La identidad de género ha pasado a primer plano en debates contemporáneos, enfrentando tradición y ciencia, derechos individuales y prejuicios históricos. Algunos lo ven como una manifestación de diversidad humana, mientras que otros argumentan que es una construcción social o incluso un trastorno.
Las teorías feministas y de estudios de género han destacado cómo las normas de género son aprendidas y transmitidas a través de la socialización, la educación, los medios de comunicación y otras instituciones sociales.
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En ese sentido, argumentan que estas normas pueden ser restrictivas y limitantes, y que pueden generar expectativas injustas y estereotipadas sobre cómo deben ser y comportarse las personas en función de su género asignado al nacer.
En este escenario, emerge la pregunta: ¿Cómo se forma la identidad de género y cuáles son sus implicancias sociales y políticas?
Naturaleza vs. cultura
El Dr. Alberto Cordero, endocrinólogo, señala que hay factores biológicos que influyen en la identidad de género: «Existe evidencia de que estructuras cerebrales específicas pueden diferir entre géneros y que pueden estar relacionadas con la identidad de género». Sin embargo, aclara que la biología no lo determina todo y que la influencia del entorno es innegable.
Por otro lado, la socióloga Luisa Mendoza argumenta: «La forma en que entendemos y vivimos el género está profundamente influenciada por la sociedad. Desde la infancia, se nos enseña cómo deben comportarse ‘niños’ y ‘niñas'».
Identidad de género: Diversidad vs. trastorno
La Organización Mundial de la Salud, en su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de 2018, dejó de considerar la incongruencia de género como un trastorno mental. Este paso fue crucial para el reconocimiento de derechos y la reducción del estigma.
Sin embargo, hay sectores que argumentan que es una forma de disforia o trastorno. La Dra. Carmen Ruiz, psicóloga, refuta esto: “No es justo ni correcto patologizar la identidad de género. Es una parte integral de la experiencia humana».
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La disforia de género es reconocida como una condición de salud mental en los manuales diagnósticos, como el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), pero se enfoca en el malestar asociado con la incongruencia de género, no en la identidad de género en sí misma.
Niños y la exploración de género
Otro tema de debate es si los niños pueden explorar y expresar su identidad de género. El pedagogo Juan Vera apunta: “Dejar que los niños se expresen y comprendan su identidad es crucial para su bienestar emocional. La identidad de género no es algo que se elige; es algo que se vive y se siente».
Sin embargo, hay preocupaciones sobre la toma de decisiones médicas en edades tempranas. El Dr. Cordero advierte: “Es vital un acompañamiento psicológico y médico adecuado, especialmente si se consideran intervenciones médicas”.
¿Hay una «agenda oculta»?
En el contexto del debate sobre identidad de género, han surgido teorías que sostienen que hay corporaciones o grupos políticos beneficiándose de esta «segmentación». Marta Ortiz, experta en políticas públicas, argumenta: “Si bien es cierto que la visibilidad de la comunidad trans ha sido instrumentalizada en ocasiones, reducir la lucha por los derechos trans a una ‘agenda oculta’ es simplificar y deslegitimar una causa legítima».
Si bien es cierto que en algunos casos hay corporaciones o grupos políticos que pueden aprovechar estos movimientos para fines de mercadotecnia o ganancia política, no se puede afirmar que sean el motor principal detrás de la promoción de la diversidad de identidad de género.
La lucha por los derechos y la igualdad de las personas transgénero ha sido impulsada principalmente por las propias experiencias y necesidades de las personas transgénero y la búsqueda de una sociedad más inclusiva y equitativa.
La identidad de género es un fenómeno complejo influenciado por factores biológicos y sociales. Más allá de los debates, es esencial recordar que detrás de cada discusión hay individuos buscando reconocimiento, respeto y derechos. La empatía y la educación son cruciales para garantizar una sociedad más inclusiva y justa.