Idolatría republicana por Donald Trump hace que los conservadores olviden al país

Idolatría republicana, un término evocador y contundente, ha sido acuñado para describir la ferviente devoción que una facción significativa del Partido Republicano profesa hacia Donald Trump. Esta fervorosa adoración ha llevado a que, en palabras de Will Marshall, presidente del Progressive Policy Institute, se anteponga la figura de Trump a los intereses nacionales. “Los republicanos de la Cámara de Representantes han puesto a Donald Trump en primer lugar, rindiéndose abyectamente ante su campaña sediciosa para socavar la confianza de los estadounidenses en sus instituciones democráticas”, declaró Marshall. Esta situación culminó con la retirada del representante Ken Buck, quien, en una advertencia elocuente a sus colegas, indicó que las mentiras y la anarquía promovidas por Trump podrían conducir al partido a una nueva derrota electoral.

La idolatría hacia Trump ha trascendido el mero apoyo político, cristalizando en una especie de lealtad inquebrantable que ha eclipsado los valores tradicionales conservadores y ha fracturado la base republicana entre los seguidores incondicionales de Trump y aquellos que aún priorizan la institucionalidad y el legado del partido. Los analistas políticos a menudo comparan la dinámica actual con la que prevalece bajo regímenes autoritarios de estilo latinoamericano, donde la figura del caudillo prevalece sobre el estado de derecho.

Idolatría republicana
Los analistas políticos a menudo comparan la dinámica actual con la que prevalece bajo regímenes autoritarios de estilo latinoamericano. Ilustración MidJourney

Idolatría republicana

En este contexto, Trump ha sido descrito no solo como un líder populista, sino como un secuestrador de la conciencia republicana, provocando en sus seguidores un fenómeno parecido al síndrome de Estocolmo. Ha sabido interpretar y manipular los rasgos culturales de la sociedad estadounidense, creando un culto a la personalidad que funge más en beneficio de sus intereses personales que en los de la nación.

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El episodio del 6 de enero de 2021, donde 139 republicanos de la Cámara votaron en contra de certificar la elección de Biden, no fue sino una manifestación de esta fidelidad ciega, una muestra de la idolatría republicana. El largo y tumultuoso proceso para elegir un nuevo presidente de la Cámara solo subrayó la persistente influencia de Trump y la marginación de los conservadores tradicionales, evidenciando un conflicto ideológico y un abismo dentro del partido que prioriza la supervivencia política individual sobre la coherencia y la responsabilidad colectiva.

Destello de resistencia

El reticente enfrentamiento de un grupo de más de veinte republicanos, incluido Buck, que bloqueó la candidatura de Jim Jordan, respaldado entusiastamente por Trump, para ser presidente de la Cámara, fue un breve destello de resistencia que solo sirvió para destacar cuán pocos están dispuestos a enfrentarse a la figura de Trump. La rápida capitulación de Tom Emmer en su candidatura a presidente frente a los anarquistas del Freedom Caucus que derrocaron a Kevin McCarthy, deja claro que el espacio para la moderación y el institucionalismo se ha reducido dramáticamente dentro del partido.

Idolatría republicana
Este fenómeno deja al Senado, liderado por un Mitch McConnell percibido como vulnerable, como el bastión final de un conservadurismo genuino. Ilustración MidJourney

El ataque de Trump a figuras de liderazgo republicano, tildándolos de “RINOs globalistas” por no mostrar suficiente deferencia hacia él, ha dejado en claro la dinámica de poder: lealtad ciega a Trump o la amenaza de ostracismo político. Esta postura no es más que la ídolatría republicana que el líder exige para con él. Este fenómeno deja al Senado, liderado por un Mitch McConnell percibido como vulnerable, como el bastión final de un conservadurismo genuino que aún intenta resistir la corriente radical que consume al partido.

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Completa subordinación sin precedentes

Históricamente, Estados Unidos ha sido escenario de figuras populistas como Huey Long, Joe McCarthy y George Wallace, pero la completa subordinación de un partido principal a la voluntad de un individuo es un desarrollo sin precedentes en la política estadounidense. Aunque se recomienda precaución al establecer paralelismos históricos, particularmente con la Alemania nazi, el paralelo con el Fuhrerprinzip, donde el líder está exento de error y debe ser obedecido sin cuestionamiento, es una comparación inquietante que algunos observadores no dudan en hacer.

La actual situación republicana plantea preguntas profundas sobre la dirección del conservadurismo estadounidense y el futuro de su democracia. Con un partido arraigado en el culto a la personalidad y la lealtad a un individuo sobre los principios fundacionales de la nación, el panorama político se encuentra en un punto de inflexión. ¿Será este el despertar de un nuevo movimiento conservador o la continuación de un camino que, según muchos, aleja a los republicanos no solo de su legado sino también del corazón democrático de Estados Unidos? Las elecciones futuras y las dinámicas internas del partido revelarán hasta qué punto la ídolatría republicana por Donald Trump ha recalibrado la brújula política del conservadurismo americano.

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