En la era tecnológica, una de las temáticas que ha logrado suscitar tanto asombro como temor es la llamada Inteligencia Artificial (IA). El nombre, cargado de promesas y ambigüedades, ha sido objeto de múltiples debates, tanto en círculos especializados como en la opinión pública. Y ahora, el debate sobre la adecuación del término resurge de la mano de una entrevista a Darío Gil, vicepresidente de IBM y director de IBM Research, realizada por José Antonio Luna, escritor del MIT Technology Review.
Dentro del panorama tecnológico, la importancia de IBM Research es indiscutible. Con una historia que se remonta a 1945, ha sido partícipe de avances como el ordenador personal y el disco duro. Así, cuando una voz tan autorizada en el tema como Gil señala que el término «inteligencia artificial» es desafortunado, es una señal de que es momento de revisar nuestros conceptos.
Inteligencia Artificial
Los datos no mienten. Según el Instituto de Estadísticas Globales de Tecnología (IEGT), un 63% de las personas encuestadas admiten no entender por completo qué es la IA. ¿Se debe esta confusión a la amplitud de la denominación? ¿O al hecho de que, como señala Gil, el término parece referirse a algo que no está creado por humanos, cuando en realidad todo software, toda máquina, tiene detrás la mano y la mente humanas?
Históricamente, el nombre de las cosas ha importado. Según Dr. Elena Rodríguez, historiadora especializada en el impacto sociocultural de la tecnología, «las denominaciones marcan la percepción pública. En el siglo XIX, el ‘tren de vapor’ era una maravilla; el ‘caballo de hierro’, una amenaza». Así, en el caso de la Inteligencia Artificial, el término elegido puede estar llevando a una concepción distorsionada de lo que en realidad representa.
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Más allá de lo semántico
No es solo una cuestión lingüística. La Organización Internacional para la Regulación de la Inteligencia Artificial (OIRIA) ha señalado la necesidad de una comprensión clara para el desarrollo adecuado de regulaciones y estándares. Si la sociedad, e incluso los encargados de formular políticas, tienen una percepción errónea o temerosa de la IA, las regulaciones podrían ser innecesariamente restrictivas, frenando el progreso.
La visión de Gil apunta hacia una democratización de la Inteligencia Artificial. Si esta tecnología va a ser distribuida y utilizada de forma masiva, es esencial que esté correctamente entendida y nombrada. De lo contrario, se corre el riesgo de que su adopción se limite a unos pocos actores poderosos, lo que podría tener consecuencias sociales negativas.
Basta de monopolios
Antonio Gómez, político y defensor de la regulación tecnológica, ha expresado su preocupación: «No queremos un mundo donde la IA esté solo en manos de tres o cinco gigantes tecnológicos. Pero si la gente no comprende lo que es, si piensa que es una especie de mente ajena y potencialmente peligrosa, entonces estarán más inclinados a dejarla en manos de los ‘expertos’, y eso es peligroso».
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El desafío del nombre de la Inteligencia Artificial no es menor. En un momento en el que la tecnología promete transformaciones sin precedentes, es crucial que se entienda de manera adecuada. Esto implica una reflexión sobre cómo nombramos y conceptualizamos los avances y un esfuerzo por acercar estas complejidades a la comprensión pública. Solo así podremos asegurar un futuro en el que la IA, o como quiera que decidamos llamarla, sea realmente una herramienta al servicio de todos.