La reciente columna publicada por Daniel Lutzky en El Clarín de Argentina, donde explora la evolución del paradigma de la libertad individual, ha desencadenado un profundo análisis en distintos sectores de la sociedad. En su material, Lutzky toca temas tan cruciales como la crisis del Estado argentino y el papel de las redes sociales en la transformación del pensamiento colectivo, llevando a cuestionar el rol de las estructuras públicas en el sistema social.
El panorama que Lutzky esboza refleja una realidad no solo argentina, sino global. Según datos del Instituto de Estadísticas de la UNESCO, la conexión a Internet ha aumentado en un 300% en la última década, lo que ha impulsado el auge de las redes sociales. Estas plataformas, según el Instituto Pew Research, han influido en que el 68% de los jóvenes adultos sientan que tienen el poder de cambiar y decidir por sí mismos, por encima de lo que los gobiernos o instituciones puedan dictar.
Daniel Lutzky y otras variables
El crecimiento de la desigualdad, un tema que Lutzky aborda, también ha alimentado esta sensación. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la desigualdad ha aumentado en más del 30% en la última década en Argentina, lo que ha provocado un desencanto con las estructuras estatales. Así, la combinación de una creciente conexión digital y desigualdad ha llevado a que, como menciona Daniel Lutzky, el individuo se vuelva más crítico con el Estado y las estructuras tradicionales.
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Este rechazo a las imposiciones no es nuevo. El “Discurso de la servidumbre voluntaria” de Etienne de la Boetie, citado por Lutzky, ya señalaba en el siglo XVI el deseo humano de liberarse de los yugos de opresión. Sin embargo, el desafío que presenta el panorama actual es cómo equilibrar esta creciente demanda de libertad individual con la necesidad de un Estado que garantice bienes y servicios básicos.
El dilema de nuestra era
Beatriz Mendoza, historiadora y profesora en la Universidad de Buenos Aires, comenta al respecto: «Estamos viendo una encrucijada histórica. Por un lado, el individuo exige una mayor autonomía y rechaza las estructuras tradicionales, pero por otro, requiere de un Estado que garantice sus derechos fundamentales. Es un dilema que define nuestra era».
Desde el ámbito político, Miguel Torres, senador y analista político, opina: «La libertad individual es un pilar fundamental de cualquier sociedad democrática. Sin embargo, es esencial que esta libertad no se traduzca en anarquía. Se requiere de instituciones fuertes y confiables que equilibren la libertad con la responsabilidad».
La pregunta que Daniel Lutzky plantea sobre si las personas pueden ser realmente libres si carecen de educación o salud, o si no existe un Estado que controle el uso de las armas, es crucial. Según un informe del Banco Mundial, la educación y la salud son determinantes en la capacidad de un individuo para ejercer plenamente su libertad. En este sentido, si bien el anhelo de libertad es comprensible, la ausencia de un Estado que garantice estos servicios básicos puede ser contraproducente.
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Amistad o responsabilidad
También Daniel Lutzky hace referencia a lo que Etienne de la Boetie llamaba “amistad”, y que hoy podemos interpretar como responsabilidad. En una sociedad donde la libertad individual es el centro, es esencial que esta libertad vaya acompañada de una responsabilidad colectiva, donde los individuos cuiden y respeten los derechos de los demás.
Estamos, sin duda, en un punto de inflexión. El mundo se encuentra en una encrucijada entre la anhelada libertad individual y la necesidad de estructuras estatales que garanticen derechos básicos. La respuesta a este dilema definirá el futuro de las sociedades modernas y la naturaleza de la libertad en el siglo XXI. Lo que está claro es que la opinión pública jugará un papel crucial en este debate, y, como bien señala Lutzky, será esta quien decida el destino de sus habitantes.