Desde los primeros días de su segunda administración, Donald Trump ha enviado un mensaje claro: Estados Unidos está repleto de personas que, a su juicio, no merecen pertenecer a la nación. Funcionarios gubernamentales, inmigrantes, refugiados, activistas por la diversidad y hasta ciudadanos nacidos en suelo estadounidense han sido señalados como los elementos erróneos en la ecuación de su visión política. Bajo su dirección, el país parece dividido entre aquellos que cumplen con los estándares de «genuinamente estadounidenses» y los que deben ser excluidos, marginados o eliminados del sistema.
Carlos Lozada, columnista de opinión y copresentador del podcast “Matter of Opinion” en The New York Times, ha analizado en profundidad este fenómeno en su artículo titulado: “¡Al parecer, Estados Unidos está lleno del tipo equivocado de personas!”. Con su experiencia en política, cultura e historia, Lozada disecciona los movimientos de la administración de Trump para redefinir la identidad estadounidense bajo criterios que privilegian la lealtad ideológica, la pureza racial y la obediencia incondicional. Sus observaciones no solo exponen los cambios en las políticas gubernamentales, sino que también revelan una transformación más profunda en la estructura del poder y la exclusión en Estados Unidos.
MAGA quiere a los genuinamente estadounidenses
Desde las primeras medidas tomadas en su nuevo mandato, Trump ha dejado claro que considera una parte significativa de la población como un obstáculo para su proyecto de nación. Funcionarios de diversas agencias gubernamentales han sido etiquetados como ineficientes, corruptos o simplemente desleales. No importa si trabajan en el Departamento del Tesoro, la Agencia de Desarrollo Internacional o la CIA, todos han sido considerados prescindibles si no se alinean con la ideología del presidente. Aquellos que no entran en la categoría de “genuinamente estadounidenses” son invitados a dimitir, o en los casos más extremos, a ser purgados del sistema gubernamental.

Esta lógica no solo se ha aplicado a los empleados públicos, sino también a ciudadanos nacidos en suelo estadounidense de padres inmigrantes. Para la administración, estos individuos no califican como verdaderos estadounidenses. Trump ha retomado su lucha contra la ciudadanía por nacimiento, asegurando que la nacionalidad no debe ser un “regalo” concedido a quienes no cumplen con sus parámetros de identidad nacional. Esta postura es una extensión de su histórica retórica contra la inmigración y la diversidad, en la que ciertos grupos son sistemáticamente descartados como amenazas para el país.
Demasiados indeseados están allí
Las restricciones no se han limitado a los ciudadanos nacidos de padres indocumentados. También han sido señalados como indeseables los refugiados y solicitantes de asilo. En un giro predecible pero alarmante, Trump ha cerrado aún más las puertas a quienes huyen de la violencia y la persecución en sus países de origen. Bajo su mandato, estas personas no solo han sido rechazadas por cuestiones de seguridad nacional, sino que también se les ha negado la posibilidad de convertirse en parte del tejido social de Estados Unidos. Para su administración, estas personas no son “genuinamente estadounidenses” y, por lo tanto, no merecen un lugar en la nación.
Tambièn puedes leer: El artículo de Blockworks compara el efecto de Trump 2016-2025
Dentro de este esquema de exclusión, otro grupo ha sido duramente golpeado: las personas transgénero. Trump ha reinstaurado la prohibición de que individuos trans sirvan en el ejército, argumentando que no poseen las cualidades de humildad y altruismo necesarias para las fuerzas armadas. La medida no solo ha sido un golpe a la comunidad LGBTQ+, sino que también refuerza el mensaje de que la administración tiene una visión extremadamente reducida de quiénes cuentan como parte legítima de la sociedad estadounidense. La noción de ser “genuinamente estadounidenses” se restringe a los que cumplen con sus estándares de género, orientación sexual y lealtad absoluta.
Sin importar el pedestal
La purga de quienes no encajan en este ideal ha llegado incluso a figuras prominentes que en algún momento sirvieron bajo su mandato. Un caso evidente es el del general Mark Milley, expresidente del Estado Mayor Conjunto, quien fue señalado por Trump como desleal. En una de sus declaraciones más alarmantes, el presidente sugirió que Milley merecía ser ejecutado por traición, dejando en claro que la lealtad no se mide en términos de servicio al país, sino en devoción personal hacia su figura. La amenaza contra Milley no fue un simple desliz verbal, sino un reflejo del ambiente de persecución instaurado en esta nueva era.
La ideología de la administración ha encontrado su sustento en la idea de la meritocracia, aunque de una manera selectiva y manipulada. Trump ha argumentado que el mérito individual, la aptitud y el trabajo duro deben ser los únicos factores que determinan la elegibilidad para ciertos cargos y oportunidades. Sin embargo, en la práctica, este concepto ha sido utilizado para justificar la exclusión de minorías y la consolidación de un círculo de poder basado en la lealtad personal que los aparta del modelo de ser “genuinamente estadounidenses”. Figuras como Matt Gaetz, Tulsi Gabbard y Pete Hegseth han sido elegidas para ocupar puestos clave no por su experiencia o competencia, sino por su adhesión incondicional al presidente.

“Solo personas como nosotros”
La retórica que rodea esta reestructuración del gobierno y la sociedad tiene raíces profundas en discursos de supremacía blanca y nacionalismo excluyente. Trump ha reiterado en numerosas ocasiones que Estados Unidos debe ser dirigido por “personas como nosotros”, una frase que ha sido interpretada como un guiño a sectores ultraconservadores que abogan por una homogeneidad racial y cultural en el país. Estas posturas han sido reforzadas por figuras de su administración como Darren Beattie, quien abiertamente declaró que “para que las cosas funcionen, deben estar a carga hombres blancos competentes”.
Esta narrativa ha sido utilizada para justificar la eliminación de programas de diversidad e inclusión en el gobierno. Cualquier iniciativa que busque ampliar la representación de minorías es vista como una amenaza a la estructura de poder tradicional. Para la administración, eliminar la diversidad no es un retroceso, sino una restauración del orden. En este escenario, ser “genuinamente estadounidenses” se convierte en una condición excluyente, determinada no por principios democráticos, sino por criterios de identidad impositiva desde la cúpula del poder.
Tambièn puedes leer: Crean gemelos digitales que nos conocen con más precisión que nosotros mismos
Lealtad a lo Kim Jong-un
Más allá de la exclusión de ciertos grupos, el gobierno de Trump ha avanzado en la consolidación de una estructura en la que la lealtad personal es el único requisito para acceder al poder. Durante su campaña para el Senado en 2021, JD Vance afirmó que la única forma de asegurar la lealtad al presidente era despedir a toda la burocracia de nivel medio y reemplazarla con “nuestra gente”. La vaguedad de esta frase es alarmante, pues deja en el aire la pregunta de quiénes son considerados parte de esa élite confiable y quiénes deben ser descartados.
Este criterio de pertenencia no se basa en la capacidad de servir al país, sino en la sumisión total a la figura del presidente. Trump ha manifestado en múltiples ocasiones su deseo de contar con seguidores que lo veneren al estilo de las dictaduras. En una declaración inquietante, expresó su anhelo de que “su gente” lo mirara con la misma devoción con la que los norcoreanos observan a Kim Jong-un. La idea de que el gobierno sea una maquinaria diseñada exclusivamente para servir a su líder pone en jaque los principios democráticos fundamentales.
La administración ha transformado el concepto de ciudadanía en un privilegio condicional. La pertenencia a la nación ya no está determinada por la ley ni por valores compartidos, sino por la voluntad de un líder que decide quién es digno de ser considerado “genuinamente estadounidense”. En este panorama, la nación se ha convertido en un campo de batalla ideológico, en el que la lealtad es la única moneda válida. Bajo esta lógica, cualquiera puede convertirse en el enemigo si no cumple con las exigencias del poder, dejando en el aire una pregunta inquietante: ¿quién será el próximo en ser considerado el tipo equivocado de persona?