instituciones, sino que también juega con la narrativa de ser perseguido injustamente, una historia que ha resonado a través de la historia americana.

La justicia como show

El intento de Trump de convertir sus acusaciones en entretenimiento y sus llamados a la lealtad recuerdan a las tácticas utilizadas por los jefes mafiosos, exigiendo fidelidad inquebrantable de sus seguidores mientras se presenta como un héroe popular frente a una persecución injusta. Esta narrativa no solo refuerza su base sino que también invoca un fenómeno de lealtad que roza con el síndrome de Estocolmo, donde sus seguidores, lejos de alejarse ante las controversias, se sienten aún más unidos a su figura. La retórica de «no me persiguen a mí, te persiguen a ti» fortalece este vínculo emocional, transformando cada acusación en un ataque percibido contra ellos mismos, más que contra Trump.

Este acercamiento estratégico, que convierte la adversidad legal en una prueba de lealtad y fortaleza, no solo busca movilizar a su base sino también desafiar las expectativas tradicionales sobre la conducta y la idoneidad para el cargo público. Donald Trump, al igual que Capone en su época, no solo sobrevive a sus controversias, sino que también parece prosperar a través de ellas, convirtiéndolas en parte de su atractivo y en un símbolo de resistencia contra lo que percibe como un sistema corrupto y en contra de él.

Un anti-héroe en la escena

Más allá de la mera supervivencia política, la estrategia de Trump parece apuntar hacia una redefinición de lo que significa ser un líder en la era moderna, donde la figura del «gángster» no es necesariamente un paria sino un anti-héroe con un seguimiento devoto. Al adoptar y exaltar esta imagen, Trump no solo desafía las normas sino que también busca transformar la percepción pública sobre la autoridad, la ley y el liderazgo.

Donald Trump
Esta táctica, sin embargo, va más allá de la simple auto-preservación o el deseo de mantenerse en el poder. Refleja una comprensión profunda de la cultura popular estadounidense y su fascinación por las figuras que operan en los márgenes de la ley, aquellas que desafían el statu quo y viven según sus propias reglas. Ilustración MidJourney.

Esta táctica, sin embargo, va más allá de la simple auto-preservación o el deseo de mantenerse en el poder. Refleja una comprensión profunda de la cultura popular estadounidense y su fascinación por las figuras que operan en los márgenes de la ley, aquellas que desafían el statu quo y viven según sus propias reglas. Donald Trump, al presentarse como el último «gángster americano», no solo se posiciona como un forastero perseguido por un sistema injusto sino también como un luchador contra la corrupción percibida de ese sistema.

Un terreno peligroso

Sin embargo, esta narrativa plantea serias preguntas sobre el impacto en la política estadounidense y la percepción pública del liderazgo y la legalidad. Al romantizar la figura del gángster y vincularla estrechamente con la política, Trump no solo está redefiniendo su propia imagen sino también cómo el público percibe la autoridad y la justicia. Esto podría tener consecuencias duraderas, más allá de su campaña, afectando la confianza en las instituciones democráticas y la ley.

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El fenómeno de hybristophilia, una fascinación por aquellos que cometen actos de gran audacia o crueldad, combinado con el síndrome de Estocolmo, donde las víctimas desarrollan un vínculo psicológico con sus captores, ofrece una lente a través de la cual se puede comprender el inquebrantable apoyo a Donald Trump. Este vínculo, fortalecido por la percepción de una batalla compartida contra adversidades percibidas, no solo solidifica su base sino que también desafía las expectativas tradicionales de liderazgo y moralidad.

El acercamiento de Trump a su campaña, invocando la imagen de un gángster americano perseguido pero indomable, resuena con una parte significativa del electorado, atraída tanto por la figura del anti-héroe como por la narrativa de victimización y resistencia. Mientras algunos ven esta táctica como una desviación peligrosa de los principios democráticos, otros la ven como una estrategia astuta que aprovecha las complejidades de la cultura y la política estadounidenses. Lo que queda claro es que Trump ha transformado no solo su campaña sino el paisaje político, planteando preguntas sobre el futuro de la política estadounidense y la figura del líder en la era moderna.

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