La necesidad de tener razón a toda costa es el origen de las conspiraciones y los fakes

La necesidad de tener razón a toda costa parece ser una característica intrínseca de nuestra sociedad contemporánea, donde el acceso a la información, la velocidad con la que se comparte y la facilidad para difundir ideas ha transformado el panorama comunicativo. En un contexto en el que todos pueden opinar sobre todo, no importa tanto si las afirmaciones son correctas, sino si refuerzan las creencias y valores de quien las emite. Este fenómeno, aunque no es nuevo, se ha exacerbado en la era digital, dando origen a un entramado de desinformación y teorías conspirativas que polarizan aún más nuestras sociedades.

Marcos Dono y Eva Moreno-Bella, colaboradores del portal The Conversation, exploran este fenómeno en su artículo titulado: “Por qué tergiversamos la información cuando amenaza nuestras creencias: así funciona el razonamiento motivado”. Dono, académico en el área de Psicología Social y Política de la Universidad de Santiago de Compostela, y Moreno-Bella, profesora ayudante del Departamento de Psicología Social y Organizacional de la UNED, analizan cómo y por qué surgen las teorías de la conspiración y la desinformación. Según los autores, detrás de estas narrativas, como las que intentaron explicar las catastróficas riadas de Valencia con teorías sobre HAARP, chemtrails o sabotajes, subyace un impulso psicológico primordial: defender nuestras creencias y reafirmar nuestra identidad grupal. En palabras de los autores, el razonamiento motivado es el motor detrás de la necesidad de “tener razón a toda costa”.

La urgencia de tener razón a toda costa

Esta tendencia humana no es accidental. A las personas les resulta reconfortante confirmar sus certezas, ya que esto refuerza su autoestima y la conexión con sus grupos de referencia. Cuando algo amenaza esas creencias, ya sea un fenómeno natural como una dana o un dato estadístico sobre el cambio climático, el cerebro busca reinterpretar o negar la información, construyendo una narrativa alternativa. En estos relatos, los culpables suelen ser actores poderosos y malintencionados, como gobiernos, corporaciones o científicos, que conspiran en secreto para engañar al público. Este marco de razonamiento, por más ilógico que parezca desde una perspectiva objetiva, satisface la imperiosa necesidad de tener razón a toda costa, aun cuando eso implique ignorar evidencias abrumadoras.

A las personas les resulta reconfortante confirmar sus certezas, ya que esto refuerza su autoestima y la conexión con sus grupos de referencia. Cuando algo amenaza esas creencias, ya sea un fenómeno natural como una dana o un dato estadístico sobre el cambio climático, el cerebro busca reinterpretar o negar la información, construyendo una narrativa alternativa. Ilustración MidJourney

La irrupción de las redes sociales ha jugado un papel crucial en la propagación de estas narrativas. En el pasado, las ideas marginales tenían pocas oportunidades de encontrar eco en la opinión pública. Hoy, gracias a algoritmos diseñados para priorizar contenido que genere interacciones emocionales, estas teorías encuentran comunidades que las acogen y las amplifican. Grupos de terraplanistas, negacionistas del cambio climático o defensores de supuestos complots internacionales pueden unirse y fortalecerse mutuamente, creando lo que los académicos denominan «cámaras de eco». En estos espacios, la información se recicla una y otra vez, haciendo que las ideas parezcan más sólidas simplemente porque se repiten con frecuencia. Esto refuerza aún más la percepción de tener razón a toda costa dentro de estas comunidades.

El aliño de la polarización

El impacto de estas dinámicas no se limita a la esfera personal; tiene consecuencias sociales y políticas profundas. La polarización, otro fenómeno relacionado, intensifica el rechazo hacia las ideas opuestas. Según Dono y Moreno-Bella, la polarización afectiva –la tendencia a percibir a quienes piensan diferentes como moralmente inferiores o incluso peligrosos– alimenta la desinformación y el conflicto. En un escenario tan fragmentado, el diálogo racional y la colaboración se vuelven prácticamente imposibles, debilitando las bases de una convivencia democrática. Esta tendencia también da lugar a líderes y figuras públicas que se benefician de alimentar divisiones, ya que obtienen respaldo apelando a las emociones más básicas de su audiencia.

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Uno de los factores que hace tan pernicioso este fenómeno es la manera en que la información se presenta en el entorno digital. Los algoritmos priorizan contenido breve, emocional y negativo, porque estas características captan mejor la atención. La saturación de contenido con estas cualidades refuerza el razonamiento motivado y fomenta respuestas viscerales en lugar de análisis críticos. Además, influencers y figuras públicas sin formación técnica en temas complejos contribuyentes a la desinformación, pues sus seguidores tienden a confiar en ellos independientemente de la validez de sus opiniones. Esto refuerza la percepción de tener razón a toda costa en contextos donde el conocimiento especializado debería ser la norma.

Cooperación y solidaridad

Sin embargo, no todo es sombrío. Como destacan Dono y Moreno-Bella, los desastres y las crisis también revelan la capacidad humana para la cooperación y la solidaridad. Durante las riadas en Valencia, miles de personas se movilizaron para ayudar a las víctimas, demostrando que, en momentos críticos, es posible trabajar juntos por un bien común. Este comportamiento contrasta radicalmente con la lógica de las teorías conspirativas, que tienden a dividir y sembrar desconfianza. La solidaridad, por el contrario, nos recuerda que es posible superar las divisiones ideológicas y las narrativas basadas en la desinformación.

Para afrontar el problema de la desinformación y las teorías conspirativas, es necesario un cambio cultural que priorice la búsqueda de la verdad y la evidencia sólida sobre la necesidad de tener razón a toda costa. Esto implica fomentar el pensamiento crítico, tanto a nivel individual como colectivo, y exigir a las plataformas digitales mayor responsabilidad en la gestión de los algoritmos que moldean la información que consumimos. También es fundamental promover espacios de diálogo donde las diferencias se aborden con respeto y apertura, en lugar de con hostilidad y descalificaciones.

Para afrontar el problema de la desinformación y las teorías conspirativas, es necesario un cambio cultural que priorice la búsqueda de la verdad y la evidencia sólida sobre la necesidad de tener razón a toda costa. Ilustración MidJourney.

El desafío no es menor, especialmente en un contexto donde la crisis climática y otras problemáticas globales requieren decisiones basadas en evidencia y cooperación. La construcción de un marco común para evaluar la realidad es una tarea urgente. Sin ello, las sociedades seguirán atrapadas en un ciclo de polarización y desconfianza, incapaces de afrontar los retos del futuro. Como bien señalan Dono y Moreno-Bella, la próxima catástrofe climática no se evitará mirando al cielo en busca de chemtrails, sino tomando medidas concretas y basadas en la ciencia.

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En última instancia, la necesidad de tener razón a toda costa es tanto una debilidad humana como una oportunidad para reflexionar sobre nuestras prioridades como individuos y como sociedad. Al reconocer este impulso y sus consecuencias, podemos dar pasos hacia una convivencia más informada, empática y colaborativa, en la que la verdad no sea sacrificada en el altar de nuestras creencias personales. Solo así podremos superar el impacto de las conspiraciones y la desinformación, construyendo una sociedad más unida y resiliente frente a los desafíos que nos acechan.

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