El avance tecnológico ha ofrecido herramientas potentes para diversas industrias y campos de estudio, pero con estos avances, también surgen nuevas formas de abuso y control, especialmente dirigidas hacia las mujeres. El reciente trabajo de divulgación de Tirion Havar, Profesora Asociada de Trabajo Social de la London South Bank University, pone de manifiesto cómo, antes de la llegada de los deepfakes, la tecnología ya era usada para intimidar y controlar a las mujeres.
Las estadísticas son preocupantes. De los deepfakes creados para difundir pornografía falsa, la inmensa mayoría tiene como víctimas a mujeres. Pero no es solo en el ámbito de las imágenes generadas por inteligencia artificial donde vemos esta tendencia. Las redes sociales, los mensajes y las llamadas, como muestra la investigación de Havar, también se utilizan para ejercer un control y poder sobre las mujeres.
Las mujeres abusadas
El Consejo de Europa ha expresado preocupación ante el aumento de la violencia de género digital, sosteniendo que las mujeres y las niñas son desproporcionadamente afectadas por este tipo de violencia. Y es que el objetivo no es solo humillar a las víctimas, sino también socavar su confianza y controlarlas. Los abusadores, armados con estas herramientas tecnológicas, tienen ahora más poder que nunca para aislar, manipular y controlar a sus víctimas.
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Los historiadores nos recuerdan que este patrón de abuso hacia las mujeres no es nuevo. En el pasado, se han utilizado tácticas similares, aunque con diferentes herramientas. Desde cartas difamatorias hasta chismes malintencionados, la historia está llena de ejemplos de mujeres cuya reputación fue manchada para controlarlas o castigarlas. El uso de la tecnología, sin embargo, ha elevado el potencial daño a niveles sin precedentes.
El poder amenazado
Anna Sobolev, reconocida politóloga y feminista, argumenta que estas tácticas de abuso y difamación representan una reacción de quienes sienten que su poder tradicional está siendo amenazado. «La tecnología se ha convertido en un doble filo. Por un lado, empodera a las mujeres, dándoles acceso a información, redes y oportunidades. Pero por otro, también ofrece nuevas formas de control y represión», señala Sobolev.
El gobierno del Reino Unido ha reconocido este creciente problema. Las leyes que penalizan la creación y distribución de pornografía deepfake son un paso en la dirección correcta, pero muchos argumentan que no es suficiente. La verdadera solución, argumentan, está en educar y sensibilizar al público, y en garantizar que las víctimas tengan acceso a recursos y apoyo.
Responsabilidad empresarial
Esta situación también resalta la importancia de la ética en la tecnología. Las empresas que desarrollan y ofrecen estas herramientas tienen la responsabilidad de garantizar que no se utilicen para dañar a los demás. La inteligencia artificial, en particular, plantea desafíos éticos únicos que requieren una cuidadosa consideración y regulación.
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Havar concluye en su trabajo de divulgación con un poderoso recordatorio: «Mientras nos preocupamos por los avances tecnológicos, no debemos olvidar el papel que la sociedad y la cultura juegan en la promoción y perpetuación del abuso». En otras palabras, la tecnología en sí misma no es el problema, sino cómo se utiliza y con qué propósito.
Es fundamental, entonces, enfrentar este problema desde múltiples frentes: legislación, educación, y desarrollo tecnológico ético. Las mujeres merecen vivir en un mundo donde la tecnología las empodere, no las victimice.