En la química de lo cotidiano se ocultan los perniciosos obesógenos

El siglo XXI ha consolidado la idea de que la obesidad es un problema complejo. Si bien es fácil culpar a la dieta y al sedentarismo, un nuevo elemento se ha unido a esta ecuación: los obesógenos. Raquel Soler Blasco y Sabrina Llop, investigadoras postdoctorales, recientemente arrojaron luz sobre este asunto en un material de divulgación presentado en The Conversation.

La historia está plagada de cambios en el ambiente que han afectado directamente la salud humana. «La revolución industrial, por ejemplo, trajo consigo una contaminación sin precedentes», dice el Dr. Francisco Mendoza, historiador especializado en salud ambiental. Pero los obesógenos, químicos presentes en objetos cotidianos, representan un desafío moderno. Alrededor de 50 productos químicos han sido etiquetados como obesógenos. Se encuentran en envases de plástico, detergentes, cosméticos, entre otros.

Los obesógenos en la ecuación

La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que, desde 1975, la obesidad se ha triplicado en todo el mundo. Si bien el aumento del consumo calórico y la vida sedentaria han sido factores claves, no se puede descartar el papel de los obesógenos. La OMS también ha destacado la necesidad de investigar más a fondo esta correlación.

Estas sustancias no provocan obesidad de manera directa. Sin embargo, pueden afectar la manera en que nuestro cuerpo almacena grasa, cómo interactúan nuestras hormonas y, sorprendentemente, incluso la salud de nuestra microbiota intestinal. A nivel celular, promueven el crecimiento y la proliferación de los adipocitos, células que acumulan grasa.

«Este es un tema de salud pública», declara Clara Rodríguez, política y activista en pro de un ambiente más saludable. «Necesitamos políticas efectivas para disminuir la exposición a estas sustancias y, por ende, reducir las tasas de obesidad».

Antes del nacimiento

Los efectos de los obesógenos pueden comenzar incluso antes de que nazcamos. La etapa fetal y la primera infancia son especialmente vulnerables a estas sustancias. La hipótesis DOHaD sugiere que los factores ambientales durante el desarrollo temprano pueden tener efectos a largo plazo en la salud. Los cambios provocados por la exposición a obesógenos durante estas fases tempranas pueden, incluso, heredarse a futuras generaciones.

Esto lleva a una cuestión más amplia: ¿qué se puede hacer al respecto? La solución no es sencilla y requiere tanto acciones individuales como colectivas. Por un lado, los ciudadanos pueden tomar medidas para reducir su exposición a obesógenos, como evitar fumar, limitar el uso de plásticos, disminuir el consumo de alimentos envasados y reducir el uso de ciertos cosméticos.

El gobierno debe intervenir

Por otro lado, la intervención gubernamental es crucial. «Las autoridades sanitarias y medioambientales deben trabajar juntas para desarrollar políticas efectivas», argumenta María Álvarez, experta en políticas de salud. Las desigualdades sociales en salud también deben ser abordadas. Las personas con menos recursos suelen estar más expuestas a sustancias dañinas, incluidos los obesógenos.

La evidencia científica hasta la fecha señala la urgencia de enfrentar la omnipresencia de los obesógenos en la vida diaria. Como sociedad, nos encontramos en un punto de inflexión donde la ciencia, la política y la conciencia pública deben converger para crear un entorno más saludable.

Finalmente, el Dr. Mendoza reflexiona: «Al igual que en el pasado, nuestra capacidad para adaptarnos y enfrentar nuevos desafíos determinará nuestra salud y bienestar en el futuro. La historia nos ha mostrado que, cuando reconocemos un problema y trabajamos juntos para resolverlo, podemos lograr un cambio significativo». La cuestión es si estamos dispuestos a escuchar las advertencias y actuar antes de que el problema de los obesógenos se vuelva aún más grave.

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