Estados Unidos ha comenzado a desplegar estratégicamente “bases de Inteligencia Artificial” en distintas regiones del mundo con el objetivo de frenar la creciente influencia tecnológica de China. Estas bases, que en apariencia son centros de procesamiento de datos, representan el nuevo frente de batalla en una guerra que se libra en el ciberespacio y en la infraestructura crítica. La instalación de estas bases de datos, impulsadas tanto por actores privados como por el aparato militar estadounidense, busca cimentar la hegemonía digital de Occidente en un escenario donde el gigante asiático parece estar consolidando su supremacía tecnológica.
La reciente publicación de Verónica Sforzin, doctora en Comunicación y Socióloga con especialización en Geopolítica, Inteligencia Artificial y TIC, ha puesto de relieve la creciente tensión entre estas dos potencias. Sforzin, quien recientemente ganó el premio “Pensar Nuestra América” por su libro Ética, poder y tecnologías. Redes sociales e #InteligenciaArtificial desde el Sur Global, describió en su último artículo de opinión para TeleSur, titulado “La ciberseguridad, estrategia del Comando Sur para blindar la región”, cómo Estados Unidos avanza en América Latina con una estrategia que busca neutralizar la expansión de China mediante la construcción de “bases de Inteligencia Artificial”.
Bases de Inteligencia Artificial
Según Sforzin, el gobierno estadounidense ha recurrido a sus gigantes tecnológicos –Alphabet, Meta, Microsoft, y SpaceX, entre otros– para erigir una serie de “bases de Inteligencia Artificial” en países como Chile, Uruguay y Argentina. Estas infraestructuras no solo están diseñadas para recopilar y procesar grandes volúmenes de información, sino que también operan como centros de espionaje y monitoreo en tiempo real, capaces de interceptar comunicaciones locales y gestionar datos críticos de la región. Para muchos analistas, esta estrategia no solo responde a una política de expansión tecnológica, sino a un intento de contener la influencia de China, que ha logrado posicionarse como un líder en tecnologías de quinta generación (5G) e inteligencia artificial.

El contexto internacional ha cambiado drásticamente en los últimos años, y Estados Unidos ya no se ve a sí mismo como el único protagonista de la era digital. China, con sus avances en inteligencia artificial, robótica y tecnologías de automatización, está desafiando el orden establecido y planteando un modelo alternativo al de Silicon Valley. Ante este panorama, Washington ha recurrido a medidas drásticas: la creación de estas “bases de Inteligencia Artificial” es una de ellas. Estas instalaciones, que requieren enormes cantidades de energía y agua para mantener sus sistemas de supercomputadoras, están diseñadas para concentrar el poder de cómputo y la capacidad analítica en puntos estratégicos del hemisferio occidental, desde donde se pueda monitorear y, de ser necesario, interferir en los desarrollos tecnológicos de competidores extranjeros.
Nuevamente es tema de soberanías
El problema de estas bases radica en su impacto en las soberanías locales. Sforzin señala que los países de América Latina, al permitir la instalación de estos centros, están comprometiendo su autonomía tecnológica. Las “bases de Inteligencia Artificial” no generan empleo local ni contribuyen al desarrollo de las capacidades científicas regionales; en cambio, monopolizan los recursos naturales y consolidan un sistema digital dominado por actores externos. Esta situación no solo afecta la economía de la región, sino que además pone en riesgo la privacidad de los ciudadanos y la estabilidad de los gobiernos locales, al permitir que información crítica se encuentre bajo el control de un tercero con intereses geopolíticos ajenos.
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Un ejemplo claro de esto es el reciente acuerdo entre Alphabet y el gobierno uruguayo para la instalación de un Centro de Procesamiento de Datos. Aunque el proyecto fue presentado como una inversión significativa en infraestructura digital, detrás de él se encuentra el verdadero objetivo: establecer una “base de Inteligencia Artificial” que sirva como nodo para la recopilación y gestión de datos de la región. Alphabet ya cuenta con una instalación similar en Chile y está negociando con Argentina para construir otra. Cada una de estas bases no solo aumenta la dependencia tecnológica de los países receptores, sino que también refuerza la influencia estadounidense en sus decisiones estratégicas y de defensa.
Un asunto de guerra híbrida
La preocupación de Sforzin va más allá del impacto económico. Para ella, el verdadero peligro es la posibilidad de que estas “bases de Inteligencia Artificial” se conviertan en instrumentos de guerra híbrida. En su artículo, la doctora alerta sobre cómo, en un escenario de conflicto, estas infraestructuras podrían ser utilizadas para interrumpir comunicaciones, sabotear sistemas eléctricos y comprometer infraestructuras críticas, tal como sucedió en Venezuela en los últimos años. La experta recuerda que, durante el apagón masivo que afectó al país sudamericano, hubo sospechas de que se trataba de un ataque cibernético coordinado desde el exterior. Si ese fue el caso, la existencia de estas bases en suelo latinoamericano podría facilitar aún más este tipo de operaciones encubiertas en el futuro.
La postura oficial del Comando Sur respecto a la expansión de estas bases es que se trata de una medida de “ciberseguridad hemisférica”. El término, que Sforzin considera un eufemismo, busca justificar la penetración tecnológica bajo el argumento de proteger a la región de amenazas como el terrorismo y la ciberdelincuencia. Sin embargo, detrás de estas afirmaciones se encuentra una estrategia más amplia: frenar el avance de China en un área que Estados Unidos considera vital para su seguridad nacional. La instalación de estas bases coincide con un aumento de las actividades de inteligencia en la región, incluidas las capacitaciones en ciberdefensa y la implementación de software y hardware de origen israelí y estadounidense en las fuerzas armadas locales.

El eterno dilema de la dependencia
El problema es que, mientras Estados Unidos establece estas “bases de Inteligencia Artificial”, los países latinoamericanos se encuentran atrapados en un dilema. Por un lado, necesitan modernizar sus infraestructuras tecnológicas para no quedar rezagados; por el otro, deben evitar caer en la dependencia de un sistema digital extranjero que no les garantiza ni control ni soberanía. Para Sforzin, la solución pasa por desarrollar una infraestructura propia, una red de centros de datos y plataformas tecnológicas que no solo satisfagan las necesidades locales, sino que también permitan a la región ejercer su propia política de defensa cibernética.
En su libro, Sforzin propone un modelo alternativo que llama la “Soberanía Digital del Sur Global”, basado en la cooperación entre países en desarrollo y el uso de tecnologías emergentes con software de código abierto. La experta cree que solo una estrategia así podría evitar que América Latina se convierta en un campo de batalla digital entre Estados Unidos y China. Si los gobiernos de la región continúan permitiendo la expansión de estas “bases de Inteligencia Artificial”, advierte, pronto perderán no solo el control de sus datos, sino también la capacidad de decidir su propio destino en la era digital.
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En definitiva, la instalación de estas “bases de Inteligencia Artificial” en América Latina no se trata solo de una cuestión tecnológica, sino de una batalla por el control geopolítico de la región. Si bien Estados Unidos argumenta que su intención es proteger la ciberseguridad hemisférica, la realidad es que estas infraestructuras son herramientas para consolidar su dominio en un momento en que China se perfila como el nuevo protagonista del escenario mundial. La pregunta que queda es si los países de la región estarán dispuestos a pagar el precio de esa protección.