Venezuela es una nación bendecida con una vastedad de recursos naturales, especialmente el petróleo. Esta riqueza, en lugar de convertirse en un activo para el desarrollo, ha generado una dependencia que se ha enraizado en la cultura y la política del país: El rentismo. Es la paradoja de la abundancia: ser rico en recursos, pero pobre en desarrollo. Víctor Álvarez, un respetado académico y analista, lo denomina la «maldición de la abundancia».
Históricamente, las estadísticas económicas han reflejado esta maldición. Según datos del Banco Mundial, el PIB de Venezuela experimentó fluctuaciones extremas correlacionadas con los precios del petróleo. Las etapas de auge en los precios fueron seguidas por periodos de recesión cuando estos caían, evidenciando la falta de diversificación económica. El petróleo representó en promedio el 95% de las exportaciones del país en los últimos 50 años, según la OPEP.
El rentismo está en el ADN
La crisis que vive Venezuela no es solo económica, es también política y social. Organismos como la CEPAL y el FMI han resaltado la necesidad de diversificación y de institucionalidad robusta para manejar los recursos. Sin embargo, el rentismo ha estado presente en todos los espectros ideológicos del país, desde gobiernos capitalistas hasta socialistas. Además, ha abierto un portal en el tema electoral.
Es revelador que, en sus programas electorales de gobierno, tanto el oficialismo representado por el Plan de la Patria como la oposición en tiempos de la MUD, tenían como meta aumentar la producción petrolera. Estos planes contrastan con la realidad mundial donde se vive una transición energética hacia fuentes renovables. Algunos expertos, como el historiador Carlos Malamud, señalan que este rentismo es producto de la historia venezolana, en la que se ha visto al Estado como el gran proveedor, y al petróleo como su fuente inagotable.
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El petróleo está bajo lupa
Sin embargo, en un mundo que apunta a reducir las emisiones de carbono y busca fuentes de energía más limpias, la relevancia del petróleo está en declive. La Agencia Internacional de Energía estima que la demanda de petróleo tendrá una reducción significativa en las próximas décadas. Bajo este panorama, la vasta reserva petrolera de Venezuela, la mayor del mundo, corre el riesgo de quedar subutilizada.
Frente a esta realidad, el país requiere una transformación profunda que supere el rentismo. No se trata solo de una reconfiguración económica, sino de un cambio cultural y político. Hay tres grandes obstáculos que Álvarez destaca y que son compartidos por otros analistas como Mercedes de Freitas, directora de Transparencia Venezuela.
El primero es la tradición estatista que da control total al gobierno de los recursos, convirtiendo la renta petrolera en un instrumento de dominación política. El segundo es la cultura rentista arraigada en la sociedad que espera beneficios sin esfuerzo. Y el tercero es el ambiente adverso para el emprendimiento, exacerbado por la inseguridad jurídica y la desconfianza.
¿Luz al final del túnel?
Para superar estos desafíos, es vital una reforma estructural y una visión a largo plazo. Es imperativo promover un marco legal e institucional que garantice transparencia, atraiga inversiones y genere confianza. Es esencial que se inviertan los recursos petroleros en fortalecer otros sectores, en la formación del capital humano y desechar el rentismo como modo de vida.
Juan Cruz Varela, reconocido político venezolano, sostiene que «es hora de entender que el petróleo no es la solución, sino el punto de partida. Debe ser el medio para impulsar otros sectores y diversificar la economía».
La maldición de la abundancia
El reto es monumental, pero no insuperable. La transición de una cultura rentista a una cultura tributaria y de emprendimiento podría ser la clave para que Venezuela, finalmente, supere la maldición de la abundancia y aproveche su riqueza para el bienestar y progreso de sus ciudadanos.
Es esencial destacar que el rentismo petrolero no solo es un fenómeno contemporáneo en Venezuela, sino que tiene raíces profundas en la historia política y económica del país. Desde mediados del siglo XX, con el boom petrolero, Venezuela, pese a ser bendecida con una de las mayores reservas de petróleo del mundo, no ha conseguido diversificar de manera efectiva su economía y se ha visto atrapada en la paradoja de la abundancia, también conocida como la “maldición del petróleo”.
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La lentitud de la riqueza
Esta paradoja sugiere que los países ricos en recursos naturales a menudo experimentan un crecimiento económico más lento y tienen peores resultados en diversas métricas sociales y políticas en comparación con los países que carecen de dichos recursos. En el contexto venezolano, esta abundancia petrolera ha generado décadas de políticas económicas que alumbraron el rentismo, en donde la dependencia de los ingresos del petróleo ha frenado el desarrollo de otros sectores, propiciando una economía unidimensional que ha demostrado ser altamente vulnerable a las fluctuaciones del mercado petrolero mundial.
El modelo es el problema
Por ende, este intricado y complejo panorama plantea un escenario en el que es imperativo una revisión y una reestructuración profunda del modelo económico y político del país. Expertos, como Víctor Álvarez, y diversos organismos internacionales han propuesto que Venezuela necesita una diversificación económica genuina, en donde sectores como el tecnológico, industrial y agrícola sean fortalecidos y desarrollados para romper las cadenas que forja el rentismo petrolero, que ha enlazado a la nación a un ciclo continuo de boom y busto económico.
Además, con la inminente transición global hacia energías más limpias y sostenibles, Venezuela se enfrenta al desafío de reinventarse y de reconstruir no solo su aparato productivo sino también su estructura política y social para poder navegar de manera efectiva en las aguas de un futuro que demanda no solo estabilidad y prosperidad económica, sino también sostenibilidad y equidad. La vía hacia este futuro, llena de obstáculos y desafíos, exigirá una convergencia de voluntades, un redireccionamiento de estrategias y sobre todo, un aprendizaje colectivo que permita superar los vicios del pasado y forjar un camino resiliente y próspero para las futuras generaciones de venezolanos.