Vivimos en un mundo que sanciona. Los Estados Unidos, la Unión Europea, el Parlamento Europeo y múltiples organismos internacionales han armado un arsenal de penalizaciones que despliegan contra aquellos países que no se alinean con su visión del orden mundial. Es un hecho: vivimos en una era donde la sanción parece haber desplazado a la diplomacia como el mecanismo principal para resolver conflictos internacionales. Pero, ¿qué tan efectivas han sido estas sanciones en propiciar cambios positivos que beneficien a ambas partes en conflicto?
De acuerdo con el Instituto Peterson de Economía Internacional, entre 2010 y 2020, el número de programas de sanciones activos aumentó en más del 35%. No obstante, un estudio de la Universidad de Columbia sugiere que solo el 20% de las sanciones impuestas en las últimas décadas han logrado sus objetivos específicos.
Un mundo que sanciona
Tomemos el caso de Cuba: después de más de 60 años de embargo económico por parte de Estados Unidos, la isla no solo sigue siendo un estado socialista, sino que la situación de los derechos humanos y las libertades civiles permanecen preocupantes, según organizaciones como Amnistía Internacional. Algo similar ocurre con Corea del Norte. Las sanciones no han impedido que el régimen siga adelante con su programa nuclear. Rusia, por su parte, continúa con sus políticas en Crimea y el este de Ucrania, a pesar de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea.
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Un mundo que sanciona debe medir que sus “multas” no son lo suficientemente eficientes, entonces ¿por qué se siguen utilizando? «Las sanciones son una forma de acción política que no requiere la complejidad y el compromiso de la diplomacia. Son una herramienta fácil en la caja de herramientas políticas», señala Thomas Graham, experto en relaciones internacionales y miembro senior en el Consejo de Relaciones Exteriores.
Sufren los que deben proteger
El problema radica en que las sanciones, en muchas ocasiones, tienen un impacto directo en la población civil más que en las elites gobernantes. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, las sanciones pueden tener un efecto devastador en los derechos humanos, afectando el acceso a alimentos, medicinas y otros suministros esenciales.
Si bien las penalizaciones pueden ser una herramienta útil en ciertos casos, un mundo que sanciona como medio de presión para negociaciones, el balance parece indicar que no es un sustituto para la diplomacia efectiva.
Peter Zalmayev, director del Centro Eurasia Democracia, afirma: «La diplomacia es un arte que se está perdiendo. Hoy se considera más efectivo presionar a un país hasta el límite para que cumpla, pero esto pocas veces resulta en un cambio estructural positivo».
Gritos de la polarización
Un mundo que sanciona solo habla el lenguaje emocional de la polarización. La reticencia a volver al centro de la diplomacia también puede ser una señal de la actual polarización política global. «La diplomacia requiere de consensos, y estamos en un momento donde los consensos son difíciles de alcanzar», dice Claudia Fuentes, experta en geopolítica y profesora en la Universidad de Santiago de Chile.
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Aunque las sanciones puedan parecer una vía rápida y directa para manejar conflictos internacionales, su eficacia es cuestionable y sus efectos colaterales pueden ser devastadores. Con la creciente interconexión global, tal vez sea el momento de reconsiderar la diplomacia como la piedra angular en la gestión de las relaciones internacionales. Al final del día, la pregunta que debemos hacernos es si estamos dispuestos a sacrificar el largo camino de la diplomacia en aras de soluciones rápidas que, en muchos casos, no resultan ser soluciones en absoluto.