Una densa melancolía consume e alma de los ex guerrilleros colombianos de las Farc que firmaron un acuerdo para morir en paz. ¿Hay algún equívoco en la afirmación? Al parecer no. La paz en Colombia, después de un histórico acuerdo de desmovilización en 2016, se encuentra una vez más en el filo de la navaja. Lo que comenzó como un noble intento de poner fin a más de medio siglo de conflicto armado, ha encontrado obstáculos mortales en el camino hacia la estabilidad. Los excombatientes de las Farc que una vez celebraron su paso a la vida civil, ahora luchan por sobrevivir en medio de amenazas y asesinatos.
Mariana Páez, la comunidad que se convirtió en el símbolo de la desmovilización, ha sido blanco de constantes ataques y desplazamientos forzados. Es un testamento agridulce del difícil proceso de paz. Jasbleidy Cabana, una portavoz comunitaria, expresó con emoción: “Mariana Páez es nuestro hogar”, y añadió: «Hemos construido este lugar y muchos de nosotros hemos formado familias aquí». Pero para estos excombatientes, la promesa de un nuevo comienzo parece estar plagada de peligros.
Acuerdo para morir en paz
Christoph Sponsel, Candidato a Doctorado en Ciencias Políticas de la Universidad de Oxford, analizó en profundidad esta situación. Su investigación ilustra cómo aquellos que se atrevieron a soñar con la paz están pagando un alto precio. Tristemente fueron a la postre signatarios de un acuerdo para morir en paz. Según Sponsel, los guerrilleros que dejaron atrás sus armas ahora enfrentan amenazas constantes y un ambiente volátil.
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El panorama se torna aún más complejo cuando se analiza el papel de los disidentes. La EMC, un grupo escindido de las Farc que decidió no firmar el acuerdo, es una presencia ominosa que se ha involucrado en una variedad de actividades delictivas. La organización, compuesta por aproximadamente 3,500 miembros, ha marcado su territorio en 23 de los 32 departamentos de Colombia. Las motivaciones de esta facción son variadas y en gran parte entrelazadas con el crimen organizado.
Más de 400 asesinatos
Según las estadísticas, de los 13,000 excombatientes que se desmovilizaron en 2016, al menos 400 han sido asesinados. Esto plantea serias preocupaciones sobre el compromiso del país con el proceso de paz. El testimonio de Cabana es especialmente revelador: “Los disidentes nos ven como traidores a la lucha de las Farc. Además, muchos miembros actuales de la disidencia se unieron después de 2016 y nunca llegaron a conocernos”.
Expertos en la historia de Colombia, como el profesor Alberto Mora, recalcan que la paz siempre ha sido un ideal esquivo en el país. Según Mora, los desafíos actuales son «un reflejo de una historia de conflicto y desconfianza. La paz es un proceso, no un destino final». Las opiniones de organismos gubernamentales y especializados coinciden en que, aunque ha habido progreso, aún queda un largo camino por recorrer para garantizar una paz duradera en Colombia. Mas lo seguro es que el paso que se dio hace siete años terminó en un acuerdo para morir en paz.
¿Un callejón sin salidas?
La pregunta que surge es: ¿Qué pasará ahora? Si bien el gobierno colombiano ha expresado su compromiso con el proceso de paz, es evidente que la implementación ha sido problemática. Las comunidades internacionales, que una vez aplaudieron el acuerdo, ahora observan con cautela, esperando que la paz en Colombia no se desvanezca ante las amenazas internas.
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La situación actual en Mariana Páez y Georgina Ortiz es un recordatorio doloroso de que la paz no se logra simplemente firmando un papel. Requiere esfuerzos sostenidos, vigilancia y, sobre todo, un compromiso genuino por parte de todas las partes involucradas.
La historia de los guerrilleros de las Farc que firmaron el acuerdo para vivir en paz es un testimonio de la fragilidad del proceso de pacificación. Todo hace pensar que sus rúbricas manchan un papel de acuerdo para morir en paz. Aunque han hecho grandes sacrificios en nombre de la paz, su lucha está lejos de haber terminado. La comunidad internacional y el gobierno colombiano deben redoblar sus esfuerzos para garantizar que estas personas, que una vez empuñaron armas, pero ahora sueñan con una vida pacífica, realmente puedan vivir (y morir) en paz.