En el ajedrez geopolítico que define las relaciones internacionales en el siglo XXI, pocas piezas son tan cruciales y potencialmente volátiles como la dinámica entre Estados Unidos e Irán. La «guerra con Irán», una frase cargada de implicaciones y tensiones, resuena con una profundidad histórica que se extiende más allá de las fronteras y los tratados. Esta posibilidad, que oscila entre la especulación y la preocupación palpable, sirve no solo como un reflejo de las tensiones actuales sino también como un presagio de lo que podría ser si las diplomacias fracasan y los desacuerdos escalan.
Brian Atwood, investigador principal del Instituto Watson de la Universidad de Brown y colaborador de opinión para The Hill, nos ofrece una visión detallada y matizada de esta compleja situación en su pieza: «Utilice la Resolución sobre poderes de guerra para enviar a Irán un mensaje duradero». Con credenciales que incluyen roles como subsecretario de Estado y administrador de USAID bajo la administración Clinton, así como asesor de política exterior para el senador Thomas Eagleton, Atwood navega por el delicado equilibrio entre la acción militar y la diplomacia, y cómo Estados Unidos, bajo la administración Biden, busca evitar una escalada hacia una guerra total con Irán y sus representantes.
¿Hipótesis de guerra con Irán?
La administración Biden ha adoptado una postura de precaución y medida, implementando estrategias que incluyen el despliegue de grupos de trabajo de portaaviones en el Mediterráneo, respondiendo a ataques contra personal militar estadounidense en Siria e Irak, e impidiendo agresiones de los hutíes en Yemen contra barcos estadounidenses y comerciales en el Mar Rojo. Estas acciones plantean la pregunta: ¿Estamos en guerra con Irán o sus representantes? Atwood profundiza en cómo la Resolución sobre Poderes de Guerra y la Constitución de Estados Unidos interpretan y guían estas decisiones.

Los informes enviados al Congreso por el presidente, en conformidad con la Resolución sobre Poderes de Guerra, detallando ataques contra los hutíes y represalias contra milicias afiliadas a la Guardia Revolucionaria Islámica en Irak y Siria, abren un debate sobre la duración y legalidad de estas acciones militares. Senadores de ambos partidos han cuestionado si estas acciones activan la cláusula de la resolución que limita la acción militar a 60 días sin autorización explícita del Congreso o una declaración de guerra.
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Resolución sobre Poderes de Guerra
La Resolución sobre Poderes de Guerra, diseñada para frenar el abuso de poder ejecutivo y evitar situaciones como la prolongación de la guerra de Vietnam por parte de la administración Nixon, es una herramienta imperfecta y sujeta a interpretaciones. A lo largo de los años, los abogados del poder ejecutivo han buscado maneras de eludir la cláusula de 60 días, lo que refleja un equilibrio delicado entre la autoridad presidencial y la supervisión del Congreso. La guerra con Irán, en este contexto, no solo es una cuestión de confrontación militar, sino también de legalidad y legitimidad constitucional.
La discusión interna dentro de la administración, según informes del New York Times, sobre si las acciones militares estadounidenses caen dentro de las excepciones de la Resolución sobre Poderes de Guerra, destaca la complejidad de definir «hostilidades» y la aplicación del tiempo límite de 60 días. Estos debates legales y estratégicos son fundamentales para entender la postura de Estados Unidos frente a Irán y sus representantes.

Sistema político dividido
Atwood argumenta que, dada la dificultad de obtener incluso una votación sobre ayuda a Ucrania, el sistema político estadounidense parece cada vez más dividido, lo que complica aún más la posibilidad de una acción concertada contra Irán. Sin embargo, la Resolución sobre Poderes de Guerra ofrece una ruta potencial para superar este estancamiento, permitiendo una autorización bipartidista para una misión de combate limitada, lo que podría servir como una herramienta de disuasión contra nuevas agresiones iraníes sin escalar a una guerra total.
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La posibilidad de una guerra con Irán, por lo tanto, presenta un dilema complejo para Estados Unidos: por un lado, la necesidad de proteger sus intereses y personal en el Medio Oriente; por otro, el deseo de evitar una escalada militar que podría tener consecuencias impredecibles. La gestión de esta tensión, equilibrando la fuerza militar con la diplomacia y la legalidad, será crucial para determinar el futuro de las relaciones entre Estados Unidos e Irán. En este tablero de ajedrez geopolítico, cada movimiento debe ser calculado con precisión, ya que el costo de un error podría ser devastador tanto para la región como para el equilibrio global de poder.
Diplomacia subestimada
En este escenario, la diplomacia emerge como un instrumento esencial, aunque a menudo subestimado, en el arsenal de estrategias de Estados Unidos para manejar sus relaciones con Irán. A lo largo de las últimas décadas, las negociaciones diplomáticas han jugado un papel crucial en momentos de tensión elevada, ofreciendo una vía para la desescalada y la prevención de conflictos abiertos. La importancia de reavivar estos esfuerzos diplomáticos no puede ser subrayada lo suficiente, especialmente en un momento en que el potencial para el malentendido y el error de cálculo es alto. La diplomacia, con sus canales de comunicación abiertos y el intercambio de garantías, puede servir como una herramienta poderosa para construir confianza y buscar soluciones compartidas a problemas mutuos. No obstante, el éxito de tales esfuerzos requiere paciencia, persistencia y, sobre todo, la voluntad de ambas partes de comprometerse en un diálogo genuino.
Al mismo tiempo, es crucial reconocer los límites de la diplomacia y la necesidad de preparación para todos los escenarios posibles. Mientras Estados Unidos busca evitar un conflicto militar con Irán, también debe mantener y proyectar una postura de fuerza que disuada a Irán y a sus representantes de emprender acciones agresivas. Esto implica no solo la presencia militar en regiones estratégicas, sino también el desarrollo de coaliciones internacionales que puedan ofrecer un frente unido contra las provocaciones iraníes. La construcción de una red de alianzas y asociaciones, tanto regionales como globales, refuerza la posición de Estados Unidos, proporcionando una plataforma más sólida desde la cual negociar y, si es necesario, responder a las amenazas. En última instancia, el equilibrio entre la fuerza y la diplomacia, sustentado por una política exterior coherente y principios claros, es esencial para navegar el complejo panorama que caracteriza las relaciones entre Estados Unidos e Irán.

