La historia de Estados Unidos, marcada por avances sociales y económicos, no ha sido capaz de desprenderse de dos características profundamente arraigadas: la xenofobia y la aporofobia. Estas actitudes no solo han persistido, sino que han encontrado en ciertos contextos históricos el caldo de cultivo perfecto para manifestarse con intensidad. Los estadounidenses han demostrado que, bajo presiones económicas o políticas, solo necesitan un estímulo mínimo para discriminar. Derivan en xenófobos y aporofóbicos. Esta realidad, como se ve en las recientes políticas de migración y las narrativas que las sustentan, se conecta con una tradición más amplia de exclusión y rechazo hacia quienes son diferentes, especialmente si provienen de contextos empobrecidos.
El análisis de esta problemática ha sido ampliamente discutido por expertos como Katrina Burgess, profesora de Economía Política en la Facultad Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad de Tufts. En su reciente artículo titulado: “Los planes de Trump para reforzar la vigilancia fronteriza no necesariamente impedirán que los migrantes lleguen a Estados Unidos, pero sus viajes podrían volverse más costosos y peligrosos”, publicado en The Conversation, Burgess detalla cómo las políticas migratorias en Estados Unidos han sido históricamente diseñadas para desviar la atención de problemas internos y canalizar las frustraciones sociales hacia los inmigrantes. Con una carrera sólida en estudios migratorios, su trabajo no solo destaca los riesgos asociados con estas medidas, sino también las consecuencias más amplias de estas actitudes.
Un país de xenófobos y aporofóbicos
Xenófobos y aporofóbicos. Así podrían resumirse muchas de las reacciones de los estadounidenses frente a la migración. Un ejemplo claro se remonta a 1994, cuando Pete Wilson, entonces gobernador de California, utilizó imágenes de migrantes en su campaña de reelección para despertar temores en la población y culparlos de la crisis económica que enfrentaba el estado. Aunque estos migrantes no eran responsables de la recesión, sirvieron como un conveniente chivo expiatorio. Treinta años después, una narrativa similar resurge con las políticas del expresidente Donald Trump, quien ha prometido cerrar la frontera sur y deportar a millones de inmigrantes indocumentados. Estas promesas, basadas en argumentos falaces, no solo perpetúan el rechazo hacia los extranjeros, sino que también intensifican la aporofobia, haciendo énfasis en que aquellos que huyen de la pobreza extrema son una carga para el sistema.

Los efectos de estas políticas no son solo ideológicos, sino también profundamente pragmáticos. En los últimos años, la estrategia de «prevención mediante disuasión» implementada por la Patrulla Fronteriza ha resultado en un aumento de las muertes y los costos asociados con la migración ilegal. Según Burgess, el objetivo de esta estrategia era desincentivar la migración al hacerla más peligrosa y costosa, obligando a los migrantes a cruzar por terrenos más hostiles. Sin embargo, como ella y otros investigadores han demostrado, estos esfuerzos no han tenido el impacto deseado. Los migrantes continúan llegando, no porque ignoren los riesgos, sino porque las circunstancias en sus países de origen los empujan a tomar decisiones desesperadas.
Una nación en contradicción
Los estadounidenses han fortalecido sus fronteras con una infraestructura física y tecnológica impresionante, que incluye muros, drones y torres de vigilancia, mostrándose como xenófobos y aporofóbicos de última generación. Estas, financiadas con billones de dólares, reflejan un enfoque punitivo que ignora las raíces del problema: la violencia, la corrupción y el colapso económico que obligan a muchas personas a migrar. Además, han externalizado el control migratorio a países como México, invirtiendo millones en apoyarlos en sus esfuerzos de contención. Sin embargo, estas estrategias han demostrado ser insuficientes para frenar el flujo migratorio, que no solo persiste, sino que ha alcanzado niveles históricos en los últimos años.
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La narrativa de disuasión se revela ilusoria cuando se analizan los datos recientes. A pesar del endurecimiento de las políticas migratorias, las detenciones en la frontera sur de Estados Unidos han alcanzado promedios de casi 1,9 millones por año entre 2020 y 2024, superando los niveles registrados en las décadas de 1980 y 2000. Esto demuestra que el aumento de los peligros y costos no ha desalentado a los migrantes, quienes enfrentan circunstancias extremas en sus países de origen. Según una investigación realizada por Burgess y su equipo en 2023, los migrantes entrevistados en Colombia, Costa Rica y México expresaron que regresar a sus países significaría enfrentar una muerte segura. «Si me deportan, hermana, regreso», afirmó una madre hondureña, destacando la urgencia de su situación.
Más crueles con sus vecinos
Los prejuicios estadounidenses se han centrado históricamente en los migrantes mexicanos. Con los vecinos el ser xenófobos y aporofóbicos, parece estar en el ADN. Sin embargo, la composición de quienes cruzan la frontera ha cambiado significativamente en las últimas décadas. Hoy en día, más del 60% de los migrantes provienen de países como Venezuela, Haití y naciones centroamericanas. Muchos de ellos son familias con niños que huyen de contextos devastadores. Esta transformación no ha reducido el rechazo hacia ellos; por el contrario, ha ampliado el espectro de la discriminación, reforzando una narrativa que deshumaniza a quienes buscan refugio.
El rechazo hacia los migrantes no es solo una cuestión de política, sino también de percepción pública. Los discursos xenófobos y aporofóbicos han sido alimentados por décadas de retórica que asocian a los migrantes con delincuencia y cargas económicas. Sin embargo, estudios como los de Burgess han demostrado que estas percepciones están lejos de la realidad. Los migrantes no solo contribuyen significativamente a las economías de los países receptores, sino que también llenan vacíos laborales esenciales en sectores como la agricultura y los servicios. Ignorar estas contribuciones refuerza un ciclo de exclusión que beneficia a las élites políticas mientras perjudica a las comunidades locales.

¿Libertad, igualdad y oportunidad para todos?
En última instancia, el problema no radica únicamente en las políticas migratorias, sino en la incapacidad de abordar las causas fundamentales de la migración. La pobreza, la violencia y los desastres naturales en los países de origen seguirán impulsando a las personas a buscar una vida mejor, sin importar los obstáculos. Hasta que estas raíces no sean tratadas, las estrategias punitivas solo perpetuarán el sufrimiento y la exclusión. Xenófobos y aporofóbicos, los estadounidenses se enfrentan al reto de reconciliar su historia con los valores que afirman defender: libertad, igualdad y oportunidad para todos.
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La solución a la crisis migratoria no puede basarse únicamente en muros, vigilancia y disuasión. Requiere un enfoque humano y colaborativo que aborde las desigualdades globales y las raíces de la migración forzada. Mientras Estados Unidos siga aferrándose a narrativas xenófobas y aporofóbicas para justificar políticas excluyentes, continuará fallando en su responsabilidad histórica y moral de ser un faro de esperanza para quienes buscan refugio. El cierre de esta brecha entre discurso y acción es esencial para construir un futuro en el que las diferencias sean vistas como fortalezas y no como amenazas. Solo entonces se podrá superar el ciclo de discriminación y exclusión que define la actualidad.