Cuando los políticos se vuelven locos y nos contagian su enfermedad mental

La salud mental es, sin lugar a dudas, un bien preciado que todos debemos valorar. En un mundo de constante cambio, donde las demandas laborales y personales pueden ser agotadoras, mantener un equilibrio emocional se vuelve una tarea titánica. Ahora, imagine si además de todas estas exigencias, añadimos a la ecuación un escrutinio público sin pausa, una vida bajo los focos y la presión de liderar el rumbo de una nación. Es aquí donde los políticos se vuelven locos, y con ellos, la posibilidad de que sus problemas mentales se conviertan en los nuestros.

La Dra. Covadonga Meseguer Yebra, respetada académica de la Universidad Pontificia Comillas y la London School of Economics, ha dirigido su mirada hacia el apremiante problema de la salud mental en el ámbito político. Según ella, la política es una actividad no solo estresante para quienes la practican, sino también para los ciudadanos que observan desde el margen. El hartazgo ciudadano no es gratuito: vivimos en tiempos de una política maniquea, donde la polarización ideológica y afectiva reina, y donde parece difícil encontrar espacios para el acuerdo.

políticos se vuelven locos
Prácticas como el mindfulness son vista como terapias sanadoras y empáticas. Ilustración MidJourney

Los políticos se vuelven locos

La polarización afectiva, ese disgusto emocional que sentimos hacia aquellos que vemos ideológicamente distantes, es un reflejo de una sociedad fracturada. Los políticos, lejos de ser solo causantes de esta división, también son sus víctimas. La investigación apunta que tienen peor salud mental que el ciudadano promedio. Pero, ¿qué causa este deterioro? Factores como la incertidumbre de su carrera, jornadas laborales agotadoras, y un constante juicio público pueden mermar la estabilidad emocional de cualquier ser humano. Jacinda Ardern, al dimitir de su cargo en Nueva Zelanda, ilustró perfectamente este agotamiento afirmando que se encontraba “sin reservas en el tanque”.

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No obstante, la búsqueda de soluciones ya ha comenzado. Sin ambages: los políticos se vuelven locos. En el Reino Unido, la «Mindfulness Initiative», una propuesta liderada por el exdiputado laborista Chris Ruane y Lord Richard Layard, ha brindado entrenamiento psicoeducativo a más de 300 políticos británicos. Este entrenamiento se basa en prácticas contemplativas secularizadas, y quienes lo han seguido aseguran que les ha permitido ser más resilientes ante el estrés y humanizar a sus adversarios. Si bien esta iniciativa ha tenido réplicas en otras naciones, en España, aunque existen esfuerzos aislados, todavía no se ha adoptado una medida similar.

Emociones sobre la razón

Ciertamente, las emociones juegan un papel crucial en la política. Sentimientos como miedo, asco o ira pueden distorsionar nuestra percepción y llevarnos a respuestas extremas o sesgadas. Por ello, el entrenamiento en atención plena y meditación puede ser una herramienta valiosa para regular nuestras emociones. La neurociencia nos ha demostrado que rasgos como la atención y la bondad pueden ser cultivados.

La solución propuesta por la Dra. Meseguer Yebra es clara: no podemos empezar a deshacernos de nuestra polarización si no somos conscientes de ella. Necesitamos meditar, ser más conscientes, y relacionarnos con menos apego a identidades fijas. Necesitamos líderes y ciudadanos que, a pesar de sus diferencias ideológicas, puedan ver y valorar la humanidad en el otro. Los políticos se vuelven locos porque culturalmente, nadie les da alternativas.

políticos se vuelven locos
Reconocer que existe el problema es fundamental para frenar que los locos nos gobiernen. Ilustración MidJourney

Reconocernos es clave

Vivimos en tiempos políticamente cargados, en los que la tensión emocional se siente en cada rincón. Sin embargo, el camino hacia una política más humana y compasiva ya está trazado. Intervenciones basadas en la atención plena pueden ser el primer paso para lograr líderes más equilibrados y una ciudadanía más conectada con sus valores. Porque al final, tanto líderes como gobernados, somos humanos, con necesidades, miedos y esperanzas similares. Y solo al reconocer nuestra humanidad compartida, podremos construir un futuro político más saludable y empático.

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Sin embargo, no podemos pasar por alto la percepción popular de que los «políticos se vuelven locos». Esta expresión, que se ha convertido en moneda corriente, es reflejo de una desconexión creciente entre la ciudadanía y sus representantes. Es una alarma de que la crispación y el estrés en el ámbito político no solo afecta a quienes lo practican, sino que se contagia y resuena en cada rincón de la sociedad. Si bien puede ser una exageración, esta frase señala la urgencia de atender el bienestar mental de nuestros líderes. Porque cuando la política se desequilibra, es la sociedad entera la que tambalea.

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