En un panorama sombrío donde las crisis económicas y políticas se entrelazan, el hambre en Cuba emerge con una fuerza devastadora, arrastrada por las corrientes de una gestión gubernamental que insiste en culpar a factores externos mientras ignora las causas profundas de su propia creación. La situación actual de la isla no es un fenómeno aislado, sino el resultado de una serie de políticas fallidas, decisiones autárquicas y una rigidez ideológica que ha desgastado la estructura socioeconómica del país, dejando a su población en un estado de vulnerabilidad extrema.
Esta narrativa es impulsada por Mary Anastasia O’Grady en su columna semanal «The Americas» para The Wall Street Journal, donde se especializa en política, economía y negocios en América Latina y Canadá. O’Grady, que se unió al periódico en 1995 y fue nombrada miembro del consejo editorial en 2005, ofrece una perspectiva crítica sobre los acontecimientos en Cuba bajo el título «Cuba está matando de hambre a su pueblo», argumentando que la responsabilidad de la crisis recae directamente en las políticas del gobierno cubano más que en las sanciones impuestas por Estados Unidos.
Hay hambre en Cuba
La situación en Cuba es alarmante. La isla se ve sacudida por protestas que reclaman libertad y el fin de la escasez de alimentos y medicinas, una escena reminiscente de los eventos de julio de 2021 pero con una represión gubernamental más preparada y cínica. La respuesta de La Habana a estas manifestaciones ha sido cortar las comunicaciones y presentar una fachada de benevolencia ante los medios internacionales, una estrategia diseñada para ocultar la brutalidad de su represión y el desespero de su gente. Las promesas de diálogo y atención a las quejas del pueblo contrastan agudamente con la realidad en las calles, donde los manifestantes son recibidos con violencia y detenciones arbitrarias.
El hambre en Cuba no es un accidente sino una herramienta de control, una táctica despiadada para mantener a la población en sumisión. La escasez de alimentos es crítica, y la situación se agrava con los cortes de electricidad que provocan la descomposición de lo poco que se consigue. A pesar de estar rodeada por el mar, la pesca está prohibida para el ciudadano común, y las restricciones sobre la agricultura y el comercio interno asfixian cualquier intento de autogestión alimentaria. En un acto de desesperación, informes indican la existencia de un mercado negro de carne de gato, subrayando la severidad de la crisis alimentaria que enfrenta la nación.
Venezuela y Rusia
La situación del hambre en Cuba no puede desvincularse del contexto más amplio de la región. Venezuela y Rusia, antiguos benefactores de la isla, enfrentan sus propias crisis económicas, dejando a Cuba sin el apoyo externo necesario para sostener su economía. La dependencia de Cuba de estas naciones en bancarrota ha precipitado una crisis de liquidez que restringe aún más su capacidad para importar alimentos y bienes básicos, exacerbando la escasez y el sufrimiento de su gente.
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A pesar de las restricciones impuestas por Estados Unidos, Cuba ha podido comerciar con el mundo, incluso con el mismo EE. UU. en términos de productos agrícolas. Sin embargo, la falta de divisas, gastadas en gran medida en mantener la lealtad de los militares y en operaciones de represión, limita severamente la capacidad del gobierno para abordar la crisis alimentaria. La situación se agrava por una economía estancada, controlada por un pequeño grupo de élites del Partido Comunista que se benefician del statu quo, mientras la población se hunde cada vez más en la desesperación.
Décadas de políticas fallidas
En este escenario, el gobierno cubano enfrenta un dilema: continuar con su estrategia de represión y control, arriesgando más descontento y protestas, o iniciar un proceso de apertura y reforma que podría aliviar la situación, pero amenazaría su monopolio del poder. La crisis actual es un reflejo de décadas de políticas fallidas y una rigidez ideológica que ha ignorado las necesidades básicas de la población en favor de mantener un modelo político y económico obsoleto.
La resistencia del pueblo cubano, manifestada en las calles a pesar de la represión, habla de una crisis de legitimidad para el régimen. Las protestas, aunque sofocadas con mano dura, evidencian un creciente descontento popular que no puede ser ignorado indefinidamente. Este descontento se alimenta no solo de la escasez de alimentos y medicinas, sino también de la falta de libertades fundamentales y de oportunidades económicas.
El hambre en Cuba, más que un problema de escasez material, es un síntoma de una enfermedad política profunda. La economía cubana, asfixiada por un embargo que ha servido de excusa al régimen para sus falencias, pero principalmente estrangulada por la ineficiencia y la corrupción internas, requiere de reformas estructurales que permitan la iniciativa privada, la inversión extranjera y una diversificación de la economía más allá de los sectores controlados por el estado.
Presiones internacionales
A su vez, la situación de Cuba no es ajena a la dinámica geopolítica de la región. La bancarrota de Venezuela, uno de sus principales aliados y proveedores de petróleo, y las tensiones con Rusia, otro importante respaldo político y económico, han dejado a la isla en una posición aún más vulnerable. Estos países, enfrentando sus propias crisis internas, ya no pueden sostener el apoyo que en el pasado ofrecieron a La Habana, exacerbando la crisis económica y energética de Cuba.
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En este contexto, la comunidad internacional se encuentra en una encrucijada. Por un lado, existe una presión creciente para aliviar las sanciones sobre Cuba, con el argumento de que estas agravan la situación humanitaria. Por otro lado, ceder ante un régimen que continúa reprimiendo a su población y negándose a realizar reformas significativas podría interpretarse como una concesión inmerecida. La solución a la crisis cubana, sin embargo, parece estar más allá de la simple relajación de las sanciones; requiere de un cambio genuino en la gobernanza de la isla, que priorice el bienestar de su gente sobre la perpetuación del poder político.
Reconocimiento de as causas
El hambre en Cuba, por tanto, es un llamado de atención a la comunidad internacional, pero más urgentemente al propio gobierno cubano. Es un recordatorio de que la legitimidad de cualquier gobierno reside en su capacidad para atender las necesidades básicas de su población y garantizar sus derechos fundamentales. La historia ha demostrado que ningún régimen puede sostenerse indefinidamente ignorando estas verdades fundamentales.
La reaparición del hambre en Cuba es un indicador de la profunda crisis que enfrenta la isla, una crisis que es tanto de índole económica como política. La solución requiere un reconocimiento honesto de las causas subyacentes de esta situación y un compromiso genuino con el cambio y la reforma. Solo entonces Cuba podrá comenzar a liberarse de las cadenas de la pobreza, la represión y el aislamiento que han marcado su historia reciente. El camino hacia la recuperación será sin duda largo y difícil, pero es un paso necesario para restaurar la dignidad y la esperanza de la población cubana.
