America First, America First, America First: ¿Funcionará de tanto repetirlo?

 En un mundo cada vez más interconectado, donde las amenazas y los desafíos no conocen fronteras, la retórica de «America First» resuena en los pasillos del poder en Estados Unidos, planteando preguntas fundamentales sobre su efectividad y consecuencias en el largo plazo. Este mantra, revitalizado por Donald Trump durante su presidencia, se ha convertido en un leitmotiv para una facción significativa del espectro político estadounidense, apelando a un sentido de nacionalismo y soberanía en tiempos de incertidumbre global. Pero, ¿es realmente posible aislar los intereses estadounidenses del entramado global en el que están inexorablemente entrelazados?

Este reportaje se basa en el análisis de Robert Kagan, miembro principal de la Brookings Institution y editor general del Washington Post. Su obra más reciente, «El fantasma en la fiesta: Estados Unidos y el colapso del orden mundial, 1900-1941», y su próximo libro «Rebellion: How Antiliberalism is Tearing America Apart — Again», previsto para publicarse por Knopf en mayo, ofrecen un marco crítico para comprender las actuales corrientes políticas que abogan por una política exterior de «America First». Kagan, en su artículo de opinión para The Washington Post titulado “Rechazamos el «Estados Unidos primero» en los años 1930. ¿Lo haremos ahora?”, arguye que esta estrategia, lejos de asegurar la paz y la prosperidad, podría arrastrar a Estados Unidos hacia una nueva carrera armamentista, rememorando errores del pasado cuyas consecuencias aún resuenan en la memoria colectiva.

Registro histórico de America First

«America First» no es una noción nueva. Su origen se remonta a las décadas de 1930 y 1940, cuando Estados Unidos se debatía entre el aislacionismo y el compromiso global ante la creciente marea del fascismo en Europa. Kagan ilustra cómo, en aquel entonces, la idea de poner a América primero significaba rechazar la intervención en conflictos extranjeros, incluso si esos conflictos amenazaban principios fundamentales compartidos por la democracia estadounidense. Hoy, esa misma retórica busca desconectar a Estados Unidos de compromisos globales esenciales, como la seguridad colectiva en Europa y Asia, en un momento crítico donde la estabilidad global pende de un hilo.

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La reticencia de algunos sectores políticos estadounidenses a apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa no solo cuestiona el compromiso de Estados Unidos con sus aliados, sino que también revive el espectro del aislacionismo que una vez permitió a las potencias autoritarias reconfigurar el orden mundial a su antojo. Ilustración MidJourney

El caso de Ucrania es emblemático. La reticencia de algunos sectores políticos estadounidenses a apoyar a Ucrania frente a la agresión rusa no solo cuestiona el compromiso de Estados Unidos con sus aliados, sino que también revive el espectro del aislacionismo que una vez permitió a las potencias autoritarias reconfigurar el orden mundial a su antojo. Esta postura, según Kagan, ignora las lecciones aprendidas a un alto costo sobre la interdependencia de la seguridad y la democracia a nivel global.

Acerca de los paralelismos

La estrategia de «America First» encuentra paralelos inquietantes con el período de entreguerras, un tiempo marcado por altos aranceles, xenofobia y un aislacionismo que finalmente no pudo proteger a Estados Unidos ni a sus intereses en el largo plazo. Los promotores de esta visión hoy, argumenta Kagan, parecen dispuestos a desentenderse de los compromisos internacionales de Estados Unidos, creyendo erróneamente que la nación puede permanecer como una fortaleza aislada en un mundo cada vez más hostil y competitivo.

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La adopción de una postura de «America First» en la política exterior no solo es una apuesta riesgosa que ignora las complejidades del poder global; es también una renuncia al papel de Estados Unidos como líder en la promoción de un orden internacional basado en valores compartidos de democracia, libertad y seguridad colectiva. La experiencia histórica sugiere que el aislacionismo y el unilateralismo pueden ofrecer una gratificación inmediata a los impulsos nacionalistas, pero a menudo conducen a consecuencias desastrosas.

Equilibrar intereses nacionales y globales

En última instancia, la pregunta no es si «America First» puede funcionar por el simple hecho de repetirlo, sino si Estados Unidos está dispuesto a aprender de la historia o está condenado a repetir sus errores más graves. La visión miope de desconectar a Estados Unidos de sus alianzas y compromisos globales no solo amenaza con desestabilizar el orden mundial, sino que también pone en riesgo la propia seguridad y prosperidad estadounidense en un mundo indudablemente interdependiente.

El desafío para Estados Unidos en este momento crítico es equilibrar legítimamente los intereses nacionales con las responsabilidades globales. Es crucial reconocer que la fuerza y la seguridad de Estados Unidos se multiplican a través de sus alianzas y no aislándose de ellas. La historia nos enseña que el liderazgo estadounidense en el escenario mundial ha sido más efectivo no cuando se retira, sino cuando actúa de acuerdo con los principios de cooperación y defensa mutua. «America First», por tanto, no es una panacea para los desafíos del siglo XXI, sino más bien un eco de un pasado que ya ha demostrado ser insostenible y peligroso. La verdadera fuerza de América reside en su capacidad para liderar un mundo libre, no en retirarse de él.

Un laberinto político

Sin embargo, este regreso al lema de «America First» no es simplemente un fenómeno político pasajero; refleja una tensión más profunda dentro de la sociedad estadounidense sobre cómo debería interactuar con el resto del mundo. Esta tensión no es nueva; ha surgido en varios momentos críticos de la historia de Estados Unidos, cada vez redefiniendo el papel del país en el escenario global. Lo que está en juego en este último resurgimiento es la concepción misma de la globalización y el papel de Estados Unidos como guardián del orden liberal internacional que ayudó a construir tras la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de las intenciones declaradas de priorizar los intereses de Estados Unidos, la política de «America First» enfrenta críticas por su potencial para socavar precisamente aquellos elementos que han asegurado la preeminencia estadounidense durante décadas. La red de alianzas internacionales, los compromisos de defensa mutua y el liderazgo en instituciones multilaterales no son solo herramientas diplomáticas; son los pilares que sustentan el poder global de Estados Unidos y promueven un mundo más estable y seguro para todos, incluidos los propios estadounidenses.

America First
La eficacia de «America First» como política se ve socavada por la naturaleza misma de estos desafíos, que requieren cooperación y acción colectiva. La historia ha mostrado que cuando Estados Unidos lidera en la arena global, no solo avanza sus propios intereses, sino que también contribuye a un mundo más seguro y próspero. Ilustración MidJourney.

La elección entre el aislacionismo y el internacionalismo no es simplemente una cuestión de política exterior; es una elección sobre qué tipo de futuro desea Estados Unidos para sí mismo y para el orden mundial. Al optar por una política que parece mirar hacia adentro, ignorando las interconexiones inherentes a nuestro mundo moderno, Estados Unidos corre el riesgo de ceder su posición de liderazgo a otros actores estatales que no comparten sus valores ni sus intereses. China y Rusia, por ejemplo, han demostrado estar dispuestos y ansiosos por llenar cualquier vacío dejado por un retiro estadounidense, promoviendo un orden internacional más autoritario y menos libre.

Hay que restaurar la confianza

Este dilema se hace aún más agudo cuando se considera el actual contexto global, caracterizado por desafíos transnacionales como el cambio climático, las pandemias y la seguridad cibernética. Estos problemas no reconocen fronteras y no pueden ser resueltos por ningún país actuando solo. La eficacia de «America First» como política se ve socavada por la naturaleza misma de estos desafíos, que requieren cooperación y acción colectiva. La historia ha mostrado que cuando Estados Unidos lidera en la arena global, no solo avanza sus propios intereses, sino que también contribuye a un mundo más seguro y próspero.

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Asimismo, es importante reconocer el impacto de «America First» en la percepción internacional de Estados Unidos. La confianza de los aliados en la fiabilidad de Estados Unidos como socio ha sido puesta a prueba, con implicaciones de largo alcance para la diplomacia, el comercio y la seguridad globales. Restaurar esa confianza requerirá más que simples ajustes políticos; necesitará una reafirmación del compromiso de Estados Unidos con el orden internacional basado en reglas y con los valores universales de libertad y democracia.

Coperación y no aislamiento

Finalmente, es esencial considerar el legado de «America First» en el tejido social y político de Estados Unidos. La retórica que divide y polariza ha exacerbado las divisiones internas, desviando la atención de los desafíos domésticos urgentes que necesitan soluciones inclusivas y unificadoras. La grandeza de América no se mide solo por su poder económico o militar, sino por su capacidad para unir a personas de diversos orígenes en torno a ideales comunes de libertad, igualdad y justicia.

En conclusión, mientras «America First» pueda resonar como un llamado a reafirmar la soberanía y los intereses nacionales, su aplicación en un mundo intrincadamente interconectado presenta desafíos significativos. El futuro de Estados Unidos en el escenario mundial dependerá de su capacidad para navegar estas complejidades, equilibrando la protección de sus intereses con el mantenimiento de su liderazgo en un orden global que, aunque imperfecto, ha demostrado ser el mejor garante de la paz y la prosperidad mundial. La verdadera prueba para «America First» no será si su nombre se repite, sino si puede adaptarse a las realidades de un mundo que demanda cooperación, no aislamiento.

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