Sacar de la carrera al contrincante. Anular a plomo al adversario político. América Latina ha sido escenario de violentas y trágicas muertes de figuras políticas prominentes a lo largo de los años. Desde el asesinato de Antonio José de Sucre en 1830 hasta la reciente muerte de Fernando Villavicencio el 9 de agosto de 2023, la sombra del magnicidio planea sobre la política latinoamericana.
Estos crímenes, a menudo relacionados con agendas políticas y poderes fácticos, han generado un clima de temor e incertidumbre en varios países de la región. El asesinato político no es exclusivo de América Latina. Sin embargo, la frecuencia y la impunidad con la que ocurre es alarmante. Según datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), los magnicidios y asesinatos de líderes políticos en América Latina son síntoma de sistemas judiciales frágiles, corrupción, y a menudo, la infiltración del crimen organizado en la política.
Plomo al adversario político
El reciente asesinato de Villavicencio, candidato presidencial por el partido Movimiento Concertación en Ecuador, se suma a una lista trágicamente larga. Jovenel Moïse en Haití, Marielle Franco en Brasil, Luis Donaldo Colosio en México, Jaime Hurtado en Ecuador, Luis Carlos Galán y Jorge Eliécer Gaitán en Colombia son nombres que resuenan en la memoria colectiva.
El Dr. Raúl Fernández, historiador de la Universidad de Buenos Aires, sostiene que hay patrones comunes en estos asesinatos. “Muchos de estos líderes desafiaron el status quo, representando amenazas reales o percibidas para grupos de poder establecidos”.
El informe anual de Human Rights Watch sobre América Latina señala la persistente fragilidad institucional y la penetración del crimen organizado en la política como factores determinantes en muchos de estos asesinatos. La impunidad es otra constante, con muchos de los responsables intelectuales de estos crímenes aún sin enfrentar justicia.
Algo sobre conspiraciones
Ver morir a plomo al adversario político genera imágenes capciosas. La pregunta sobre si existe un grupo específico detrás de estos magnicidios, que impone un “orden preestablecido” en América Latina, es más compleja. Si bien no hay pruebas concretas de una entidad monolítica que orqueste estos eventos, la constante intervención de potencias extranjeras, la influencia de élites económicas y el poder del narcotráfico en la región son factores que no pueden ser ignorados.
Comparando con Estados Unidos, donde el asesinato político ha sido más esporádico (Lincoln, Kennedy, entre otros), América Latina enfrenta un problema más recurrente. Si bien Estados Unidos ha tenido episodios violentos relacionados con la política, no muestra el patrón sistemático presente en la región latinoamericana.
Sofía Alarcón, experta en seguridad regional de la Universidad Nacional Autónoma de México, comenta: “La diferencia entre la violencia política en América Latina y Estados Unidos radica en la madurez de las instituciones y en la percepción de la justicia. En nuestra región, la sensación de que uno puede cometer un crimen y salir impune es, lamentablemente, una realidad en muchos países”.
Complicada dinámica de la muerte
El Dr. Enrique Mendez, historiador en la Universidad de Chile, argumenta que «la historia de Latinoamérica está llena de episodios donde la élite, en su afán de conservar el poder, ha recurrido a métodos extremos para silenciar voces disidentes. Esto, combinado con sistemas judiciales débiles, crea un ambiente propicio para que estos crímenes queden impunes».
Sin embargo, como señala Eduardo García, analista político de la Universidad de Bogotá, “No se puede generalizar. Cada país tiene sus propias dinámicas y realidades. Lo que es cierto es que la impunidad perpetúa el ciclo y refuerza la idea de que la violencia es una herramienta válida en la política”.
La comunidad internacional y organismos de derechos humanos tienen un papel fundamental en este escenario. Ver morir a plomo al adversario político en Latinoamérica es vergonzoso. Su intervención y vigilancia pueden ser determinantes para garantizar justicia y para frenar este ciclo de violencia. Sin embargo, la solución duradera requiere una transformación profunda en la política y la sociedad latinoamericana, donde la vida y el debate político sean valorados por encima de los intereses de poder.
En conclusión, si bien el magnicidio no es una exclusividad de América Latina, la región enfrenta un desafío particular en este aspecto. La combinación de fragilidad institucional, impunidad, y poderes fácticos crea un caldo de cultivo para la violencia política. La tarea pendiente es construir sociedades más justas, democráticas y resilientes, donde la política se practique con la palabra y no con el plomo.