En el corazón de Haití, una nación asolada por la violencia y la inestabilidad política, emerge una narrativa alarmante sobre cómo los políticos, en su búsqueda por consolidar el poder, han dado origen a monstruos que ahora amenazan con devorar el frágil tejido social del país.
Esta crisis, que se manifiesta en una escalada sin precedentes de violencia y caos, tiene sus raíces en décadas de corrupción, manipulación y negligencia. Los mismos actores políticos que una vez fomentaron y financiaron bandas criminales como herramientas para sus ambiciones políticas, se encuentran ahora en la mira de estas entidades, transformadas en fuerzas de poder autónomas que desafían abiertamente la autoridad estatal y plantean la amenaza de una guerra civil.
Pablo Ferri, reportero para EL PAIS desde la oficina de Ciudad de México y especializado en temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia, ofrece un análisis detallado de esta situación en su reportaje: «Haití camina hacia el desastre a la espera de ayuda internacional». Ferri, quien también tiene una profunda inclinación por la arqueología, antropología e historia, pone de manifiesto cómo la crisis actual es el resultado de un complejo entramado de decisiones políticas y sociales erradas.
Haití y su cosecha de terror
El escenario en Haití es desolador. Las calles de Puerto Príncipe , la capital, se han convertido en escenarios de batallas campales donde las bandas armadas, con una ferocidad y crueldad sin precedentes, atacan objetivos estatales, desmantelan instituciones y siembran el terror entre la población. La incapacidad del Estado para controlar estos grupos y ofrecer seguridad a sus ciudadanos es palpable. Desde el asesinato del presidente Jovenel Moïse en 2021, la figura del primer ministro Ariel Henry, quien tomó las riendas del país, simboliza el vacío de poder y la incertidumbre que prevalecen.

Las bandas criminales, que alguna vez sirvieron a los propósitos de las élites políticas y económicas, han evolucionado hacia entidades con agendas propias, dominando vastas áreas de la capital y ejerciendo un poder de facto que desafía cualquier intento de restablecimiento de orden. La decisión de Henry de posponer las elecciones hasta agosto de 2025 y su reciente viaje a Kenia en busca de apoyo internacional bajo el auspicio de la ONU, lejos de calmar los ánimos, ha exacerbado la situación. Las bandas ven en estos movimientos una amenaza directa a su autonomía y poder, y han respondido con una violencia aún más brutal.
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Desplazamientos, parálisis y caos
Este contexto de crisis ha dado lugar a escenas de horror y desesperación. Alan, un trabajador de seguridad privada cuyo verdadero nombre ha sido omitido por razones de seguridad, relata la tensión y el miedo que se apoderan de la capital. Su testimonio ofrece una ventana a la realidad cotidiana de quienes viven bajo la constante amenaza de ser atrapados en el fuego cruzado de estas batallas urbanas. La salida de la población hacia zonas seguras, el colapso de los servicios básicos y la parálisis de la vida económica son solo algunos de los efectos devastadores de esta situación.
La comunidad internacional observa con creciente alarma el deterioro de la situación en Haití. La propuesta de enviar una misión de apoyo policial liderada por Kenia, con el respaldo de naciones como España y el apoyo financiero de Estados Unidos, refleja la urgencia de la crisis. Sin embargo, la presencia de estas fuerzas internacionales es percibida por las bandas como una intrusión y un desafío, lo que complica aún más el panorama.
Barbecue da ruedas de prensa
Las bandas criminales, lejos de ser meros actores marginales, han emergido como poderosos entes con capacidad para desafiar tanto al Estado haitiano como a la comunidad internacional. La figura de Jimmy Cherizier, alias Barbecue, un expolicía convertido en líder de una de las federaciones de bandas más poderosas, ilustra esta transformación. Sus declaraciones, en las que se presenta como un líder social dispuesto a derrocar al gobierno, subrayan la complejidad de la crisis haitiana, donde las líneas entre criminalidad, política y lucha social se entremezclan.

En este contexto, la posibilidad de una guerra civil no es una mera especulación, sino una amenaza tangible que se cierne sobre Haití. La combinación de un gobierno debilitado, bandas criminales empoderadas y una población aterrorizada y desesperada por la seguridad, configura un escenario propicio para un conflicto de gran escala. La salida de Ariel Henry, atrapado en un limbo político y físico, simboliza la parálisis que afecta a todo el país.
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Décadas de mal gobierno y negligencia
Los desafíos que enfrenta Haití son monumentales. La reconstrucción del tejido social y político requiere de un esfuerzo conjunto, tanto a nivel nacional como internacional, que vaya más allá de las soluciones de seguridad. La necesidad de abordar las causas profundas de la violencia, la corrupción y la desigualdad nunca ha sido más crítica. La crisis haitiana es un recordatorio sombrío de las consecuencias de décadas de mal gobierno y negligencia, y de la urgente necesidad de un cambio profundo y sostenido.
En última instancia, la situación en Haití plantea preguntas fundamentales sobre la responsabilidad de los líderes políticos en la creación de las condiciones que han llevado al país al borde del abismo. Mientras Haití se enfrenta a uno de los momentos más críticos de su historia, la comunidad internacional debe reflexionar sobre su papel y sobre cómo puede contribuir de manera efectiva a la reconstrucción de un país devastado por la violencia y el caos. La lucha por un Haití más seguro, justo y próspero es una tarea ardua, pero esencial para garantizar el bienestar de sus ciudadanos y la estabilidad de la región.