La mano de obra inmigrante, pilar esencial de la industria de la construcción en Texas y en otras partes de Estados Unidos, se encuentra en el ojo del huracán ante las políticas migratorias y comerciales propuestas por Donald Trump. El presidente electo, conocido por sus promesas de deportar a millones de inmigrantes indocumentados y aplicar aranceles más altos a productos clave importados de México y Canadá, ha generado preocupación en sectores estratégicos como el de la construcción. La industria teme un doble golpe que podría elevar los costos, reducir la productividad y alterar profundamente el mercado inmobiliario en uno de los estados más dinámicos del país.
Este análisis se basa en el reportaje de Elizabeth Findell y Gina Heeb, periodistas de The Wall Street Journal, titulado: «La industria de la construcción se prepara para un doble golpe: aranceles y deportaciones». Findell, especializada en temas locales y fronterizos en Texas, y Heeb, experta en finanzas al consumidor desde Nueva York, unieron fuerzas para destacar cómo las políticas de Trump podrían desencadenar efectos económicos devastadores, especialmente en regiones donde la mano de obra inmigrante y los materiales Los importados son fundamentales para la expansión urbana y el crecimiento económico.
¿Adiós a la mano de obra inmigrante?
McKinney, Texas, se presenta como un caso emblemático. Este suburbio de rápido crecimiento, ubicado al noreste de Dallas, ha transformado su paisaje en las últimas dos décadas gracias a un ejército de inmigrantes. Desde el diseño hasta la construcción, muchas de estas nuevas urbanizaciones dependen de manos provenientes de México, Guatemala y otros países de América Latina. Sin embargo, la amenaza de deportaciones masivas pone en riesgo no solo a los trabajadores, sino también a los desarrolladores que confían en ellos. Como lo expresó George Fuller, alcalde de McKinney y desarrollador inmobiliario, la industria podría enfrentar una escasez de mano de obra sin precedentes, lo que impactaría tanto a constructores como a compradores.

La mano de obra inmigrante representa más de la mitad de los trabajadores en la construcción en estados clave como Texas, California y Nueva Jersey, según un estudio del Centro Conjunto de Estudios de la Vivienda de Harvard. Además, un 13% de estos trabajadores son indocumentados, un porcentaje significativamente mayor que el de la fuerza laboral general en el país. La posibilidad de deportar a este segmento crítico plantea una pregunta fundamental: ¿Quién asumirá estos roles en un mercado que ya enfrenta escasez de trabajadores calificados? Históricamente, los estadounidenses no han reemplazado estos puestos, optando por empleos menos exigentes esencialmente o con mayores beneficios económicos.
El tema de los aranceles
Mientras la atención se centra en los inmigrantes, otro frente de batalla amenaza a los constructores: los aranceles. Productos esenciales para la construcción, como la madera blanda, el hierro, el acero y el cemento, dependen en gran medida de importaciones de Canadá y México. Los aranceles actuales ya han incrementado el costo de algunos de estos materiales, y la posibilidad de tarifas adicionales podría agravar la situación. Por ejemplo, el yeso importado, clave para los paneles de construcción, ha aumentado casi un 50% desde 2020. La combinación de materiales más caros y menos trabajadores disponibles podría disparar aún más los precios de las viviendas, dificultando el acceso a la propiedad para miles de familias.
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Para desarrolladores como Stan Marek, quien lidera una empresa de construcción en Houston, el problema va más allá de las cifras. Durante una auditoría de inmigración hace años, Marek tuvo que despedir a empleados valiosos cuyos documentos no cumplían con los requisitos legales. Sin embargo, estos trabajadores no desaparecieron: simplemente se trasladaron a la competencia o iniciaron sus propios negocios. Este ciclo perpetúa una dinámica donde las leyes de inmigración se convierten en un obstáculo, no solo para los trabajadores, sino también para los trabajadores que necesitan desesperadamente su experiencia.
El impacto de la mano de obra inmigrante en la economía local es innegable. José Ortega, un trabajador guatemalteco que ha pasado más de una década en el sector de la construcción en Texas, representa miles de personas que contribuyen con esfuerzo diario a proyectos de infraestructura y vivienda. Ortega, quien también es pastor de una iglesia, trabaja junto a su hijo construyendo casas que simbolizan el sueño americano. Su temor a ser deportado refleja la incertidumbre que enfrentan muchos trabajadores, quienes, a pesar de su contribución, permanecen en las sombras del sistema.
Constructores en problemas
La vulnerabilidad del sector no se limita a los trabajadores como la mano de obra inmigrante. Los constructores y desarrolladores también enfrentan decisiones difíciles para adaptarse a este nuevo panorama. Algunos, como Mike Forsum de Landsea Homes, han comenzado a evaluar cuánto podrían aumentar los precios de las viviendas si se implementan nuevos aranceles. Mientras tanto, organizaciones como Texans for Sensible Immigration Policy buscan soluciones legislativas que permitan a los inmigrantes indocumentados regularizar su situación, siempre y cuando cumplan con requisitos como aprender inglés y pasar verificaciones de antecedentes.

El problema no radica únicamente en Texas. A nivel nacional, la falta de trabajadores y el encarecimiento de los materiales amenazan con ralentizar la construcción de viviendas, un sector vital para la economía estadounidense. Con los precios de las casas ya cerca de máximos históricos y las tasas hipotecarias en aumento, cualquier incremento adicional podría excluir a un segmento significativo de compradores del mercado. Eric Finnigan, de John Burns Research & Consulting, advirtió que este escenario podría limitar aún más la accesibilidad, perjudicando tanto a los constructores como a los consumidores.
Promesas políticas y realidades
En última instancia, el debate sobre la mano de obra inmigrante y los aranceles refleja una tensión entre las promesas políticas y las realidades económicas. La administración Trump enfrenta el desafío de equilibrar su retórica antiinmigrante con la necesidad de mantener sectores clave de la economía en funcionamiento. Como lo expresó George Fuller, las soluciones simples, como deportar a millones de personas o aumentar los aranceles, pueden tener consecuencias devastadoras a corto plazo.
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A medida que la industria de la construcción navega por estas aguas turbulentas, queda claro que los trabajadores inmigrantes son más que una estadística en un debate político. Son el corazón de una industria que define el futuro de ciudades como McKinney y más allá. Si se les expulsa o se les dificulta aún más su participación, el costo no será solo económico, sino también humano.