Un líder de Estado no puede ser ni supersticioso o fanático. Estas son actitudes negativas que se reflejaran en su gestión, si corre con la suerte de tener una carrera política. Sin embargo, la historia dice que algunos personajes con estos “defectos” se han colado en las alturas.
Las creencias y prácticas supersticiosas, si bien han sido parte integral de la cultura humana a lo largo de la historia, no han demostrado ser una brújula confiable para liderar a una nación hacia el progreso. En muchos registros históricos, se evidencia cómo individuos supersticiosos y fanáticos han ascendido a altos puestos de representación en sus países. Sin embargo, la tendencia indica que estas actitudes no los han convertido en líderes más exitosos, ni en mejores gestores, ni en agentes proactivos del cambio.
Un jefe supersticioso o fanático
Una frase popular en Latinoamérica sostiene que «si la brujería hubiera sido efectiva, África sería Estados Unidos, Haití hubiera sido Dubai y Cuba hubiera sido Suiza». Esta declaración, aunque puede interpretarse de maneras diversas, hace hincapié en que estos anti valores no constituyen una base sólida para el desarrollo de una nación.
El Banco Mundial ha presentado estadísticas en las que se muestra que las naciones con un fuerte apego a supersticiones tienden a tener un desarrollo económico más lento en comparación con aquellas que adoptan enfoques más racionales y basados en la evidencia para la toma de decisiones. Por ejemplo, los países que han basado sus políticas en la investigación científica y en métodos probados, como los países nórdicos, han experimentado tasas más altas de crecimiento económico y social en comparación con aquellos que han sido gobernados por un líder supersticioso o fanático.
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Freno al avance educativo
La UNESCO, en un informe sobre educación y desarrollo, señaló que las creencias supersticiosas pueden obstaculizar el avance educativo. Si los líderes promueven estas creencias, podría socavar los esfuerzos para fomentar el pensamiento crítico y racional en las nuevas generaciones, lo que es esencial para el progreso y la innovación.
Históricamente, el líder supersticioso y fanático ha tomado decisiones basadas en presagios, rituales y creencias sin fundamento. Por ejemplo, durante el Renacimiento, algunos líderes europeos tomaron decisiones basadas en la lectura de las estrellas o en presagios que interpretaron como señales divinas. Si bien algunos de estos jerarcas pueden haber disfrutado de éxito temporal, a largo plazo, tales decisiones a menudo resultaron en inestabilidad y conflictos.
Visión estrecha del mundo
El Dr. Enrique García, historiador y académico de la Universidad de Buenos Aires, opina: “El fanatismo y la superstición en la política conducen a una visión estrecha del mundo y a una incapacidad para adaptarse a los cambios y desafíos que enfrentan las naciones. Históricamente, estos líderes han mostrado resistencia a las ideas nuevas y a menudo han sido responsables de periodos de represión y estancamiento.”
La perspectiva de la política como un arte de gobernar, según varios expertos, debería basarse en evidencias, datos y una comprensión profunda de las necesidades y deseos de la población. Ceder ante lo supersticioso o fanático, puede distraer de estos objetivos fundamentales y llevar a decisiones que no están en el mejor interés de la nación.
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Una distinción necesaria
Por otro lado, es fundamental diferenciar entre las creencias personales y la toma de decisiones en el ámbito público. Mientras que las primeras son inherentes a cada individuo y deben ser respetadas, las segundas deben ser informadas, meditadas y diseñadas para el beneficio de la colectividad. Cuando se mezclan estas esferas, el resultado puede ser desastroso para el desarrollo sostenible de un país.
Aunque hay ejemplos puntuales que retratan al líder supersticioso o fanático que ha alcanzado el poder, el consenso entre expertos, organismos internacionales y datos históricos sugiere que estas actitudes no conducen al éxito a largo plazo de una nación. Las decisiones políticas y de liderazgo deben basarse en hechos, investigaciones y una comprensión clara de las realidades y desafíos que enfrenta un país, en lugar de en creencias infundadas o fanáticas.