OMS busca el enfoque adecuado para frenar el incremento de la obesidad en el mundo

La obesidad, ese coloso silencioso que ha crecido a pasos agigantados en las últimas décadas, se ha convertido en uno de los problemas de salud más acuciantes a nivel global. Azahara Nieto, una reconocida dietista-nutricionista, aporta su visión experta sobre este tema en su colaboración con EL PAÍS, titulada “Guerra contra la obesidad: ¿es una buena estrategia de salud?”. Nieto, cuya formación abarca desde la Universidad Complutense de Madrid hasta un máster en Trastornos del Comportamiento Alimentario y Obesidad por la Universidad Europea de Madrid, nos invita a reflexionar sobre las estrategias adoptadas para combatir este fenómeno. Su análisis se sustenta en la aceleración del plan de acción contra la obesidad por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en un intento de frenar el avance de lo que ya se considera una epidemia mundial.

La OMS, al alza de las estadísticas preocupantes, cataloga la obesidad no solo como un problema de salud pública de magnitud epidémica sino también como un reflejo de desigualdades sociales y económicas. Con más de 1.000 millones de personas afectadas en todo el mundo, este fenómeno ya no se circunscribe exclusivamente a los países desarrollados, sino que se ha extendido a naciones en vías de desarrollo, afectando con mayor incidencia a los más bajos. Este escenario plantea un reto mayúsculo no solo para los sistemas de salud, sino para la sociedad en su conjunto.

El IMC y la obesidad

La obesidad y el sobrepeso son definidos por la OMS como una «acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud». Esta definición se apoya en el Índice de Masa Corporal (IMC) como herramienta de medición, aunque su aplicación universal ha sido objeto de críticas por no considerar variables como edad, sexo o etnia. A pesar de ello, el IMC sigue siendo una referencia en el diagnóstico de la obesidad, una condición que ha visto triplicarse sus cifras desde 1975 y que en 2016 afectaba a más de 650 millones de adultos a nivel mundial.

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Con más de 1.000 millones de personas afectadas en todo el mundo, este fenómeno ya no se circunscribe exclusivamente a los países desarrollados, sino que se ha extendido a naciones en vías de desarrollo, afectando con mayor incidencia a los estratos socioeconómicos más bajos. Ilustración MidJourney

La realidad es que la epidemia de obesidad no solo implica un aumento en el riesgo de desarrollar enfermedades no transmisibles como la diabetes tipo II, enfermedades cardíacas y ciertos tipos de cáncer, sino que también refleja desafíos más amplios relacionados con la nutrición, la economía y la educación. La OMS ha intentado abordar esta complejidad promoviendo la implicación de diversos sectores, incluida la industria alimentaria y los gobiernos, en la adopción de políticas públicas que fomenten una alimentación saludable y el incremento de la actividad física.

Régimen Alimentario

Este enfoque multidisciplinario se refleja en la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física y Salud, adoptada en 2004, y en el plan de acción mundial aprobado en la asamblea de 2022, que se marca como objetivo una reducción significativa en la mortalidad prematura por enfermedades no transmisibles para 2030, así como volver a las tasas de obesidad de 2010. Sin embargo, la coexistencia de la malnutrición y la desnutrición, incluso dentro del mismo hogar, complica aún más el panorama.

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La obesidad, por tanto, no puede abordarse exclusivamente desde una perspectiva individual, sino que requiere de un enfoque colectivo que garantice el acceso equitativo a la salud para todos. Este desafío se ve agravado por la realidad económica actual, donde la inflación ha disparado los precios de los alimentos, limitando aún más el acceso a una dieta saludable, especialmente para las familias de menores ingresos. La educación nutricional, ausente en muchos sistemas educativos y de salud pública, emerge como un componente crucial para revertir esta tendencia.

Un cambio de paradigma es evidente

El panorama es complejo y las soluciones, necesariamente integradoras. Mientras investigadores como Anu Harju critican la narrativa alarmista que a veces rodea a la obesidad, señalando una tendencia hacia la estigmatización y la simplificación de un problema profundamente enraizado en factores socioeconómicos y culturales, la necesidad de un cambio de paradigma es evidente. Se trata de transitar desde un enfoque centrado en la culpabilización individual hacia uno que reconozca la diversidad corporal y aborde las causas estructurales de la obesidad, incluyendo el acceso a alimentos saludables y la posibilidad de llevar un estilo de vida activo.

La propuesta de Azahara Nieto y la acción de la OMS invitan a repensar nuestras estrategias frente a la obesidad. No se trata únicamente de promover dietas o incrementar la actividad física de manera aislada, sino de construir un entorno que facilite elecciones saludables para todos, independientemente de su nivel socioeconómico. Esto implica políticas públicas que regulen la industria alimentaria para garantizar la disponibilidad de opciones saludables a precios accesibles, así como programas educativos que fomenten la conciencia nutricional desde edades tempranas.

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La obesidad, por tanto, no es solo un desafío para la salud pública, sino también una oportunidad para repensar y mejorar nuestros sistemas alimentarios, nuestros entornos urbanos y nuestras políticas de salud y educación. Ilustración MidJourney.

Más allá de la prevención

Además, el enfoque debe extenderse más allá de la prevención y el tratamiento de la obesidad como tal, para incluir la atención a las enfermedades asociadas y la promoción de un bienestar integral. Esto último sugiere un cambio significativo en el sistema de salud, que deberá ser capaz de ofrecer un soporte multidisciplinario que contemple aspectos psicológicos, nutricionales y físicos.

En este sentido, la colaboración internacional y el intercambio de buenas prácticas son fundamentales. La obesidad es un reto global que requiere de respuestas globales. La experiencia de países que han logrado implementar políticas exitosas puede servir de modelo para otros. Por ejemplo, la regulación de la publicidad de alimentos no saludables, especialmente aquel dirigido a niños, o la imposición de impuestos a productos con alto contenido de azúcar, son medidas que han demostrado ser efectivas en algunos contextos y podrían adaptarse a la realidad de diferentes países.

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Repensar nuestros sistemas alimentarios

La obesidad, por tanto, no es solo un desafío para la salud pública, sino también una oportunidad para repensar y mejorar nuestros sistemas alimentarios, nuestros entornos urbanos y nuestras políticas de salud y educación. Se trata de una lucha que no solo busca reducir cifras en las estadísticas, sino mejorar la calidad de vida de las personas, promoviendo entornos más saludables y equitativos.

La búsqueda del enfoque adecuado para frenar el incremento de la obesidad en el mundo es un reto complejo que exige acciones coordinadas y sostenidas en el tiempo. La colaboración entre gobiernos, la industria alimentaria, los profesionales de la salud y la sociedad civil es esencial para crear las condiciones que permitan a todas las personas acceder a una alimentación saludable y a un estilo de vida activo. La guerra contra la obesidad no se ganará en los consultorios médicos o en los gimnasios solamente, sino en la construcción de una sociedad más consciente, inclusiva y saludable. La visión de expertos como Azahara Nieto y las acciones de organismos internacionales como la OMS son piezas clave en este complejo rompecabezas, que solo podrá resolverse con el compromiso y la acción conjunta de todos los actores involucrados.

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