El Estado chileno, su universidad y la visión de un venezolano que murió en Santiago

 El desarrollo del sistema educativo en Chile está profundamente ligado a la figura de Andrés Bello, un ilustre venezolano que marcó la historia de este país al sentar las bases de la Universidad de Chile. Fundada en 1842, esta institución no solo transformó la educación, sino que también cimentó el progreso del Estado chileno durante el siglo XIX. Bello, nacido en Caracas y llegado a Santiago en 1829, logró materializar una visión educativa que conectaba ciudadanía, república y conocimiento. Su aporte resuena hasta hoy, recordándonos cómo las ideas y acciones de un individuo pueden impactar de manera significativa la historia de una nación.

Iván Jaksic, director del Bing Overseas Studies Program en la Universidad de Santiago de Stanford, exploró recientemente la relevancia de Bello en un artículo titulado: “La filosofía educativa de Andrés Bello y la creación de la Universidad de Chile”, publicado en The Conversation. Jaksic, un destacado académico y colaborador de la Fundación Ignacio Larramendi, destacó cómo esta universidad fue concebida como un pilar para el desarrollo republicano chileno. Según el autor, el éxito de esta institución está intrínsecamente ligado al pensamiento y liderazgo de Bello, quien entendió la educación como el medio para forjar ciudadanos capaces de sostener un sistema democrático.

La universidad de Chile

En su artículo, Jaksic menciona cómo Bello, al llegar a Chile tras casi dos décadas en Londres, comenzó a influir en la educación a través de su trabajo en el Colegio de Santiago y el Instituto Nacional. Pero su mayor logro fue la fundación de la Universidad de Chile, que no solo buscaba educar a las élites, sino también democratizar el acceso al conocimiento. Bello entendía que solo a través de una educación universal era posible consolidar una república estable, y para ello impulsó reformas que abarcaban desde la creación de escuelas normales hasta la estructuración de currículos en las escuelas primarias.

Bello, nacido en Caracas y llegado a Santiago en 1829, logró materializar una visión educativa que conectaba ciudadanía, república y conocimiento. Su aporte resuena hasta hoy, recordándonos cómo las ideas y acciones de un individuo pueden impactar de manera significativa la historia de una nación. Ilustración MidJourney

El impacto de la filosofía educativa de Bello trasciende los límites de su época. En su ensayo de 1836, “Sobre los fines de la educación y los medios para difundirla”, argumentó que la educación debía ser una prioridad estatal. Planteó que los gobiernos republicanos tenían la obligación moral de promover el conocimiento, ya que este era esencial para formar ciudadanos útiles tanto a sí mismos como a sus comunidades. Según Bello, el artículo 154 de la Constitución de 1833, que estipulaba la creación de una superintendencia de educación pública, le ofrecía la oportunidad perfecta para diseñar una institución capaz de dirigir este esfuerzo: la Universidad de Chile.

Un discurso visionario

Cuando la Universidad de Chile fue inaugurada formalmente en 1843, Bello pronunció un discurso visionario donde explicó los objetivos de la institución. No se trataba únicamente de impartir conocimiento, sino de fomentarlo y adaptarlo a las necesidades del país. Las cinco facultades fundamentales –Teología, Leyes y Ciencias Políticas, Medicina, Ciencias Matemáticas y Físicas, y Filosofía y Humanidades– reflejaban un enfoque integral y republicano que combinaba tradición e innovación. Esta estructura permitió a la universidad abordar desafíos como la alfabetización universal y la formación de profesionales en áreas clave para el desarrollo nacional.

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Para Bello, la universidad debía ser un puente entre el pasado y el futuro. Esto incluye reconocer la compatibilidad entre religión, ciencias y letras, un concepto revolucionario en una época en la que los debates sobre la laicidad dominaban la educación en muchos países. Al incorporar una facultad de Teología, Bello buscaba enfatizar que el conocimiento y la fe podían coexistir en armonía, contribuyendo juntos al progreso social y humano. Esta idea también se reflejó en su trabajo en la codificación de las leyes chilenas, donde abogó por incluir elementos del derecho romano y otras tradiciones jurídicas.

Respeto a las tradiciones

La visión de Bello era, en muchos aspectos, adelantada a su tiempo. Entendía que el cambio no podía imponerse sin un respeto por las tradiciones, pero también sabía que estas debían evolucionar para servir a las necesidades de una república moderna. Así, la Universidad de Chile no solo se convirtió en un centro de conocimiento, sino también en un motor para el progreso social y económico del país. Al promover la investigación científica y literaria, esta institución ayudó a forjar una identidad nacional que combinaba los valores republicanos con una profunda apreciación por el saber.

En su artículo, Jaksic menciona cómo Bello, al llegar a Chile tras casi dos décadas en Londres, comenzó a influir en la educación a través de su trabajo en el Colegio de Santiago y el Instituto Nacional. Ilustración MidJourney.

El legado de Andrés Bello no se limita al ámbito educativo. Su vida y obra son un testimonio del poder transformador de la educación en contextos de cambio político y social. Aunque nació en Venezuela, Bello adoptó a Chile como su hogar y dedicó su vida a construir un sistema educativo que reflejara los ideales republicanos. Su influencia no solo definió el siglo XIX chileno, sino que sigue siendo una fuente de inspiración para quienes ven en la educación una herramienta de transformación social.

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Hoy, la Universidad de Chile continúa siendo un referente en la región, y su historia es inseparable del liderazgo visionario de Andrés Bello. A través de las ideas plasmadas en su discurso inaugural y en sus escritos, este venezolano dejó claro que la educación no es un lujo, sino una necesidad para cualquier nación que aspire a la prosperidad y la justicia. Así, su ejemplo resuena no solo en Chile, sino en toda América Latina, como un recordatorio de que las fronteras no limitan el impacto de las grandes ideas.

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