La variante XBB.1.5 de ómicron, ha resurgido con una fuerza inesperada, convirtiéndose en un nuevo desafío para el mundo de la salud pública. Desde los primeros brotes del COVID-19 en Wuhan hasta la actualidad, el SARS-CoV-2, virus responsable de la enfermedad, ha sufrido múltiples mutaciones, dando lugar a distintas variantes.
En junio, las alarmas volvieron a encenderse en los centros de investigación y laboratorios de todo el mundo. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) reconoció la gravedad potencial de la variante, solicitando a las principales farmacéuticas una reformulación de las vacunas que se habían desarrollado hasta el momento.
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Pfizer, Moderna y Novavax, líderes en la carrera por la inmunización, se lanzaron a una frenética actividad de investigación y desarrollo, buscando la fórmula que pudiera contrarrestar eficazmente a la variante.
XBB.1.5 de ómicron: Modus operandi
La decisión de la FDA no fue en vano. Las primeras investigaciones sobre esta variante indicaba que presentaba mutaciones significativas en la proteína Spike, que el virus utiliza para ingresar a las células humanas. Estas mutaciones podrían hacer que XBB.1.5 de ómicron tuviera una mayor capacidad de transmisión y, en algunos casos, pudiera evadir la inmunidad conferida por las vacunas originales.
En este contexto, las farmacéuticas se enfrentan al desafío de ajustar sus dosis y testear la eficacia y seguridad de las nuevas formulaciones. Según fuentes internas de Moderna, las pruebas clínicas están en marcha y los primeros resultados son esperanzadores.
La comunidad científica, por su parte, espera que este proceso se acelere para tener a disposición del público las dosis ajustadas a fines de septiembre o principios de octubre. Pero esto plantea una pregunta esencial: ¿quién pagará por estas nuevas dosis?
Quien paga en la “normalidad”
Durante la primera fase de la pandemia, la vacunación se consideró una prioridad global, y muchos gobiernos absorbieron los costos, proporcionando vacunas gratuitas a sus ciudadanos. Sin embargo, con la aparición de XBB.1.5 de ómicron, el debate sobre la financiación de las vacunas ha vuelto al centro de la escena.
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Algunos expertos en salud, como el Dr. Jorge Rodríguez, inmunólogo de la Universidad de Miami, argumentan que «la vacunación no solo es un derecho, sino también una necesidad. Enfrentamos una pandemia global y es esencial garantizar que todas las personas tengan acceso a la vacuna, independientemente de su capacidad de pago». Sin embargo, con los recursos de los gobiernos cada vez más limitados, y las economías nacionales aún tambaleantes por el impacto del COVID-19, la sostenibilidad de la vacunación gratuita es una incógnita.
La salud es un negocio
Gobiernos y sistemas de salud de diferentes países están en negociaciones con las farmacéuticas para determinar los precios de las nuevas dosis. En Estados Unidos, por ejemplo, las conversaciones están en marcha para establecer si el costo de las nuevas vacunas será asumido por el sistema de salud público, las aseguradoras o si se trasladará en parte al paciente. La situación es similar en otros países, donde las decisiones pendientes tienen en vilo a la población.
Por otro lado, historiadores como la Dra. Cecilia Méndez, especialista en epidemias del siglo XX, señalan que «en el pasado, las naciones han enfrentado desafíos similares, y la solidaridad global ha sido crucial para superarlos. La pandemia de 1918, por ejemplo, requería esfuerzos conjuntos y, a pesar de las tensiones, el mundo encontró formas de colaborar».
Es evidente que la aparición de la variante XBB.1.5 de ómicron ha añadido una nueva capa de complejidad a una crisis sanitaria ya de por sí sin precedentes. Mientras los científicos trabajan contrarreloj para ofrecer una solución, los gobiernos y la sociedad civil deben enfrentar cuestiones cruciales sobre equidad, acceso y solidaridad global. El reloj avanza, y el mundo espera respuestas.