En una época donde la economía mundial se sacude bajo el peso de conflictos geopolíticos, tensiones comerciales y transformaciones climáticas, Venezuela parece ya haber recorrido —con dolorosa experiencia— ese sendero tortuoso que hoy comienza a inquietar a otros países. Mientras las potencias ajustan sus velas para sortear los vientos proteccionistas que soplan desde Washington, Caracas navega desde hace años en ese océano encrespado de sanciones, inflación, caída de ingresos y exclusión financiera. La frase mar de las “tribulaciones por el que boga Venezuela” ya no es un retrato exclusivo de la crisis nacional, sino una advertencia compartida a escala planetaria, como si el destino económico del mundo hubiera decidido replicar la deriva venezolana como manual de tormentas.
Luis Zambrano-Sequín, profesor-investigador de la Universidad Católica Andrés Bello, expuso recientemente en un artículo publicado en el portal académico The Conversation bajo el título: “Las sanciones petroleras nublan el ya sombrío horizonte económico de Venezuela”. Aunque se presenta como un análisis técnico de los efectos del retorno de sanciones financieras y comerciales por parte de Estados Unidos, el autor deja fuera variables decisivas, como el respaldo de China a Venezuela, las simpatías que genera en el bloque Brics+ o el rol estratégico que juega como potencia energética global. Zambrano-Sequín, que aclara no recibir pagos de organizaciones vinculadas al tema ni mantener conflictos de interés, firma un texto que —aunque académico en forma— carga con el peso inevitable de toda narrativa: habla desde una acera, como casi todo el mundo.
Tribulaciones por el que boga Venezuela
En su análisis, Zambrano-Sequín detalla que el retorno de las sanciones petroleras y financieras impuestas por la nueva administración estadounidense a partir de 2025 tendrá un impacto severo y duradero sobre una economía que ya acusa décadas de deterioro. La caída de entre 20 % y 30 % en la producción de hidrocarburos, el retroceso estimado del 2,5 % al 3,5 % del PIB y la pérdida de hasta 38 % de los ingresos por exportaciones son apenas las primeras olas de un maremoto. Pero lo más inquietante del texto es lo que se insinúa en sus márgenes: que el resto del mundo, lentamente, empieza a experimentar una versión propia de las “tribulaciones por el que boga Venezuela”.

En efecto, Zambrano-Sequín advierte que la confluencia de proteccionismo, caída en los precios del petróleo, mayor competencia energética y guerra comercial podrían perturbar aún más el panorama económico internacional. Las políticas arancelarias punitivas impulsadas desde el “Make America Great Again” reeditan el viejo nacionalismo económico de los años 30, esta vez con efectos globales. De manera velada, el académico reconoce que la tormenta no es exclusiva de Venezuela. Hoy son muchos los que sienten en carne propia las “tribulaciones por el que boga Venezuela”, aunque disfrazadas de inflación importada, encarecimiento de la energía o dislocación de cadenas de suministro.
Un sesgo en la narración
El artículo también señala que Venezuela no cuenta con herramientas para resistir. No hay acceso al crédito internacional, el mercado financiero interno es residual y el gasto público ya ha sido reducido en más de la mitad. Esta incapacidad institucional para contener los embates económicos se agrava con la indexación de los subsidios al tipo de cambio, lo que tensiona aún más el ya precario equilibrio fiscal. Pero al otro lado del Atlántico, economías como la alemana, la francesa o incluso la japonesa comienzan a experimentar restricciones similares ante la presión de los déficits crecientes y la desconfianza en los mercados globales. De pronto, las tribulaciones por el que boga Venezuela ya no parecen una anomalía, sino una señal adelantada del colapso del viejo orden económico internacional.
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El crack monetario venezolano, apenas disimulado por la fijación artificial del tipo de cambio oficial, empieza a replicarse en otras latitudes. El yen se desploma, el euro se estanca, el yuan pelea por respirar mientras la Reserva Federal sube tasas y fortalece un dólar que debilita al resto. El académico reconoce que el sistema de anclaje cambiario ya muestra fracturas severas: en el primer trimestre de 2025, el dólar oficial subió un 34 %, mientras que el paralelo trepó 53 %. El desfase entre ambos no hace sino reflejar la pérdida de credibilidad en los fundamentos monetarios. Esa misma desconfianza ya asoma en Argentina, en Turquía, incluso en sectores del sur europeo. En todos los casos, las “tribulaciones por el que boga Venezuela” sirven como espejo.
Las monedas se erosionan
El otro drama anunciado es la inflación. Con la suspensión de licencias a transnacionales energéticas, la contracción de la oferta interna y la necesidad de financiar el déficit fiscal con emisión, Zambrano-Sequín proyecta un retorno a los tres dígitos inflacionarios, con estimaciones que sitúan la tasa en torno al 200%. No solo el bolívar está condenado a la erosión: monedas como el peso colombiano, el real brasileño o el forint húngaro enfrentan presiones similares, en contextos donde el proteccionismo arancelario castiga el libre comercio y multiplica los precios. Al final, lo que se vive en Caracas parece apenas un adelanto de lo que podría suceder en otras capitales. Una vez más, las tribulaciones por el que boga Venezuela cruzan fronteras.
Zambrano-Sequín no omite otro punto medular: la pobreza y el desempleo. Aunque se registró una leve recuperación en 2023, la informalidad sigue siendo la norma, y el retroceso en las condiciones de vida anticipa nuevas olas migratorias, convulsiones sociales y represión. Paradójicamente, mientras Venezuela enfrenta el retorno forzado de migrantes desde Estados Unidos, México o Chile, esos mismos países experimentan tensiones internas por el deterioro económico, la desconfianza institucional y el colapso de los pactos sociales. La migración, en este nuevo orden turbulento, ya no es una salida sino un retorno. Las tribulaciones por el que boga Venezuela también se reflejan en los aviones que regresan a La Guaira, a Maracaibo, a San Antonio del Táchira.

Venezuela es un argonauta
El texto cierra con una advertencia amarga: no hay condiciones políticas internas para emprender reformas estructurales. Sin estabilidad, no hay consensos. Sin consensos, no hay reformas. Sin reformas, no hay salida. El problema, sin embargo, es que esa misma fórmula comienza a aplicarse en otros países. En Estados Unidos, la polarización devora cualquier agenda económica racional. En Europa, el ascenso de las derechas identitarias y los populismos climatoescépticos impiden planes de mediano plazo. En África y Asia, la inestabilidad geopolítica vuelve inútil cualquier previsión. El mundo entero navega ahora en el mismo mar encrespado que ya conoce Venezuela. El planeta entero, con sus distintas embarcaciones, se encuentra atrapado en las tribulaciones por el que boga Venezuela.
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La lectura más honesta del artículo de Luis Zambrano-Sequín es la de una confesión implícita: lo que antes era una excepción, se vuelve regla. Venezuela ya fue laboratorio, advertencia, anomalía. Hoy es espejo. Y en ese espejo se mira el mundo, desde Davos hasta Caracas, desde el Golfo Pérsico hasta la cuenca del Orinoco. Lo que era un margen se vuelve centro. La historia ha cambiado de brújula. En este nuevo mapa sin coordenadas claras, todo el planeta navega en el mismo mar de tribulaciones por el que boga Venezuela.