Austin Sarat, profesor de la William Nelson Cromwell de Jurisprudencia y Ciencias Políticas ene Amherst Colleg, ha expresado una inquietante realidad: los jóvenes estadounidenses están perdiendo la fe en la democracia. Según Sarat, hay una «revolución silenciosa» en marcha entre la generación más joven del país, que se manifiesta en una dramática erosión del apoyo a la democracia constitucional estadounidense.
Esta generación, que creció en una era de crisis ininterrumpidas —ataques terroristas, crisis económicas, desastres climáticos, creciente desigualdad económica, y una pandemia global—, ve al gobierno estadounidense como paralizado o reacio a responder a sus necesidades cotidianas. A diferencia de sus predecesores, que vivieron o estuvieron muy conscientes de los triunfos de la democracia como el New Deal y la Gran Sociedad, los jóvenes de hoy asocian la democracia con la polarización y el estancamiento.
Instituciones ha hecho poco: Austin Sarat
Las instituciones democráticas han hecho poco para abordar temas críticos para la juventud, como la violencia armada, el racismo sistémico, la falta de vivienda, y el calentamiento global. Además, los conflictos en Oriente Medio y otros eventos globales han socavado aún más la fe de los jóvenes en la respuesta democrática estadounidense. La desilusión juvenil también se ve alimentada por un sistema educativo que, temeroso de las guerras culturales y de ser etiquetado como políticamente incorrecto, ha descuidado la educación cívica. Actualmente, sólo siete estados exigen un año completo de educación cívica en el plan de estudios K-12.
Datos recopilados por Austin Sarat indican que este desapego a la democracia requiere una atención urgente y una estrategia clara para sensibilizar a los jóvenes sobre los peligros de su escepticismo hacia las instituciones democráticas. Las señales son alarmantes: un estudio del Instituto de Política de Harvard en diciembre de 2022 mostró que el 52% de los jóvenes cree que la democracia estadounidense está «en problemas» o es una «democracia fallida». Sólo el 7% considera que la democracia en el país está «saludable». Otro estudio reveló que los jóvenes estadounidenses no solo son más escépticos sobre la democracia, sino que también tienen dudas sobre su identidad nacional y el papel moral de Estados Unidos en el mundo. El orgullo nacional es significativamente más bajo entre los jóvenes que entre los mayores. Además, la perspectiva cívica de los votantes más jóvenes muestra que están insatisfechos con el sistema político y tienen poca o ninguna confianza en las instituciones gubernamentales. Menos de la mitad planea votar en las próximas elecciones generales.
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Conocimientos cívicos básicos
Los estudios también revelan una alarmante falta de conocimientos cívicos básicos entre los adultos jóvenes, independientemente de su nivel educativo. Además, sólo uno de cada cuatro estadounidenses entre 18 y 39 años es un partidario constante de la democracia, un porcentaje significativamente menor que el de las generaciones mayores. Casi dos tercios de los jóvenes estadounidenses tienen más miedo que esperanza sobre el futuro de la democracia en Estados Unidos, y muchos no creen que la democracia sea necesaria para valores como la libertad, la comunidad y la justicia social.
De acuerdo a Austin Sarat la situación actual demanda una intervención inmediata. Es imperativo que los educadores y las instituciones renueven su compromiso con la educación cívica y la defensa de la democracia, para revivir la fe de los jóvenes en un sistema que parece haberles fallado. La apatía y el escepticismo de la juventud hacia la democracia no son solo una señal de alarma, sino un llamado a la acción para reafirmar los valores democráticos y asegurar su relevancia y eficacia en el mundo moderno.
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¿Vender democracia a incrédulos?
En este contexto preocupante, surge la necesidad imperiosa de abordar la desafección de los jóvenes hacia la democracia con estrategias innovadoras y efectivas. Para Austin Sarat es crucial que los líderes políticos y educadores reconozcan y respondan a las preocupaciones específicas de la juventud. Esto incluye la implementación de programas educativos que no sólo informen sobre la democracia y sus instituciones, sino que también fomenten el pensamiento crítico, la participación activa y un sentido de responsabilidad cívica. La educación cívica debe ir más allá del aula, integrándose en la vida cotidiana de los jóvenes a través de medios digitales y plataformas que resuenen con sus experiencias y expectativas.
Además, es esencial que la política y la gobernanza reflejen y aborden las preocupaciones de la generación más joven. Esto significa tomar medidas significativas sobre temas como el cambio climático, la justicia social, y la igualdad económica. Al hacerlo, se puede comenzar a reconstruir la confianza en las instituciones democráticas y demostrar a los jóvenes que la democracia no sólo es relevante, sino también capaz de responder a sus necesidades y aspiraciones. Solo entonces, la generación más joven puede empezar a ver la democracia no como un sistema fallido, sino como una plataforma dinámica y eficaz para el cambio positivo y el progreso.