Venezuela es un país que, en medio de sus crisis políticas y económicas, ha demostrado ser un territorio donde los inversionistas, locales o extranjeros, deben navegar con cautela para prosperar. La premisa de que solo quienes mantienen buenas relaciones con el gobierno pueden realmente tener éxito en sus proyectos no es nueva, pero se ha convertido en una verdad palpable en los últimos años. Con el paso del tiempo, el entorno político ha sido un factor determinante para definir quién puede avanzar y quién queda atrapado en la maraña burocrática y regulatoria que caracteriza al país. Sin embargo, esto no siempre ha sido fácil de ver en la superficie; se necesita observar con atención los cambios económicos y el patrón de crecimiento de ciertos sectores para poder identificar las dinámicas que determinan quién prospera y quién fracasa en un contexto tan particular como el venezolano.
El periodista Hugo Prieto, colaborador y editor en varios medios de comunicación de América Latina y premiado con el Hogueras 1991 por su reportaje Todos somos garimpeiros, abordó este tema en una reciente entrevista publicada en el portal de periodismo de profundidad PRODAVINCI. En la pieza titulada “Leonardo Vera: ‘Hablar de desarrollo tiene un sentido más amplio’”, el economista Leonardo Vera analiza el delicado equilibrio entre el entorno político y las posibilidades de desarrollo en Venezuela. Vera, quien es presidente de la Academia Nacional de Ciencias Económicas y Sociales y un experto en Macroeconomía y Teoría Económica Post Keynesiana, destaca en la conversación la influencia que ha tenido la política sobre la economía del país y el papel que desempeñan los vínculos gubernamentales en el éxito de las inversiones, particularmente en sectores clave como los hidrocarburos, las telecomunicaciones y los servicios.
Venezuela y el tema económico
En un país donde las sanciones internacionales han sido un golpe constante desde 2019, la forma en la que los actores económicos han encontrado un respiro ha sido alinearse con las políticas del gobierno. Leonardo Vera plantea que la administración de Maduro ha tomado notas de las experiencias de países como Rusia e Irán, adaptando sus estrategias para hacer frente a las restricciones impuestas desde el extranjero. En este contexto, Venezuela ha aprendido a sortear las sanciones, pero con un costo significativo: se ha reducido el espacio para la competencia y la innovación, dejando el camino libre solo a aquellos que mantienen un estrecho control con las esferas de poder.

El sector petrolero, habitualmente la principal fuente de ingresos del país, ha sido uno de los más afectados por este entorno. Las sanciones a PDVSA y al Banco Central de Venezuela han creado un contexto en el que cualquier transacción comercial o financiera vinculada con estos organismos corre el riesgo de ser penalizada. Vera advierte que esto ha llevado a que solo aquellas empresas con respaldo gubernamental logren obtener las licencias y permisos necesarios para operar. La situación es particularmente delicada para las empresas extranjeras, quienes no pueden aventurarse a invertir en Venezuela sin tener la certeza de que sus operaciones no estarán sujetas a represalias legales en sus propios países.
Luces y sombras
A pesar de este panorama sombrío, Venezuela ha visto un tímido resurgir en algunos sectores económicos. El agroalimentario, por ejemplo, ha mostrado signos de recuperación a medida que pequeños y medianos productores intentan llenar el vacío dejado por las grandes multinacionales que se retirarán durante la “época de las expropiaciones”. Sin embargo, esta recuperación no ha sido homogénea ni carente de complicaciones. El acceso al crédito sigue siendo minúsculo en comparación con otros países de la región: la cartera crediticia de Venezuela es apenas una fracción de lo que maneja Ecuador, un país con una economía y población considerablemente más pequeñas. Según Vera, esto muestra el abismo en el que se encuentra el sistema financiero venezolano y la necesidad de reformas estructurales que permitan el acceso a financiamiento para proyectos productivos.
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El economista señala que la clave para el desarrollo de Venezuela radica en restaurar la confianza en el mercado, un objetivo que parece inalcanzable bajo las condiciones actuales. Para los inversionistas, el riesgo no solo proviene de las sanciones y las restricciones externas, sino también de la falta de una institucionalidad sólida. Las leyes se aplican de manera inconsistente y, en muchos casos, la burocracia gubernamental funciona como un filtro que privilegia a quienes pueden navegar las complejas redes de poder del país. En este contexto, no es sorprendente que quienes deseen invertir prefieran aliarse con el gobierno, ya que esta es la única manera de garantizar cierta estabilidad y previsibilidad en un entorno tan volátil.
Casos: Salud y educación
Para ilustrar este punto, Vera menciona cómo el gobierno ha tratado de abrir espacios para el sector privado en áreas como la salud y la educación. Aunque estas son habitualmente competencias del Estado, la incapacidad gubernamental para proveer servicios básicos ha llevado a una mayor participación del sector privado. Clínicas, escuelas y empresas de telecomunicaciones han comenzado a ofrecer alternativas que antes no existían. Sin embargo, incluso estas iniciativas requieren de un permiso tácito o explícito del gobierno. Así, mientras que el ciudadano común ve con buenos ojos el surgimiento de estos servicios, el trasfondo es más oscuro: las empresas que logran operar lo hacen porque, en última instancia, están alineadas con las directrices de la administración central.
La situación se complica aún más al considerar la presión internacional y el escenario político. Vera predice que cualquier incremento en las sanciones a partir de 2025 podría sumergir nuevamente a Venezuela en una crisis económica similar a la de 2014, cuando el control de cambio más estricto de la historia moderna venezolana paralizó la producción y generó una escasez generalizada de productos básicos. Esto significa que, de no haber un cambio en las relaciones internacionales, las posibilidades de éxito para los inversionistas seguirán dependiendo casi exclusivamente de su capacidad para negociar con el gobierno.

Cuestión de largo plazo
Vera no es optimista respecto a una pronta resolución del conflicto político y económico. En su opinión, Venezuela sigue siendo una “ecuación sin respuesta”, donde las expectativas de desarrollo son constantemente socavadas por la incertidumbre y la falta de garantías legales. Esto ha llevado a que muchos jóvenes opten por abandonar el país, al no encontrar un entorno favorable para desarrollar sus proyectos de vida. La situación de los emprendedores, aquellos que intentan llenar el vacío dejado por las grandes empresas, es aún más precaria. Muchos de ellos carecen de los recursos necesarios para escalar sus negocios y, al no tener acceso a un sistema financiero eficiente, se ven obligados a depender de capitales propios o a asociarse con actores que ya tienen un pie dentro del gobierno.
En este panorama, Vera advierte que cualquier intento de “normalizar” las relaciones con el sector privado pasa primero por resolver la maraña de sanciones y limitaciones que pesan sobre el país. Pero incluso si se levantan todas las sanciones, Venezuela no está preparada para absorber la cantidad de inversión extranjera que requeriría para reactivar su economía. Con una infraestructura deteriorada, un sistema de justicia débil y un entorno regulatorio impredecible, el país se enfrenta a desafíos que no se resolverán simplemente con la inyección de capital.
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La única manera de tener éxito en Venezuela es estar alineado con las prioridades del gobierno, una realidad que no solo afecta a los grandes consorcios sino también a los pequeños emprendedores. Mientras que algunas áreas del sector privado muestran signos de vida, el verdadero crecimiento económico solo se producirá cuando haya un entorno de estabilidad y predictibilidad que permita a los inversionistas operar sin temor a sanciones ni represalias. Hasta entonces, la inversión en Venezuela seguirá siendo un juego peligroso donde el ganador es aquel que sabe jugar de la mano con el poder.