La brecha digital, ese gran divisor de sociedades modernas, sigue siendo un abismo que Latinoamérica no logra cerrar. En la tercera década del siglo XXI, la visión del profesor Martín Becerra, con su base en la Universidad Nacional de Quilmes y su experiencia como investigador independiente en el CONICET, es un llamado a la acción: es imperativo redoblar esfuerzos para superar este desafío. Desde aquel hito en el año 2000, cuando los países del G8 pusieron su firma en la Carta de Okinawa sobre la Sociedad de Información Global, los pasos se han sucedido unos tras otros en la búsqueda de una solución. Sin embargo, a pesar de innumerables cumbres y acuerdos, la inclusión digital sigue siendo un temario abierto, un asunto pendiente que no solo es crucial para el presente, sino que condicionará el desarrollo a futuro.
La brecha digital ha evolucionado desde su concepción temprana. Lo que comenzó como una simple diferenciación entre quienes podían acceder a internet y quienes no, ahora contempla una multiplicidad de escenarios de acceso y calidad. En los centros urbanos, es común encontrar conexiones robustas y dispositivos de última generación, mientras que en las zonas más desfavorecidas y rurales, los accesos degradados son la norma. En América Latina y el Caribe, la mayoría de las personas viven en estas condiciones de acceso limitado, marcando una clara división en la calidad de la conectividad disponible.
La brecha digital y el género
La problemática es multifacética y se extiende más allá de las diferencias materiales. La ONU-Mujeres apunta a un dato alarmante: cuatro de cada diez mujeres en la región están desconectadas o no pueden permitirse una conexión efectiva. Esta brecha de género en el acceso digital refleja y a la vez perpetúa las desigualdades preexistentes en otros ámbitos de la vida. La inclusión digital, por lo tanto, no debe entenderse solo en términos de tecnología, sino como un proceso integral que contempla habilidades, oportunidades y recursos informacionales.
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El análisis económico tampoco es alentador. Los costos de los servicios de banda ancha, tanto móviles como fijos, representan una porción significativa del ingreso de las personas en el quintil más bajo de la región, lo que hace que el acceso a internet sea prohibitivo para muchos. Y ya que las mujeres son mayoría en estos hogares de bajos ingresos, el impacto de la brecha digital se siente de manera desproporcionada en ellas.
Los números son los números
Pese a este panorama, hay consenso en los beneficios de la inclusión digital: mejor educación y salud, administraciones públicas más eficientes, acceso ampliado a la cultura y la información, mayor productividad, innovación y ahorro en costos y tiempo. Los datos de la CEPAL muestran que más del 60 % de los hogares en la región tienen acceso a banda ancha fija y casi el 80 % de la población cuenta con banda móvil. Estas cifras son testigos del crecimiento y la posibilidad de un cambio positivo.
Sin embargo, no es suficiente con tener una conexión para cerrar la brecha digital; la calidad y el uso efectivo son fundamentales. Las experiencias actuales en la región demuestran que cuando se abordan estas cuestiones, cuando la conectividad se acompaña de políticas de inclusión digital y programas de capacitación, los resultados pueden ser transformadores.
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Calidad de servicio
La brecha digital en Latinoamérica es una realidad palpable que exige una respuesta multifacética. No solo se trata de aumentar la cantidad de conexiones a internet, sino de garantizar la calidad de estas y de proporcionar las habilidades y oportunidades necesarias para su aprovechamiento pleno.
La brecha digital no solo es un problema tecnológico, es una cuestión de equidad y desarrollo que Latinoamérica debe y puede afrontar con determinación y creatividad. Con la colaboración de gobiernos, la industria tecnológica, la academia y la sociedad civil, cerrar esta brecha es un horizonte que, aunque desafiante, está al alcance.